El amor de las luciérnagas, con luz propia

Es una comedia sobre la búsqueda de uno mismo. Obra de viaje con tintes mágicos y conmovedores.

Sonrisas, rostros de satisfacción, se veían a la salida del Galpón de Bellas Artes. El amor de las luciérnagas, no fue intermitente como la luz fosforescente que despide el insecto, sino que fue vertiginosa. Los espectadores no tenían tiempo de parpadear, sus diálogos veloces y precisos, fluidos y poéticos, lograron cautivar al público que asistió a la función de Los Guggenheim, grupo mexicano que abrió la toma azteca en el Festival Internacional de Teatro.

Tres actrices le dan vida a María, abarcando desde su adolescencia hasta su madurez. Ella, una joven escritora de teatro para niños, realiza un viaje interior y exterior para encontrarse a sí misma. En Noruega, lugar a donde viaja, después de una decepción amorosa, escribe un encuentro ficticio con otra María, a quien le pide que se haga cargo de su vida. Un día después descubre que lo que escribió se ha vuelto realidad al encontrarse con su doble, quien decide adueñarse de su vida. En compañía de Lola, su mejor amiga, comienza una búsqueda de ella misma.

La obra se construye a partir del actor y el texto, la narración sirve para que los intérpretes construyan espacios, anécdotas y cuenten acciones que serían complejas de realizar en el escenario, ambos conviven de tal manera, que bajo 200 bombillos que representan las luciérnagas, las actrices utilizan solo tres maletas, una silla, y dos teléfonos para escenificar llamadas con las que logran saltos temporales entre Noruega, Xalapa y Guatemala. Finalmente María reencuentra la fe en sí misma y descubre qué quiere hacer con su vida.

La obra llevó de un lado a otro al espectador, a tal punto que logró conmoverlo y sacudirlo de su silla, a partir del humor negro lo transportó del sufrimiento al gozo hasta llegar a la reflexión del encuentro consigo mismo.