Arcadio González
Colprensa | LA PATRIA | BOGOTÁ
“¿En qué tipo de sociedad un Director Nacional Anticorrupción es detenido por actos de corrupción? ¿Con qué lógica se llega a un puesto de gran responsabilidad y se arriesga todo por un fajo de billetes?”.
Esas son apenas dos de las reflexiones que se hacía esta semana el presidente Juan Manuel Santos al expresar su perplejidad por la detención del exfiscal Luis Gustavo Moreno Rivera, pedido, además, en extradición por la justicia de Estados Unidos por presuntos hechos de corrupción.
Sin embargo, tristemente ese no es el único escándalo de corrupción, al menos en las últimas semanas: un exalcalde de Montería preso; el Consejero Presidencial para las Regiones salpicado; 21 funcionarios de la Gobernación del Meta detenidos; tres magistrados del Tribunal de ese Departamento investigados; un funcionario de la MAP-OEA en la cárcel, lo mismo que el exsecretario de Seguridad de Medellín y el Contralor de Antioquia.
Además, 21 funcionarios de la DIAN en prisión y otros nueve policías en Bogotá vinculados al microtráfico, y un largo etcétera, parecería darle la razón al Presidente: “¿En qué tipo de sociedad estamos viviendo?”
La corrupción
Para tratar de entenderlo hay que recordar que a comienzos de este año la Contraloría General de la República reveló un informe según el cual la corrupción afecta cada año al Estado colombiano en 50 billones de pesos, es decir casi un billón de pesos por semana.
Por eso no es gratuito que en la última medición de Transparencia Internacional -febrero de 2017- Colombia haya ocupado el puesto 97 entre las 176 naciones más vulnerables a la corrupción en el mundo.
Con todo, cuando se trata de explicar por qué se habla de ‘corrupción endémica’ en nuestro país, las hipótesis son tan variadas como silvestres, comenzando por la del ‘gran filósofo’ Miguel Nule Amín, cuando afirmó sin tapujos que “la corrupción es inherente al ser humano”. Sin palabras.
“Esa es la afirmación de un corrupto, pero la casi totalidad de los colombianos somos gente de bien, sin desconocer que una gran parte del poder público y privado ha sido proclive a la corrupción, y ya sabemos en qué ha terminado”, advierte el senador del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo.
Empero, hay otra explicación más pintoresca aún, esta vez por cuenta de una matrona antioqueña de las épocas del Cartel de Medellín cuando le decía a su hijo: “Mijo, consiga plata, si puede honradamente. Si no, consiga plata”.
Es una teoría -agrega Robledo- que “ha ido creciendo con los años desde que aparecieron los grandes carteles del narcotráfico, pero no es la norma, es la regla solo para unos pocos corruptos”.
Porosa
También hay otras teorías más elaboradas, como la que plantea Elizabeth Ungar, directora por varios años del capítulo Colombia de Transparencia Internacional, quien habla de una “institucionalidad porosa” en la que hacen falta mecanismos más eficientes de control y sanción, y sobre todo el dedo acusador de la sociedad: “Aquí ha hecho falta una verdadera sanción social a las riquezas mal habidas. Eso es parte de la crisis moral de nuestra sociedad”, afirma la experta.
En la baraja también está la lectura que hace de este flagelo Gloria María Borrero, directora de la Corporación Excelencia en la Justicia, quien califica de “lamentable” los más recientes escándalos que afectan a servidores judiciales.
“En lo del exfiscal Anticorrupción (Moreno Rivera) hubo una falla del propio sistema en la verificación de antecedentes; las explicaciones que conocemos no son suficientes. Esto tiene que ser un llamado de atención para que la selección de altos funcionarios judiciales sea mucho más rigurosa, aunque es obvio que todo jefe de organismo trabaja con gente de su absoluta confianza, pero en este caso fallaron los filtros de seguridad”, sostiene.
¿Guerra perdida?
El panorama no es el más alentador para algunos expertos, pues se trata de un fenómeno estructural, endémico y enquistado en lo más profundo de la sociedad colombiana.
Para el analista Jaime Fajardo Landaeta, “Colombia está en deuda” en la lucha contra la corrupción, y se refiere específicamente a la derivada de la penetración del narcotráfico en todas las esferas de la sociedad.
