Óscar Veiman Mejía
LA PATRIA | Manizales
El padre Leopoldo Pelaéz Arbeláez se la ha pasado, desde que llegó a Manizales en los años 50, abriéndole puertas a la educación. Un día funda una universidad, luego participa para salvar otra, después crea un colegio, dicta clases de matemática, de teología, de latín, de griego, y no se cansa de graduar generaciones.
Las universidades Autónoma, de Manizales, Nariño, Católica del Norte están en su lista. Y hay más. El 15 de agosto pasado cumplió 53 años de ordenación sacerdotal y el arzobispo Gonzalo Restrepo le dio la misión de crear otra universidad.
Ese reto, entre otras actividades, servirán para retener en la ciudad, al menos por tiempos, al sacerdote que decidió irse a vivir a su tierra: una finca en Rionegro, donde nació y es feliz al lado de sus hortensias y el verde donde empieza el fértil oriente de Antioquia. Y de paso comparte en Envigado con sus siete hermanas, que hace rato le reclamaban su compañía.
Imagínense una casa de finca con tejas de barro y paredes en tapia, rodeada de tapetes amarillos de maíz, donde flores y árboles se mecen con el viento que baja de las montañas más verdes de las verdes. Vecina de una escuela donde los niños siguen a un maestro, reconocido en toda la región. También llena de historias lejanas, que la ubican como la vivienda más antigua de la zona.
Es difícil creer que en ese entorno no se tenga una infancia feliz. "Nací en la casa de teja más antigua de Rionegro, tenía 250 años. Recuerdo las cosechas gigantescas de maíz y como se desgranaba. Al no haber máquinas, colgaban un cuero con rotos, lleno de mazorcas, y los trabajadores lo cogían a garrotazos, así le sacaban los granos. Estudié hasta cuarto de primaria en la escuela de la vereda. Recuerdo al profesor Luis Delgado, hombre muy especial en la docencia".
Leopoldo Peláez y Morelia Arbeláez, sus padres, nacieron y vivieron por siempre en aquellas tierras, a cinco kilómetros de la cabecera municipal, de donde también surtían de leche a negocios de Medellín. Del matrimonio nacieron nueve hijos, entre ellos siete mujeres y dos hombres.
En qué momento, dónde o por qué le surgió a Leopoldo, el cuarto entre los hijos, la idea de tener una vida consagrada a Dios. Quién sabe. Esa es la respuesta de él mismo, pues donde vívía, en el límite de las veredas Chachafruto y Sajonia eran escasas las visitas de curas. "Es más, nunca íbamos a misa al pueblo".
El padre de Leopoldo era el presidente del Directorio Liberal de Rionegro. Algo que marcaría, en buena parte, la ruta religiosa que su hijo había decidido emprender en el Seminario Menor, ubicado en el sector de Buenos Aires en Medellín.
Transcurría la época de la violencia de partidos políticos. Ser liberal o ser conservador era la línea que definía el futuro de miles de personas en campos y ciudades.
"En el seminario hice el quinto de primaria". Las cosas se complicaron más adelante, cuando el arzobispo de Medellín dio la orden que los hijos de liberales no podíamos ingresar al Seminario Mayor".
Entonces, Leopoldo echó mano de un viejo recuerdo, que incluye a Manizales, y que se convertiría en su tabla de salvación. "Oía decir que monseñor Luis Concha Córdoba era un hombre muy liberal, no de partido, liberal de pensamiento".
El contacto para llegar a monseñor fue con una paisana que vivía en el barrio La Francia, enseguida de la vivienda del obispo. Leopoldo tenía 16 años. "Me recibieron en esa casa y me llevaron a hablar con él. Me escuchó el cuento y le dio risa. Muchacho estás recibido, me dijo".
De inmediato lo envió al Seminario Mayor, que estaba a cargo de los Padres Sulpicianos, considerados como los más expertos en el manejo de seminarios en el mundo.
"Cuando estaba en segundo de teología me dijeron que tenía que esperar dos años porque estaba muy joven. Como he sido muy buen matemático, me nombraron profesor en el Seminario Menor, allí estuve esos dos años".
Pasaron dos años. Ya sabía latín y griego. Se ordenó en 1962 y empezó su recorrido como pastor por los pueblos de Caldas. Su primera parada fue en Aguadas, allí era capellán en el templo de la Inmaculada y profesor en el colegio Francisco Montoya (hoy Marino Gómez) en una ruta que siguió por el mismo norte hasta llegar a Aranzazu.
"De allí pasé a San Daniel, corregimiento de Pensilvania, en la vía a Samaná. No había carretera, entonces caminaba todos los días desde las 5:00 de la mañana. Allí hice la iglesia y fundamos el colegio. En todos esos lugares encontré gente muy buena".
