JAVIER GARCÍA
EFE | LA PATRIA | PEKÍN
La sociedad china cambió radicalmente en los últimos 30 años y las ansias de libertad que llevaron a las protestas de Tiananmen perdieron fuerza, diluidas en la mejora de la situación económica, el consumismo y una férrea censura que sigue sin permitir voces disidentes.
China ha multiplicado por treinta desde entonces su Producto Interior Bruto (PIB) y sacó de la pobreza a cientos de millones de personas, pero las libertades políticas están ahora más restringidas que entonces y los avances tecnológicos contribuyen a reforzar el control del régimen sobre los ciudadanos.
Pese a las desigualdades en el reparto de la riqueza y la coexistencia de inmensas fortunas con salarios todavía muy bajos, las encuestas reflejan que los chinos tienen un alto grado de confianza en su gobierno, con índices que duplican los de países como Estados Unidos, Reino Unido o Francia.
Si en otros contextos se considera que la emergencia de una clase media con alto poder adquisitivo va ligada a un mayor deseo de democracia, en China ese axioma no parece cumplirse.
Al ciudadano medio le preocupa aparentemente más dónde pasará sus vacaciones o qué nuevo modelo de móvil podrá adquirir que el no disponer de una versión diferente a la oficial de lo que ocurre en su país y en el mundo.
Los propios sucesos de Tiananmen, que el régimen se encarga de silenciar y sobre cuyos actos de conmemoración intensifica la censura cada vez que se acerca un nuevo 4 de junio, son desconocidos o muy lejanos en el tiempo para la mayoría de la población, especialmente para los jóvenes nacidos después de la masacre.
Y quienes sí los conocen e intentan recordarlos se enfrentan a la persecución, el exilio o la cárcel como Chen Bing, un joven activista condenado el mes pasado a tres años de prisión por etiquetar un licor con el nombre del "4 de junio" para conmemorar los sucesos.
Cuando prendió la mecha de las protestas en 1989 había cerca de un millar de presos políticos en China, ahora son casi 10.000, según las estimaciones de organizaciones como Amnistía Internacional.
Miedo
Desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2013 se recrudecieron la persecución de los disidentes y reforzado el control social, así como el de las redes y los medios de comunicación.
En la provincia occidental de Xinjiang, de mayoría musulmana, un millón de personas sospechosas de extremismo, según organizaciones de derechos humanos, están internados en los llamados "campos de reeducación política".
Los familiares de las víctimas mortales de Tiananmen -cuyo número sigue sin conocerse 30 años después y continúa oscilando entre cientos y miles- son vigilados o detenidos en cuanto se acerca el aniversario, cuando no obligados a pasar unas vacaciones forzosas lejos de Pekín.
El exilio obligado es de los métodos preferidos para combatir a los disidentes por el régimen, que prefiere que se vayan lejos del país a encarcelarlos y correr el riesgo de convertirlos en héroes.
Los dirigentes chinos parecen haber tenido éxito en inocular en la población la idea de que la estabilidad social conlleva prosperidad y es clave para el crecimiento económico y que, por el contrario, la democracia significa inestabilidad y crisis.
El mantra de la estabilidad, junto al del nacionalismo y la noción del "gran sueño chino" enarbolado por Xi -devolver al país al lugar destacado que un día tuvo en la historia- funcionan como el pegamento básico para la cohesión social.
Los cambios en estos 30 años han sido abismales: se han levantado gigantescas ciudades de la nada y se han construido colosales infraestructuras hasta el punto de que China dispone ahora de las mayores redes de autopistas, las más largas líneas ferroviarias de alta velocidad o los más punteros sistemas de metro del planeta.
Sin embargo, el índice de Gini, que mide la desigualdad en la distribución de la riqueza, ha empeorado 15 puntos desde 1989.
Desigualdad
El abrazo al capitalismo ha creado inmensas fortunas, cimentadas en el trabajo a destajo de millones de trabajadores mal pagados que han hecho de China la fábrica del mundo en los últimos 20 años.
Si bien las remuneraciones en los puestos cualificados de las grandes empresas se han incrementado en los últimos años, persisten todavía niveles salariales ínfimos que difícilmente dan para costear los altos precios de la vivienda en ciudades como Pekín o Shanghái.
La desigualdad de renta es especialmente pronunciada entre la costa y el interior del país, así como entre las ciudades y el campo.
La ralentización del crecimiento económico chino en el último año puede representar un problema para las clases dirigentes si trae consigo el estancamiento de la mejora en los índices de bienestar.
En 1989 en Tiananmen, tras ganar el sector duro el debate en el seno del Partido Comunista, se impuso la opción de reprimir violentamente las protestas.
Represión política y apertura económica han ido de la mano desde entonces. El bienestar generado por una compensaba los sinsabores de la otra. La cuestión es saber si un parón económico será capaz de mantener todavía esa dualidad.
Control
200 millones de cámaras de videovigilancia, una amplia red de espías y el dominio total del ciberespacio son ingredientes usados por el Gobierno chino para mantener controlada a su población.
Sitios web como Google, Facebook y Twitter están censurados en el país asiático, mientras que desde 2017 todas las plataformas en línea - como blogs, foros y aplicaciones - deben pasar por un consejo editorial del PCCh.
Asimismo, los debates en redes sociales están estrictamente controlados por el Gobierno y sus operadoras, como Tencent y Baidu, que no vacilan en borrar cualquier perfil o contenido controvertidos, como evidencian los 24,7 millones de mensajes eliminados y las 3,6 millones de cuentas cerradas en lo que va de año. Los administradores de los grupos de WeChat, el equivalente local de WhatsApp, son responsables legales de lo que se escriba en sus chats.
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