MARTHA LUCÍA GÓMEZ
LA PATRIA | MANIZALES
La vida de Julio César López Toro estuvo marcada por la adversidad y la capacidad de salir adelante. Por su nombre quizá pocos saben quién fue, pero cuando se habla de El Joven, al menos unas cuatro generaciones lo identifican.
Lo único que no logró superar fue la covid-19, de lo que murió el pasado martes. Tenía 75 años. Nació en un hogar humilde de Armenia (Quindío) que llegó a Caldas a buscar oportunidades. Julio probó con varios oficios, pero las cosas no se daban y la pobreza los rodeaba.
A los 21, conoció a Rubiela Castaño, con quien se casó y tuvo cinco hijos, uno que falleció. Con el segundo hijo las necesidades abundaban, por lo que se pusieron a vender bolis y papas fritas por las calles y en las afueras de colegios, entre ellos el San Luis Gonzaga, a donde también llevaba a vender guayabitas peruanas, a $2 el puñado, recuerdan sus hijos.
Perros El Joven
Julio, que fue un emprendedor toda su vida, buscó como mejorar ingresos. Ningún hijo sabe de dónde sacó la receta para hacer perros calientes, producto que apenas llegaba a Manizales a finales de los 60.
“Mi papá se ingenió cómo hacer el pan y lo preparaba con mi mamá. Decían que la clave para los perros originales era la salsa de tomate, la mostaza y la cebolla bien preparada”, cuenta su hija Paula.
Con latas hizo un puesto y una estufa. Sacó un cuaderno en el que registraba los fiados de los estudiantes, y de ñapa era un consejero. Les escuchaba los problemas y siempre se supo los nombres de sus clientes.
Lo artesanal del puesto de perros le pasó factura. Un día sufrió un incendio y le quemó toda la carpa del negocio. Los padres de los niños recogieron plata y le ayudaron a que volviera a levantar el puesto.
“Un día cualquiera el rector del San Luis le dijo a mi padre: estos muchachos lo quieren mucho, por qué no coge la cafetería del colegio. Y así fue. Desde ahí lo llamaron El Joven, porque él siempre los saludaba q'hubo joven, venga joven...”.
Con el tiempo le fueron vinculando otros productos, como el maní de sal y de dulce, que su esposa le ayudaba a preparar.
Para la Santander
En 1988 Julio César consiguió una camioneta antigua de placas 0015, que ubicó frente al Multicentro Estrella por la Avenida Santander. La parte de atrás la adecuó como caseta y allí nació el negocio.
Sus hijos mayores le empezaron a ayudar, porque continuaban vendiendo en San Luis. Vivían en el barrio San Jorge y desde allí trasteaban todos los días en una carreta lo que necesitaban para preparar los perros calientes. Por la Avenida se catapultaron. Los fines de semana eran tres días en que se amanecían vendiendo perros, no dormían.
El esfuerzo de estos tiempos le permitió comprar una casa en el barrio El Sol, donde nacieron sus dos últimos hijos, entre ellos Camilo Andrés, el menor, que ya es el nuevo Joven, pues maneja el negocio con Luis Felipe, otro hermano.
Como ya era mucho trabajo, Julio César pensó que sería una buena opción llevarse el negocio para su casa, pero no fue una buena decisión. Empezó para atrás, allí murieron su suegra y cuatro meses después su esposa, lo que lo afectó demasiado.
Llegaron a San Rafael
“Nos vimos muy mal, la casa la hipotecaron. Papá caía y volvía y se levantaba, siempre fue así. De ahí pasó el negocio a Centenario, donde fue un fracaso total. Luego para Milán, a un local donde no había cocina, ni baño. Él se enfermó. Ya vino el local de San Rafael, donde lleva 15 años”, agrega Paula.
Hasta allí siguieron yendo los clientes de siempre, que hoy son abuelos. Hasta último momento proyectaba poner un restaurante, estaba ensayando comidas. Siempre les dijo a sus hijos y a una de sus dos nietas que no le tenía miedo a la muerte. El 9 de febrero tuvo que ser internado en un hospital porque contrajo covid-19, y 7 días después falleció.
El cuerpo de Julio César López fue cremado y las cenizas las entregan el 8 de marzo, cuando serán las exequias en la Catedral, con una eucaristía presidida por su sobrino sacerdote, Diego García. La misa del novenario es este jueves a las 6:00 p.m. en la parroquia San Jorge.
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