ALEXANDRA SERNA
LA PATRIA | MANIZALES
¿Quién fue el caldense Luis María Zuluaga Zuluaga para que se le hagan 300 preguntas a 86 personas sobre su vida?
Esto hace parte del proceso de su canonización, que se inició el año pasado y que servirá de insumo para el Tribunal Diocesano de la Arquidiócesis de Manizales, encargado de investigar que haya vivido las virtudes que propone la Iglesia Católica, especialmente la fe, esperanza y caridad (ver recuadro Pasos para reconocer a un santo).
A Zuluaguita, como se le conoce, lo llamaron santo antes de que muriera, en 1982. Fue un sacerdote admirado por sus pares, desde el alto jerarca hasta los seminaristas; seguido por los pobres y ricos, sanos y enfermos, niños y ancianos.
A las 3:00 de la mañana ya estaba despierto. Una hora después, el tañido de la campana de la Catedral, donde estuvo 55 años de su vida pastoral, indicaba que iniciaba su recorrido para repartir la Comunión entre los enfermos y aplicarles la Unción a los moribundos. Esto relata el libro El olor de la santidad, que compiló el presbítero Horacio Gómez, vicario episcopal para la Cultura y postulador para esta Causa de Canonización.
Alba Cardona de Peláez conoció toda su vida a Zuluaguita, sus papás la llevaban con frecuencia al templo, y sus demás familiares también le tenían mucho afecto. "Unas primas que vivían en el Centro, me contaron que mientras esperaban a que llegara el padre a darles la Comunión, veían una nube de hostias por donde él caminaba".
El padre Zuluaguita nació con el niño Dios, el 25 de diciembre de 1888, en Filadelfia. Con sus papás y hermanos pasó a vivir a Anserma, donde siendo joven vendió mercancía en las fincas. Su anhelo era ser sacerdote, pero sus padres no tenían los recursos para mandarlo al seminario a Manizales. Sin embargo, "una familia pudiente de la ciudad, los Cortés, lo acogieron en su casa y costearon sus estudios", relata el presbítero Gómez. Vivió en el sector de Hoyo Frío, en el Centro.
En la Catedral de Manizales fue vicario parroquial, la mano derecha del sacerdote Adolfo Hoyos quien promovió la reconstrucción de la mole consumida por el fuego en 1925 y 1926. "Mientras el padre Adolfo fue el hombre cívico por excelencia, Zuluaguita fue el artífice de la vida espiritual de la parroquia. Organizaba las procesiones, celebraba las misas y confesaba", agrega Gómez.
El confesionario fue su sitio predilecto. Algunos lo comparan con el francés Cura de Ars (San Juan María Vianney), que se hizo famoso en el siglo XIX por las filas interminables de personas esperando confesarse con él. Y si Zuluaguita no estaba perdonando los pecados en nombre de Dios, estaba diciéndole a la Virgen María que la quería mucho a través del Rosario. Siempre se le vio con camándula en mano.
"Era muy paciente y aconsejaba sabiamente", dice monseñor Fabio Sánchez, que compartió con él varias décadas. "No era regañón ni le alzaba la voz a las personas", agrega doña Alba. "Era corto y preciso", concluye el presbítero Efraín Castaño, que lo acompañó en sus últimos años en la Basílica. Todos coinciden en que nunca lo vieron de mal genio.
Ni siquiera sus enfermedades le arrancaron un gesto de disgusto. Esto se refleja en otro testimonio que incluye el libro, del médico Jaime Villegas, que lo atendió en el Hospital Geriátrico San Isidro: "tuve la sensación de operar a un santo. Jamás un ¡ay¡, una protesta o una petición".
Al parecer, lo único que cambió su semblante fue ver quemada la Catedral. "Una mañana, no recuerdo otra, lo vimos entristecido. Era que había caído convertida en cenizas la Iglesia de sus amores", escribió monseñor Gonzalo Muñoz, otro compañero. Detrás de su rostro serio había un alma bondadosa y accesible.
Como Cristo, compartió con los pobres hasta lo que no tenía, materialmente. Donde hoy está el ascensor para subir al Corredor Polaco funcionaba su oficina. En los cajones de un escritorio guardaba dinero y mercados que repartía a diario entre habitantes de la calle y otras personas que le pedían colaboración.
Quienes lo conocieron, dicen que los recursos que repartía como multiplicando los panes y peces en el evangelio provenían de las donaciones de particulares y de sus familiares adinerados. "Ellos sabían que dándole la plata iba a quedar en buenas manos. El sueldo que recibía le alcanzaba solo para vestirse", afirma Sánchez.
