Cuando David Bowie se murió (sí, con el reflexivo y todo) estaba releyendo Los detectives salvajes por tercera vez. Recuerdo, fue enero. Que mes más horrible para morirse: el mundo está a medias, con un año pegado al trasero y otro que apenas cobra forma. Total, un caos. Claro, padecí la muerte de Bowie como mía: no de mía de mi cuerpo sino cercana a mí.
Bowie viene al caso porque tiene varias cosas relacionadas con Bolaño. Ambos están muertos y como tal, no tengo más remedio que resignarme a la pérdida de dos sujetos que solo podré conocer a través de su obra. Bolaño murió hace 15 años; Bowie, hace tres. Ambos comparte obsesiones comunes: la pérdida, el desarraigo, la pasión por la literatura y las referencias a la misma en sus obras. También, ambos se apagaron lentamente como una vela falta de oxígeno y dejaron tras de sí una estela de obras inéditas que poco a poco han salido a la luz.
Hay otra cosa en común entre Bowie y Bolaño: yo. Sí, suena ególatra; en este micromundo donde habito yo conecto los puntos “y le doy forma a la ausencia” como dice el poema de Margarita Lozada. Las ausencias marcan esta entrada y desde la ausencia de Bolaño escribo, una ausencia llena de memoria y de malos entendidos (la viuda, Carolina López, sigue peleando con la última amante de Bolaño). Una ausencia que trato de configurara con lecturas parciales de sus libros.
Navego por el internet. La madrugada es larga y el silencio me angustia. Lo lleno con voces. Recién inicié el octavo grado. El calor de la ciudad sofoca mis ganas de dormir. Florence and the Machine, una banda británica, me acompaña. Entro en un blog de fans de la vocalista que se llama Florence Welch. Hay una foto que me llama la atención, es Florence sosteniendo un libro; su cabello rojo derrama una luz particular sobre ese libro: 2666, Roberto Bolaño, escrito con tipología de calculadora ochentera. Es un libro gordo con pinturas religiosas atrás; un Apocalipsis en la portada. Pongo en el buscador el nombre del libro y, efectivamente, el Apocalipsis se desata. Antes había leído autores “canónicos”, así que descubrir a este autor se transforma en marea, en cambio, en temblor.
Me obsesiono. Soy así, busco su biografía, pocos datos: Nació en Chile en 1953. Su padre fue boxeador, su madre ama de casa. Algunos hermanos. Debieron desplazarse a México en 1973 debido al golpe de estado y asesinato de Allende; vivió en México durante varios años; allí fue fugaz, vital y profundamente joven. Me identifico, salvo por la vitalidad. Fundó, junto a Mario Santiago Papisquiaro, un movimiento literario. Los Infrarrealista se hacían llamar. Peleó con los dogmas de Octavio Paz. Luego se fue a Europa. Fue pobre. Trabajó en algunos campings como guarda. Vivió en Barcelona. Escribió y fumó. Fumó y leyó. Fumó y se sintió único. Fumó y participó en concursos literarios varios. Fumó y escapó a Blanes. Se enamoró. Fumó y fue mesero. Escribió. Toda su vida atravesada por letras. Murió en el 2003. Dejó tras de sí peleas con otros autores, dos hijos y una obra que navega entre los género (ensayo, poesía, novela, cuento) y los destruye. Fue una vanguardia de un solo hombre.
Me deja exhausto la lectura y la búsqueda. La noche pereirana es húmeda. Estoy sobrexcitado y no puedo dormir. Me prometo que faltaré a clase para buscar sus libros. Logro dormir unas pocas horas. No sueño nada.
Ese día empezó la cruzada que no se detendrá sino con mi muerte. Leí lo poco que había en la biblioteca (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce y Los detectives salvajes) . Debí esperar varios años para poder comprar sus libros, pasar hambre para leerlo; ser una rata pobre como él para poderle leer. Mi vida entró en una extraña linealidad con la suya. Empecé a leer a sus autores predilectos, a buscar sus raíces. Mencionar su bibliografía es vano, eso lo pueden leer en internet. Yo quiero hablar del Bolaño mío, del mío de mí, como dice Cristiana Rivera Garza en un libro sobre Juan Rulfo.
Ese Bolaño mío ha estado presente en varios momentos cruciales de mi vida. 2666 me acompañó al ingresar a la Universidad. Los detectives salvajes en mi grado del colegio. Amuleto en el nacimiento de mi hermana. Estrella distante cuando conocí a mi pareja. Bolaño describe un camino y también una espada. El camino para recorrer: enseña lecturas, expone autores y habla del horror con soltura. La espada para desbaratar los convencionalismo y derruir los lugares comunes. El Bolaño mío se ríe con claridad en la intemperie, no siente frío y es abrigo al tiempo que es la intemperie misma. El Bolaño mío no tiene miedo aunque las pesadillas lo destruyan. El Bolaño mío es el amparo de los solitarios y los malqueridos.
Es extraño y pasa con Bowie también: lo echo de menos sin haberlo conocido. Me jacto de tener casi toda su obra, pero en realidad no sé nada de él. Cada año nuevo releo 2666, empiezo 365 con más de 100 muertas, con amores furtivos y obsesiones. Lo leo y leo y sólo descubro mi propia impotencia. Fui a Madrid a buscar sus pocos pasos, no los hallé; fui a París a buscarlo en los Jardines de Luxemburgo, no había nadie. El tiempo le carga encima una especie de transparencia. Solo persigo su ausencia. Y a pesar de ello, es un Bolaño mío y por tanto inmarchitable.
http://elastillerodelasletras.com.uy/tormenta-de-mierda/
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