Me olvidé de vivir
Señor director:
Con la aparición del primer hombre moderno en África, se abrió un amplio abanico de oscuras y generosas posibilidades orientadas esencialmente a una competencia inteligente por la supervivencia con el fundamental propósito de saciar el hambre. El maravilloso universo entregado por el Big Bang y la riqueza natural que la tierra dejó al descubierto despertaron la curiosidad del joven Homo sapiens, que se apoyó en su razonamiento para dar vida al descubrimiento, a la invención, a la estructuración del conocimiento y al florecimiento del desarrollo científico y tecnológico que, entre los siglo XV y XVII, vivió doscientos años de alumbramiento. Este regalo fue heredado por la civilización moderna, irreverente con el medio ambiente, al contaminarlo con una insaciable sociedad de consumo.
La música, la ciencia, el arte, el deporte y la política dieron luz a especiales protagonistas merced a sus aptitudes, disciplina, pasión y compromiso. Ellos han logrado que el mundo se postre a sus pies al llegar a la cima del éxito y han cosechado aplausos, fama, poder y riqueza, en ocasiones entregando en bandeja de plata su dignidad, su cuerpo y su alma al mejor postor, jugando con los sentimientos de los demás, pisoteando la inocencia de los niños, adoctrinando a los débiles, sometiendo al ignorante, despertando fanatismo, aprovechando la miseria del otro y olvidando a quienes más se quiere. En un escenario como este, el científico, oculto en su mundo, descubre e inventa, entre intentos y fracasos; el político hace fortuna al legislar, administrar y aplicar justicia a su favor, ocultando la verdad con mentiras y engañando al inocente; el artista, vagando por la vida sin rumbo, expone sus obras de arte, exhibe sus geniales jugadas y les canta al amor y a la vida.
Sin embargo este no parece ser el mundo ideal. Las historias de muchos personajes que se han ganado la simpatía de la humanidad dejan al descubierto grandes vacíos; ellos, aparte del trabajo, tienen poca alegría y en medio de su soledad entienden que los logros de los que se sienten orgullosos no son más que reconocimientos a los que estaban acostumbrados; solo en esta etapa la nostalgia descansa en los recuerdos, comprenden que una vez que se acumula tanto prestigio no queda tiempo para compartir con los seres más queridos, reconciliarse con los hijos, revitalizar la relación de pareja y perseguir otros sueños que no están relacionados con la fortuna; en este momento, cuando la enfermedad toca a la puerta y se pierde la magia que da el poder, es imposible volver atrás para recuperar y disfrutar esos momentos sublimes que solo son tangibles en el calor del hogar.
Las ilusiones construidas lejos de la familia solo pueden convertirnos en seres despreciables cuando somos buenos con los demás y crueles con los de la propia sangre; en coherencia, debemos valorar lo verdaderamente importante y sentir el amor en cada uno de nosotros al disfrutar de las cosas sencillas, triviales y maravillosas de nuestra existencia: dedicarnos a nuestros hijos educándolos con comprensión, paciencia y sabiduría; enamorar a nuestra pareja con pequeños detalles, respeto y fidelidad; cultivar méritos en el trabajo con la semilla de la responsabilidad, la ética y la pasión y generar nueva y verdaderas amistades por el camino de la honestidad y la solidaridad.
La vida solo se vive un momento y la debemos nutrir permanentemente con los sueños de nuestra infancia y con todas las acciones que nacen del amor y de la paz que se respira al disfrutar de una relación auténtica con los demás. Esta es la verdadera riqueza que nos seguirá acompañando y nos dará energía para continuar el camino; en esencia, nuestra existencia inicia y termina en el seno del hogar y sea cuál sea la etapa en la que nos encontremos, llegará el momento cuando empieza el conteo regresivo, de repente todo cambiará y la lámpara que ilumina nuestro ser se apagará. Ojalá para entonces no terminemos con el lamento que da título a esta columna y que tomo prestado de la extraordinaria canción de Julio Iglesias: “Me olvidé de vivir”.
Orlando Salgado Ramírez
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