GONZALO DOMÍNGUEZ LOEDA
EFE | LA PATRIA | CÚCUTA
Centenares de colombianos con armarios, electrodomésticos e incluso animales de granja a cuestas, iniciaron el éxodo desde Venezuela ante el temor de que sus casas sean destruidas con todos los enseres que han acumulado en décadas de residencia.
La odisea para ellos se inició hace cinco días, cuando el presidente venezolano decretó un estado de excepción en la fronteriza región de Táchira, lo que puso a los colombianos en el ojo del huracán.
Desde entonces sus casas son marcadas con una "D" o una "R", "como en el holocausto nazi", según se repite como un mantra en Cúcuta.
Hasta esa ciudad llegan miles de deportados, repatriados y ahora por los senderos de forma clandestina ante la consabida sentencia que esas dos letras implican "derribo".
"Dentro de las casas que ya requisaron las marcaron con la 'D' y la 'R' y el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro dijo que todo eso va para el suelo", explicó Tania Paola Pérez Carrillo, una colombiana que abandonó su hogar.
Pérez, embarazada de cinco meses, tuvo que dejar su vida atrás y cruzar las trochas, además del río Táchira que forma la frontera entre Venezuela y Colombia.
Esa ruta, habitualmente utilizada por contrabandistas, se convirtió ayer en un mar de gente que carga lo que podía entre sollozos por la vida que dejan atrás.
Niños, ancianos y mujeres embarazadas o con bebés en brazos atraviesan el río bajo la aparentemente descuidada mirada de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) de Venezuela que parece haber abierto la mano ante este drama humanitario.
El cruce permanecía ayer alejado de la mirada de esos agentes que miraban hacia otro lado ante la presencia de centenares de colombianos que sacaban sus pertenencias.
Sin embargo, el riesgo está presente y, según Pérez, a la trocha "entraron encapuchados" que eran miembros de diferentes entidades venezolanas.
Habitualmente, el encuentro con las autoridades venezolanas se soluciona con un soborno, pero desde que la frontera se cerró por orden de Maduro el pasado miércoles la situación empeoró notablemente.
Maduro argumentó entonces que adoptó la decisión tras un ataque de presuntos contrabandistas, que abundan en la frontera, contra militares venezolanos que se saldó con tres militares y un civil heridos.
Como perros
Desde el pasado miércoles las autoridades detuvieron a ocho colombianos acusados de ser paramilitares, una sospecha que se extendió a todos ellos a ese lado de la frontera.
"No es posible que nos estén tratando así, somos seres humanos, no perros, dejé a mis cuatro hijos en Venezuela, el más pequeño tiene 15 meses, todavía come pecho y aún no me he podido comunicar", explico Laura Ramírez, que se encontraba en Colombia cuando se produjo el cierre fronterizo.
Ramírez, que permanece aislada de su familia al otro lado del río Táchira, denunció que no le dan información ni le dejan pasar al otro lado de la frontera, por lo que ni siquiera ha podido conocer en qué situación se encuentran sus hijos.
El camino que marca la "trocha" estaba ayer lleno de policías colombianos en los alrededores de Cúcuta, dispuestos a ayudar ante esta crisis humanitaria.
Arremangados y con sus uniformes, hacen fila en el río ayudando a los que se muestran más débiles, cargando los electrodomésticos y muebles más pesados y prestando su apoyo a quienes resbalan en la corriente del Táchira.
Los uniformados incluso cantan a coro el himno colombiano en un intento de levantar la moral de quienes abandonan el que ha sido su país de residencia durante décadas y ahora deben volver a su lugar de nacimiento.
Uno de esos colombianos que abandonó su hogar es Marlon, quien lleva 30 años viviendo en la localidad fronteriza de San Antonio, a la que llegó con solo cinco años y en la que se casó e inició una familia.
"Por ahora, la GNB a la persona que ven que pueden agarrar la agarran y la hacen pasar como miembros de grupos irregulares al margen de la ley", explicó.
Ante esa situación, "los colombianos están privados de la libertad, no pueden salir de sus casas, permanecen encerrados hay un pánico total", agregó Marlon, obrero de la construcción en Venezuela.
En su barrio, en la que habitan miles de colombianos, aquellos que no han sido deportados como él han optado por la vía de la "trocha" pese a que eso suponga dejar su vida atrás y comenzar desde cero.
"Me duele porque tengo tres hijos venezolanos, mi mujer es venezolana. Prácticamente he entregado toda mi niñez y mi adolescencia a Venezuela", concluyó.
Lo que viven los caldenses
Al menos 20 caldenses llegaron ayer a la frontera entre Venezuela y Colombia para hacer parte del grupo de colombianos deportados por el gobierno de Nicolás Maduro.
Una, oriunda de Manizales, le explicó a LA PATRIA por redes sociales que están en la fila esperando definir su situación. "Si nos ven filmando o tomando fotos nos quitan los celulares y hasta nos pueden golpear", expresó.
Lo que soportan en un largo proceso, explicó otro caldense. Primero los retienen, luego los investigan, los mandan a Migración y después a la frontera. Todo tarda entre tres y cinco días.
Los caldenses que retornan vienen de Caracas, Puerto de la Cruz, Maturín y Barcelona, todos son trabajadores informales, dedicados especialmente a la venta de mercancía a crédito en la calle y de productos esotéricos.
La mayoría son oriundos de Pácora, Aranzazu, Neira y Manizales. "Nos vemos enfrentados a humillaciones, maltratos psicológicos y ausencia de comida. Nos mandan solo con lo que tenemos encima", indicó otro caldense.
La manizaleña expresó que aprovecha para ir a un hotel cada que le dan la oportunidad, pero que lunes y martes sí estuvo de pie, día y noche, para poder salir.
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