También fue caritativo con las palomas que llegaban al templo, y que aún permanecen. Les pagaba a los lustrabotas para que les consiguieran maíz. Algunos dicen que fue otro San Francisco de Asís.
Con su familia tampoco escatimó esfuerzos. Jaime Ramírez, un sobrino, cuenta que su tío fue acudiente suyo cuando vino a estudiar el bachillerato a Manizales. "Me insistía en que uno vivía el presente como un camino de corrección para el futuro. Siempre tenía un mensaje para darme".
La fuente de sus palabras sabias eran el Sagrario, donde está la hostia consagrada, y el Rosario. De rodillas empezaba y terminaba el día.
Esa riqueza espiritual se reflejaba, además, en su modestia para vestir. No se atrevió a cambiar su sotana por pantalones, y siempre que estaba en el templo usaba el roquete, una prenda blanca que se ponía encima. "Fue de un aseo y pulcritud excepcionales. Usaba loción y se hacía motilar cada ocho días", asegura Gómez.
Cuando murió, en febrero de 1982 (a los 94 años), su limpia sotana fue cortada en pedazos que se repartieron como reliquias. Estas son restos, pedazos de vestimenta u objetos de una persona considerada santa que son veneradas.
Zuluaguita también podría compararse con un bombero, pues más se demoraba en enterarse de una emergencia que en llegar al sitio de los hechos. Claro, en el plano espiritual. "A la mano mantenía un maletín negro y un sombrero para salir. Si el destino le quedaba muy lejos para ir a pie, pedía que lo llevaran en carro", relata doña Alba.
Agrega que cuando se agravó su abuela, por una úlcera, él llegó rápidamente para aplicarle la Unción de los enfermos. "Me pidió que rezáramos por ella porque ya se iba a morir. Sentada en la cama, la veía mejor, pero empezó a recostarse en la almohada y ahí quedó". No olvida este episodio porque minutos antes estuvo el médico de confianza, quien se fue antes de que llegara el sacerdote, y le había dicho que su pariente iba a fallecer.
Hasta en el Hospital Geriátrico, adonde llegó con cataratas y usando bastón, continuó con su misión. Confesaba a los otros pacientes y a quienes iban a visitarlo. Parecía incansable.
Fue tanta su "obsesión por la Confesión", en palabras de Castaño, que se escapó varias veces hacia la Catedral. En el libro se narra que una vez llamaron al arzobispo José de Jesús Pimiento informándole que Zuluaguita había desaparecido del centro asistencial. El jerarca respondió: "vayan a buscarlo a la Catedral y verán que lo encuentran sentado en el confesionario". Así fue.
Pese a su fama de santidad, no se jactó. Quizás esa rectitud de vida le corría naturalmente en la sangre, a juzgar por los seis beatos y tres siervos de Dios que aparecen en su árbol genealógico, según el libro. "El que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás", dijo Jesús (San Mateo 20, 26). Zuluaguita se hizo grande en los pequeños detalles.
Zuluaguita es siervo de Dios, que es el primer escalafón hacia la calificación de santo en la Iglesia Católica. Ese mismo grado se le reconoció a la madre María Berenice Duque, de Salamina, que fundó la congregación de las Hermanitas de La Anunciación. Beato es el pacoreño Esteban Maya, de Orden Hospitalaria San Juan de Dios (maneja en Manizales el hospital psiquiátrico), que murió como mártir en España. Lo mataron en la guerra civil de ese país, en 1936.
El sacerdote Horacio Gómez, que postuló al padre Luis María Zuluaga, explicó los pasos:
1. El obispo o arzobispo reúne a un grupo de sacerdotes y personas que conocieron al postulado para mirar si hay méritos, testimonios de milagros y devoción.
2. Se escribe un libro de la persona y se envía a la Conferencia Episcopal del país solicitándole el respaldo.
3. Si la Conferencia aprueba, se le envía el libro y la solicitud a la Congregación para las Causas de los Santos, que averigua si hay quejas de la persona. Luego se proclama siervo de Dios.
4. Se conforma el Tribunal Diocesano en la jurisdicción del postulado para investigar que haya vivido las virtudes. Las actas se envían a Roma, donde pueden declararlo venerable.
5. Una vez se pruebe un milagro científicamente se declara beato.
6. Si hace otro milagro, después de la beatificación, y se comprueba, lo declaran santo.
Si usted recibe un favor por intercesión del siervo de Dios Luis María Zuluaga puede comunicarlo a través del 8843344, ext. 122, o del correo: milagroszuluaguita@hotmail.com
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