Retornó a la capital y al Seminario Menor como profesor y director espiritual, durante tres años. Luego estuvo como vicerrector del Colegio mayor de Nuestra Señora, en 1967 y 1968.
Los Padres Sulpicianos le hablaron de la posibilidad de estudiar en Europa. "Le pedí permiso a monseñor Arturo Duque Villegas. Me respondió jocosamente: "Vos ya no aprendes más".
El padre Leopoldo tomó su maletas y se fue, primero a Roma, donde se graduó en licencia en teología, y luego a Madrid, donde alcanzó el doctorado en teología en el Instituto de Teología Pastoral.
Tras su paso por el viejo continente, retomó la docencia en el Seminario Mayor con teología y latín, en el caso de este idioma no había quien lo enseñara. En ese momento les llegó la hora final a los seminarios menores en el mundo. "Se consideró, por razones de pedagogía, que no era conveniente que una persona desde muy niña estuviera dirigida solo a una vocación".
Su creatividad y visión por la educación se activaron de nuevo. Convirtió al Seminario Menor en un colegio aprovechando la infraestructura y la capacidad de enseñanza. Estuvo 11 años como rector.
Una nueva tarea lo llevó a su patria chica. Allí abrió la Universidad Católica del oriente de Antioquia, con énfasis agrario, algo que le encomendó monseñor Alfonso Jaramillo.
Su carta de presentación fue la creación de la Universidad Autónoma de Manizales. Esa hazaña la logró con otros manizaleños ilustres, en plena crisis mundial de la universidad pública.
"Estaban cerradas la de Caldas y la Nacional. Le propuse a un grupo de personas, entre ellas Néstor Buitrago, Gabriel Arango, Hernán Arango, que fundáramos una universidad. Y así la empezamos en las oficinas de Néstor Buitrago, en la Plaza de Bolívar".
El padre, hábilmente, la promocionó en el Semenor y en los otros colegios de la Arquidiócesis, la idea se regó entre los estudiantes de la época. Les decía a sus alumnos que se abriría una universidad para que tuvieran donde estudiar apenas terminaran el bachillerato.
"Luis Guillermo Giraldo (político liberal) nos facilitó la presentación ante el Concejo para solicitar que nos dejaran utilizar la estación del ferrocarril". El lugar estaba invadido por 27 familias, pero pronto pasaría a estar lleno de estudiantes y sueños.
En el Consejo Superior de la Autónoma se encontró con un nuevo reto: salvar la Universidad de Manizales que pasaba dos tragos amargos, quebrada y al borde del cierre.
Eduardo López Villegas, integrante del Consejo, le sugirió que tomara la rectoría de esta institución. "Le dije que primero hablara con el Arzobispo, que en ese entonces era monseñor José de Jesús Pimiento".
Recuerda que Pimiento lo interrogó, de manera firme y fría: ¿A ver qué es lo que usted quiere? Leopoldo le contestó: "no soy yo, son ellos los que quieren que sea el rector de la Manizales. Y Pimiento lo despachó con un "váyase". "Estuve tres años en la de Manizales y goza de cabal salud", así resume Leopoldo esa gestión.
Su experiencia en el mundo de la educación superior lo tienen también como cofundador de una universidad en Bogotá, con énfasis en inglés en cada carrera. Una de ese tipo le propuso la Arzobispo de Manizales cuando le habló de abrir una en la ciudad para el Eje Cafetero.
La idea lo ha tenido por estos días entre su finca en Llanogrande, en Antioquia, y Manizales. Precisamente de eso se hablaba cuando se sugirió un recorrido por la Universidad Autónoma para unas fotos.
En 15 minutos en unos 100 metros y entrando por la locomotora llegaron saludos por un lado y por el otro. Juan Carlos Restrepo, quien trabaja en los parqueaderos cubiertos de la institución, lo seguía con la mirada. Esperaba la oportunidad para estar cerca de él.
Unos metros más allá en la entrada al vagón, acondicionado como sala de estudio, apareció la estudiante Marcela Peláez; más allá Andrés López, coordinador de mantenimiento, y luego el médico de la institución, Jorge Augusto Salazar, además de estudiantes.
Lo recibieron con abrazos. "El padre es un personaje grande la ciudad, enseña y aplica valores", dijo el hombre de los parqueaderos. "Es un gran líder", comentó la estudiante de séptimo semestre de Odontología. "Ha sido fundamental para educar a varias generaciones de jóvenes, fue rector de Colseñora, por ejemplo", añadió el médico. "Destaco su gran visión, cuando creó la Autónoma sabía para dónde iba la educación en Manizales, ahí están los resultados".
El sacerdote concluye el esporádico paso por la Autónoma y se despide. Sin embargo, deja claro, que si bien está feliz con su familia y las hortensias en su finca en Antioquia, en Manizales su misión con la educación aún no ha terminado. "Seguimos atentos a lo que se pueda servir".
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