LUCÍA LEAL
EFE | LA PATRIA | WASHINGTON
El vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, es la voz más visceral en la Casa Blanca, un político guiado por el impulso y la intuición que ayer, tres décadas después de su primer sueño presidencial, se rindió finalmente ante las señales de que le sería imposible llegar como titular a la Casa Blanca.
Después de meses de rumores, Biden renunció ayer a emprender su tercera campaña presidencial y competir por la candidatura demócrata en las elecciones del 2016, una carrera dominada respecto a encuestas y financiación por la ex secretaria de Estado Hillary Clinton.
Con 72 años y cuatro décadas de carrera política a sus espaldas, a Biden le ha costado hacerse a la idea de abandonar el poder el mismo día en que el presidente Barack Obama deje la Casa Blanca, después de ocho años haciéndole sombra en el Despacho Oval.
Tomar una decisión respecto a las próximas elecciones le ha costado al menos dos años, y en ese proceso ha sido crucial el hecho de que su hijo Beau, fallecido de un tumor cerebral el pasado mayo, le animara a competir por la Presidencia.
La reflexión del vicepresidente sobre las elecciones ha coincidido con el duelo de su familia, complicando una decisión en la que, finalmente, ha pesado más la falta de tiempo para orquestar una carrera exitosa en un país donde las campañas duran años.
Metepatas
La vehemencia de Biden ha sido el factor definitorio de su vida política: mientras unos lo aplaudían por honesto y genuino, otros lo tachaban de impulsivo y metepatas.
La contraposición entre el cálculo de Obama y el ímpetu de Biden es para muchos el principal activo de la dupla presidencial actual, definida por el exvicepresidente Walter Mondale: "Como un matrimonio sin posibilidad de divorcio, pero que vive en casas diferentes".
Al número dos de Obama le costó hacerse al papel de subalterno de alguien a quien triplicaba en experiencia, y no dejó de recordar con algo de nostalgia los días en los que era su propio jefe.
Pero este veterano exsenador supo adaptarse a un cargo en el que las responsabilidades definidas son pocas y la misión tiene la vaga descripción de servir de respaldo al presidente.
Cuando Obama le propuso ser su mano derecha, Biden puso una sola condición, según confesó en 2008: "En cualquier decisión clave, económica y política, pudiera estar en la habitación".
Ahora, el exsenador asegura que suele ser el último en abandonar cualquier reunión en el Despacho Oval y en ellas, fiel a su carácter franco, nunca teme llevar la contraria al presidente.
Con él ha tenido desencuentros sonados, como ocurrió con su consejo de no impulsar la reforma sanitaria en un momento de dificultad económica o cuando recomendó no lanzar la operación que mató a Osama bin Laden en mayo del 2011.
Pero una vez en marcha, Biden se convirtió en el defensor más ferviente de esas políticas, y en 2012 dijo que el ataque contra Bin Laden fue la decisión más audaz que nadie ha tomado "en 500 años".
Pese a su amplia experiencia, la lengua sin tapujos de Biden le ha jugado algunas malas pasadas y ha puesto las cosas en bandeja a quienes le buscaban las cosquillas.
Esa tendencia a prescindir del guión también sentó las bases para un cambio trascendental: en mayo del 2012, Biden afirmó que se encontraba "absolutamente cómodo" con el matrimonio homosexual.
Poco después, Obama se vio obligado a reconocer su apoyo a las uniones del mismo sexo, generando una corriente que culminó en la decisión del Tribunal Supremo de legalizar el matrimonio gai en todo el país.
Destacado
* En 1988, compitió por la Presidencia por primera vez, pero no pasó de las primarias porque se descubrió que había plagiado un discurso, un borrón en su expediente que lo persiguió desde entonces.
* En 2008 lo volvió a intentar y se llevó el segundo premio: quedarse apenas a un paso del cargo con el que tanto soñó y que, finalmente, se le escapó de las manos.
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