Rituales en la tauromaquia, antes y durante la fiesta brava

Garapullo*

Todos los seres humanos tienen al menos un ritual que lo practican durante la mayor parte de su existencia, lo conservan, lo defienden y nunca pretenden modificarlo en la esencia del valor que tiene para ellos.

Los rituales son comportamientos públicos o privados que pueden ser entendidos o no por los demás.

Los rituales llegan a ser parte de la personalidad de cada quien, y cuando faltan quien los practica siente el abandono de parte de su razón con la consiguiente pérdida de su propia identidad.

Hay personas que por su profesión u oficio comparten rituales, estos se practican axiomáticamente porque muchos consideran que el triunfo o el fracaso dependen del cumplimiento de estos mandatos tácitos, heredados de otros o aprendidos de otros más.

La soledad interior

Los artistas tienen una especial consideración con los rituales, los cuales deben ser diferenciados de simples o complejos agüeros que no pocas veces hacen de la vida cotidiana o artística verdaderos suplicios, muchas veces incongruentes para los demás.

Aunque se dude de que la tauromaquia es un arte, porque no siempre es evidente en todo aquel que toma una muleta o un capote para torear.

Desde lo grotesco hasta lo sublime se da en tauromaquia y ello no depende de la edad, ni de la alternativa, ni de los momentos especiales en la vida de un torero.

Excelentes toreros tienen sus etapas desconcertantes y novilleros pueden demostrar maneras y faenas que deslumbran por la plasticidad.

Desde los inicios el maletilla, el novillero y luego el torero en sus inicios, luego del doctorado se ajustan a los principales rituales que le son propios.

Quien se dedica al toreo siente la soledad interior que sólo es rota por los momentos de éxtasis personal ante su faena o quizá ante la presencia y ejecutorias de otro torero. Esa soledad es conocida de ellos y la defienden porque son momentos de inmenso compromiso consigo mismos ante lo que puede suceder en una plaza frente a cualquier animal que permita el toreo o el remedo de él.

Antes de la salida al ruedo

Los momentos cruciales de los rituales en una corrida de toros comienza con la incorporación en el cartel por cuanto en la medida que se asciende en la connotación torera va exigiendo que otros toreros abran plaza o sea que ocupen el primer lugar de lidia. Los toreros de trayectoria ascendente o en el cenit de su profesión tienen aversión a abrir plaza porque consideran que el público a pesar de lo expectante ante su presencia se encuentra frío y en este caso lo menos es un ritual.

Posteriormente la selección del traje, cuando se tiene más de uno, ya sea realizada por él o por su mozo de espadas, se constituye en una decisión cargada de historia y sentimientos.

Llega el momento de vestirse y quiere guardar el más profundo silencio, sólo su mente deseando una tarde sin lesiones o muerte y la esperanza de triunfar. La soledad sólo permite uno o máximo dos de sus más íntimos miembros de la cuadrilla. El paso a paso de vestirse no tolera intromisiones.

En la plaza lo espera el oratorio al cual puede acercarse, pero allí también quiere estar sólo. La devoción prima en estos momentos, no quiere oír ni hablar de nada.

Cuando se convoca a la puerta de cuadrillas para el paseíllo, cada quien desea lo mejor a los otros alternantes y a sus cuadrillas, y si está en solitario, a su cuadrilla.

En el ruedo

La ubicación en la plaza durante la faena de los otros alternantes no es un ritual, es una tradición que se observa durante toda la corrida. Es casi una obligación mantener el comportamiento taurino durante la lidia de otros ejemplares.

El brindar se ha convertido en un ritual cuando observa que las condiciones del toro y de la plaza le pueden permitir una faena adecuada de muleta.

Las vueltas al ruedo en hombros y las salidas de la plaza en esa misma forma, son un premio esperado por quien ha conseguido un triunfo, se debe preparar para ello de la adustez a la sonrisa, aunque su corazón esté triste.

*Aficionado.