Por: Adriana Villegas Botero
En La casa tomada, uno de los cuentos más famosos del argentino Julio Cortázar, dos hermanos se ven obligados a clausurar espacios que acostumbraban habitar porque unos intrusos de los que sabemos casi nada empiezan a desplazarlos. Lo que al principio intuimos como una presencia fantasmal dentro de la casa, que produce ruidos o mueve sillas, de manera paulatina se apodera con fuerza de cuartos y pasillos, al punto de obligar a Irene y a su hermano a abandonar su casa de toda la vida, porque otras fuerzas ahora la habitan.
No tengo clara la asociación inconsciente por la cual La Casa Rosada, de Orlando Mejía Rivera, me evoca a La casa tomada, el cuento de Cortázar. Quizás ocurre porque el autor de Rayuela y el palacio presidencial argentino, conocido como La Casa Rosada, son dos íconos de ese país. Pero quizás, en el fondo, la relación no es tan superficial y los dos relatos guardan una conexión más estrecha: en la novela de Orlando Mejía Rivera tres personajes, Carmen, Guillermo y Jorge, se ven obligados a abandonar la vida que tenían, al igual que Irene y su hermano, porque aparece un intruso que no se menciona con nombre propio. Un virus se entromete en sus organismos y los invade de manera paulatina. Los cuerpos de Carmen, de Guillermo y de Jorge son casas tomadas.
En las primeras páginas de La Casa Rosada una historia clínica nos advierte que Guillermo tiene 37 años y por ahora es asintomático; Carmen tiene 30 años y está en fase intermedia, con enfermedad manifiesta, y Jorge, de 48 años, tiene la enfermedad en una fase avanzada. ¿Por qué éstos y otros 93 pacientes de La Casa Rosada tienen que vivir aislados? ¿son 96? ¿por qué no oímos las voces de los demás? ¿dónde están? ¿son una amenaza epidemiológica? ¿social? ¿tienen cura? ¿por qué casa y no clínica u hospital? ¿por qué rosada? Las respuestas a estas preguntas no se presentan de manera explícita. El escritor se guarda algunas y las otras las va dosificando entre líneas, a partir de las transcripciones de las sesiones que Guillermo, Carmen y Jorge tuvieron con su psicoanalista Pedro Fandiño hace 30 años. El libro nos informa que La Casa Rosada se fundó en febrero de 1999 y estuvo abierta hasta los ¿fatídicos? ¿felices? hechos del 31 de diciembre de ese año. Agrega que la publicación de los archivos la realiza en 2031 un amigo personal y profesional de Fandiño, en la editorial Cantos de Sirena, de Andrés Brad.
La novela se presenta entonces como una estructura fragmentada, una serie de piezas escritas en tiempos distintos, que el lector debe ensamblar: seis monólogos de Carmen que se intercalan con cinco de Jorge y tres de Guillermo. A ellos se suman unos fragmentos del diario de Pedro Fandiño y todo esto se complementa con una introducción del amigo de Fandiño, un epílogo, una nota del editor Andrés Brad y las ya mencionadas historias clínicas. El conjunto de estos fragmentos constituye un caleidoscopio que permite varias lecturas sobre la obra, según cómo se aborde.
La Casa Rosada fue la primera novela publicada por el médico y escritor colombiano Orlando Mejía Rivera. En 1996 el acta del jurado del Concurso de Novela Icfes Cres Centro Occidente, firmada por Jorge Eliécer Pardo y Jaime Echeverry, la definió como “una intensa novela cuyo tratamiento no sólo del lenguaje sino de los distintos aspectos de la cultura, la ubican dentro de las nuevas tendencias de la literatura de finales del presente siglo porque en ella se plantean temas que agobian a gran parte de los hombres de hoy y alertan a los del próximo milenio”.
Gracias al premio obtenido, en agosto de 1997 la Editorial de la Universidad de Caldas lanzó un tiraje de 1.000 ejemplares. Once meses después, en julio de 1998, el reconocimiento nacional le llegó a su autor cuando ganó el Premio Nacional de Cultura con su segunda novela, Pensamientos de Guerra, que solo fue publicada hasta el año 2000. Es decir que durante más de dos años todo aquél que quiso leer la producción literaria del premiado Orlando Mejía Rivera debió remitirse a La Casa Rosada. Los mil ejemplares se agotaron pronto y la novela empezó a circular de mano en mano. Nunca más, hasta ahora, había vuelto a reeditarse.