“A veces se cree que la corrupción terminó con la captura o muerte de algunos cabecillas del narcotráfico, cuando la gente siguió conviviendo con el dinero fácil. Eso ha creado elementos culturales que han carcomido a toda la sociedad”, señala el experto.
Incluso, el senador Robledo habla de “corrupción sistémica”, entendida como “un fenómeno en el que no estamos hablando de unas cuantas manzanas podridas, sino de un sistema permisivo que genera un estado de corrupción muy, muy grande: hay negligencia y alcahuetería. Llevamos 50 años eligiendo a los mismos, siempre pasa lo mismo y seguirá pasando lo mismo. El problema no son los corruptos, el problema es que elegimos a los mismos corruptos”, afirma.
Lo peor, al decir de la catedrática Ungar, es que “la corrupción está muy enquistada, ya no solo en el sector de infraestructura sino ahora en la justicia, que antes era la Rama refractaria a la corrupción”.
Los más recientes escándalos muestran que son apenas un coletazo de lo que se viene, y que cobrarán cada vez más vistosidad, pues ya el protagonismo no es el conflicto armado sino otros problemas sociales que siempre han estado ahí, pero que estaban opacados por el ruido de la confrontación armada.
Al menos eso considera Fajardo Landaeta. “Las Farc ya no son la prioridad. A mí me parece muy bueno que ahora aflore más el problema de la corrupción, que es un problema endémico que ha carcomido a toda la sociedad. Es claro que hoy la discusión electoral no es la paz, sino la corrupción”, dice el experto, quien además se desempeña como Asesor de Paz de Antioquia.
Y no le falta razón, ya que sin el principal actor armado en el escenario y con un pie de fuerza muy grande, también cambian las necesidades. “Hoy, con un país sin guerra, la conciencia debe estar centrada en la gravedad de un fenómeno que no es nuevo, pero sí general, sistémico, que afecta a todas las instituciones, incluso al sector privado”, según la exdirectora de Transparencia Colombia.
Soluciones
Pero recobrar la confianza del ciudadano en sus instituciones requiere de varias tareas pendientes. Una, dice la Directora de Excelencia en la Justicia, es “fortalecer los mecanismos de selección, sobre todo de los mandos medios institucionales con una mayor rigurosidad, estudios de seguridad y concurso de méritos”.
Gloria María Borrero no está de acuerdo con quitarles las funciones electorales a las altas Cortes, porque eso podría “burocratizar aún más a la justicia”.
“Si se le dejan esas funciones al Presidente se fortalece el presidencialismo; si se le dejan al Congreso habrá más politización, y si se les deja a los jueces volvemos a la cooptación. En definitiva, no hay sistemas buenos o malos, los buenos o malos somos las personas que las aplicamos”, considera la directiva.
Otras sugerencias plantea el exprocurador general de la Nación Jaime Bernal Cuéllar. En su criterio, si bien es un fenómeno fuerte, es posible derrotar la corrupción de varias maneras.
“Primero, un sistema de selección de servidores públicos sin recomendaciones políticas, solo por concurso de méritos. Segundo, cuando haya algún indicio de corrupción se debe desvincular inmediatamente al salpicado. Tercero, reorganizar la Fiscalía de forma que cada jefe tenga un estricto control sobre su equipo de investigadores. Cuarto, tiene que revisarse la forma de elegir ciertos altos funcionarios que después pueden devolver favores políticos por su elección. Y, quinto, tenemos que construir un reproche social: usted ve que sale un corrupto de la cárcel y lo reciben con una caravana de carros como si fuera un desagravio”, sostiene Bernal Cuéllar.
De las preocupaciones en el corto plazo es la vigilancia de los recursos con que se va a financiar el posconflicto, las instituciones que se van a crear y los funcionarios que las van a dirigir.
“Si la implementación del posconflicto se deja permear, estaremos ante una verdadera catástrofe”, concluye Elizabeth Ungar.
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No es gratuito que en la última medición de Transparencia Internacional -febrero de 2017- Colombia haya ocupado el puesto 97 entre las 176 naciones más vulnerables a la corrupción en el mundo.
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