José Miguel Alzate*
¿Qué es la celotipia? El diccionario de la Real Academia de la Lengua la define como “Pasión de los celos”. Pero cuando uno como lector advierte que el personaje de la novela Recordando a Bosé, de Orlando Mejía Rivera, tiene una actitud grosera con su novia, comprende que más que pasión es una forma de manifestar que quedó marcado por un hecho que le tocó ver cuando era niño. Ricardo Valenzuela, el personaje narrador de esta novela que tiene a Manizales como espacio geográfico, narra al final el incidente que despertó en él la celotipia. Una noche, asustado porque vio fantasmas en un sueño, le pidió a la mamá que lo dejara dormir a su lado. Cuando despertó, se encontró una cabeza de icopor cubierta con una peluca, y dos almohadas debajo de la cobija.
El relato de este episodio aparece en el capítulo 27. Un domingo, Valenzuela se encierra en su cuarto a escuchar La pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach. De pronto empieza a hacerse preguntas sobre por qué el trato injusto que le dio a Rosana, su novia. Recuerda entonces las palabras que ella le dijo cuando la trató de ramera: “No tienes motivos para dudar de las mujeres, no tienes experiencias traumáticas que te hagan desconfiar de mí”. Es ahí cuando se sienta a escribir esas trece páginas donde narra su vida de niño, sus experiencias en la finca El Limonar y su descubrimiento del engaño de la mamá. La vio bailando con un amigo en la casa, traicionando a su papá. De ahí le quedó el trauma. El mismo que manifiesta contra Rosana.
Es casi el mismo drama que vive su compañero de universidad, Jorge Isaza. Para él, todas las mujeres son fáciles de llevar a la cama. Valenzuela conoce su situación un fin de semana en que él lo invitó a Armenia. Antes de llegar a la casa, Isaza le dijo que lo acompañara a la galería. Al llegar allí, entran a un bar y piden de a cerveza. De repente, el amigo le pide a una de las mujeres que atienden las mesas que le llame a Zulia. Ricardo se sorprende con la actitud de su compañero. Cuando la mujer llega, maquillada “como un payaso grotesco de circo pobre”, vistiendo una minifalda que le dejaba ver sus venillas azulosas, mostrando un vientre que “parecía a punto de explotarle el broche de la falda”, Jorge la increpa con palabras soeces. Al preguntarle quién es esa mujer, le contesta: “Mi madre”.
El lector va conociendo a Ricardo Valenzuela a medida que avanza en la lectura de Recordando a Bosé, una novela escrita en primera persona donde el personaje cuenta por qué quiere suicidarse. Una noche llegó borracho a Tico Tico, en Arenales, una zona de tolerancia que hubo en Manizales, y trató mal a tres personas que estaban tomando licor. Quería dar motivos para que lo mataran, y así evitarse la tragedia de tener que matarse él mismo. Pero rueda con suerte: uno de los que estaban en la mesa era el jugador de fútbol Américo Lobatón. Cuando el estudiante de medicina le dice que quiere acabar con su existencia, el jugador que metió el gol del empate en el partido Colombia-Rusia en el Mundial de 1962 en Chile le hace ver que no hay razones para que un joven de su edad quiera quitarse la vida.
Los dos personajes de la novela quedan odiando a la mamá. Jorge Isaza porque le tocó ver cómo ella abandonó un hogar donde lo tenía todo: amor, comprensión, ternura. Y un esposo que siempre quiso lo mejor para ella. Zulia se dedicó a la prostitución porque ese era su deseo, no obligada por las circunstancias. Simplemente, tomó ese camino porque le gustaba esa vida. En el caso de Ricardo Valenzuela, la mamá nunca se fue de la casa. Y como si tuviera un complejo de culpa, trata de borrar su desliz atendiendo al esposo con cariño, y brindándole al hijo ternura. Sin embargo, este no le perdona. Sólo cuando regresa a la casa para celebrar el año nuevo siente la necesidad de perdonarla. Entonces le da un beso en la mejilla. Con ese beso intenta olvidar la escena que vio cuando era niño.
Recordando a Bosé narra, entre otras cosas, una historia de amor. Pero es una obra que tiene grandes connotaciones artísticas, porque es un paseo entretenido por el pensamiento de grandes escritores. Un poeta sin libro, Jaime Arias, homosexual, que dice llevar veinte años escribiendo una novela, habla de sus lecturas. En esos diálogos se descubre a un intelectual que se ha pasado la vida leyendo. Y, sobre todo, entendiendo lo que lee. La exposición que hace sobre 1984, el libro de George Orwell, es brillante. Dice que esta obra logró anticiparse al futuro de la civilización, porque el partido del “Hermano mayor” controla a la opinión pública a través del dominio absoluto de los medios de comunicación. Arias dice que Edgar Allan Poe murió víctima del trago, tirado en una calle.
En el libro Literatura de Caldas 1967-1997 Roberto Vélez Correa dijo que La casa rosada, novela con la cual Orlando Mejía Rivera obtuvo en 1996 el Premio Icfes Cres Centro de Occidente, es una obra donde “es notable el bagaje médico que sirve de materia prima para la sustentación de la historia”. Lo mismo puede decirse de esta novela que se crece ante el lector después de las primeras páginas porque se descubre un narrador que tiene la capacidad de conducirlo por la vida de un muchacho que quiere ser médico. En Recordando a Bosé son muchas las referencias a las clases en la universidad. El narrador nos lleva de la mano por ese mundo de dificultades que enfrenta un estudiante de medicina para poder obtener el título.
Sorprende en la novela que un joven de apenas dieciocho años tenga una sólida formación intelectual, que haya leído escritores reconocidos, que tenga tantos conocimientos de filosofía. El lector que conozca a Orlando Mejía Rivera puede pensar que Ricardo Valenzuela tiene mucho de él. El tiempo cronológico coincide con la época en que el ahora médico escritor ingresó a la Universidad de Caldas. Otras coincidencias: su pasión por los libros, su formación como discípulo de Hipócrates y sus enamoramientos en los años de estudiante universitario. El novelista se toma licencias para contar cosas de su vida a través de los personajes que crea. Recordando a Bosé es una novela llena de claves autobiográficas, que cautiva por la solvencia literaria del lenguaje.
*Escritor.
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