LA PATRIA | MANIZALES
No sentirse deseado, ser diferente a los demás, no poder decir lo que siente por timidez y los problemas con la familia pueden que le generen ganas de llorar, pero a los personajes de El corazón de la cebolla, las lágrimas no se les da, ni picando cebolla.
Malayerba, de Ecuador, se despidió ayer de las tablas con esta obra del argentino Arístides Vargas, director de la compañía, quien se basó en la novela El tambor de hojalata para hacer esta puesta en escena de 90 minutos.
En ella se dan cita los protagonistas en un restaurante, que tiene el título de la obra, y cada día cambia su menú. Por ejemplo, un día es para la sandía, fruta que atrae a las parejas; otros para la cebolla, ese ingrediente indispensable en la cocina para que las familias lleguen, hablen, platiquen sus dilemas y cómo dice el mesero del restaurante, lloren sin problema porque llorar en familia es mejor. El último plato trae de todo un poco y está dedicado a las relaciones con los amigos con quienes se habla de todo y por todo.
El corazón de la cebolla planteó que las dificultades o problemas por los que pasa alguien no solo se viven a puerta cerrada, sino que las emociones también traspasan lo social afectando las relaciones personales con los demás.
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