EFE | LA PATRIA | Jerusalén
El papa Francisco concluyó ayer su primera peregrinación a Tierra Santa con una reunión ecuménica con religiosos y una emblemática misa en el Cenáculo, el lugar en el que Jesús instauró la eucaristía y objeto de disputa entre el Vaticano e Israel.
La simbólica misa, de alrededor de una hora de duración y en varios idiomas, entre ellos el español, ha sido de las más emotivas de las que el pontífice ha celebrado en sus tres días de periplo por Tierra Santa, un viaje que se inició en Jordania y que le ha llevado también a Belén y Jerusalén.
Francisco ha recordado la importancia de esta sala, en el segundo piso de un inmueble que alberga también un santuario judío y uno musulmán.
"En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la Tierra", afirmó en una homilía ante personas de su séquito y líderes eclesiásticos de Tierra Santa, en su mayoría obispos y patriarcas de varios ritos.
Entre los invitados no cristianos destacaron el rabino Abraham Skorka y el director del Instituto de Diálogo Interreligioso, el musulmán Omar Abboud, que le han acompañado durante su histórica peregrinación.
Francisco dedicó la última jornada a reforzar el mensaje de "amor y fraternidad" del cristianismo que salió de aquella casa tras la última cena de Jesús con sus apóstoles.
"Nos recuerda (...) el lavatorio de los pies, que Jesús realizó como ejemplo para sus discípulos (...) significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido", afirmó sobre las cualidades humanas que busca para su Iglesia.
Y en una señal de advertencia destacó también que recuerda "la mezquindad (y) la traición", y que cualquiera "puede encarnar estas actitudes cuando miramos con suficiencia al hermano (y) lo juzgamos".
Situado en el Monte Sión de Jerusalén, extramuros, el Cenáculo estuvo durante dos siglos en manos de la Custodia franciscana de Tierra Santa, pero Suleimán el Magnífico lo expropió en el siglo XVI, y con la creación del Estado de Israel en 1948 pasó a estar bajo su administración.
Desde 1993, cuando Israel y el Vaticano establecieron relaciones diplomáticas, la administración del santuario está en el epicentro de las negociaciones, trabada por las susceptibilidades que despierta entre grupos nacionalistas judíos.
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