Conocí a Orlando Mejía Rivera en una entrevista que le hice para El Espectador en julio de 1998, cuando ganó el Premio Nacional de Cultura. En dicha conversación de sábado por la tarde en la sala de su apartamento en el Edificio El Carretero de Manizales, con sus hijos pequeños acosando para que el diálogo terminara pronto y su papá pudiera cumplirles la promesa de llevarlos a cine, Orlando me habló de dos elementos que considero claves para comprender mejor no sólo La Casa Rosada sino también su obra literaria posterior: su relación con la medicina y la muerte, y su gusto por la ciencia ficción.
En esa charla recordó que la profesora de la escuelita a la que asistió en una zona rural de la Sabana de Bogotá le preguntó una vez qué quería ser cuándo fuera grande. El niño Orlando, que en ese entonces no tenía cinco años, respondió con seguridad que quería ser escritor. Lo dijo con convicción, sin importar que aún no supiera leer ni escribir.
Cuando pudo juntar letras, palabras y frases se aficionó a la lectura y a los 11 años descubrió la ruta para cumplir su sueño, en las páginas de La Comedia Humana, de Honoré de Balzac. Allí un personaje le dice a un aprendiz: “Si usted quiere ser escritor, tiene que ir a los servicios de urgencias de los hospitales de caridad de París, para que se dé cuenta de cuál es la realidad humana”. Orlando Mejía interpretó que Balzac le hablaba a él y decidió entonces “estudiar medicina por razones literarias”, según me explicó.
Se graduó en la Universidad de Caldas y para la época en que escribió La Casa Rosada ya tenía una experiencia de diez años como tanatólogo. La muerte para él no era únicamente un tema literario: era un asunto cotidiano a partir del contacto con sus pacientes; una práctica profesional que trascendió a la esfera personal. “La muerte está detrás de toda idea de amor y de poder. Y, para mí, pensar la muerte ha sido fundamental para tratar de ser un hombre libre, porque la libertad nace de que cuando uno sabe que se va a morir intenta ser lo que quiere ser en su vida”, me dijo en la entrevista para El Espectador.
La Casa Rosada es una novela sobre enfermos terminales. Esa puede ser una lectura y en eso se emparenta con La Montaña Mágica, de Thomas Mann, libro del que se ocupan varias páginas de la novela de Orlando. También cita a La Peste, de Albert Camus; La Metamorfosis, de Franz Kafka; Crimen y Castigo, de Fedor Dostoievski; La Divina Comedia, de Dante Alighieri, El guardagujas, de Juan José Arreola; Respiración artificial, de Ricardo Piglia y La muerte de Virgilio, de Hermann Bosco, entre otros. Es un libro sobre enfermos terminales pero es también una novela en la que sus personajes cuentan historias como terapia, para exorcizar demonios o para sobrevivir, tal y como ocurre en El Decamerón, de Bocaccio y Las mil y una noches de Sherezada, obras que también se citan en La Casa Rosada.
Sin embargo, decir que es una novela sobre la muerte, los enfermos terminales y las historias que narran, dejaría por fuera el otro elemento clave en la obra de Orlando Mejía Rivera: su interés por la ciencia ficción.
Antes de La Casa Rosada, Orlando había publicado en 1995 un cuento titulado El asunto García, que fue incluido en la Primera antología de ciencia ficción colombiana, en el año 2000. El cuento se ubica en El Bogotazo, hecho luctuoso en el que fallece un estudiante de apellido García, a quien le encuentran entre sus pertenencias apuntes con ideas para un poema épico o relato futuro, en el que se lee: “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el (general) coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde (distante) remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo”.
Por este homenaje a Gabriel García Márquez supuse que el Nobel sería el primer nombre que mencionaría al preguntarle por los escritores colombianos que le interesaban, durante aquella entrevista que le hice en 1998. Sin embargo, dijo cuatro nombres inesperados: recomendó al también médico manizaleño Octavio Escobar Giraldo, quien en 1997 ya había ganado el Premio Nacional de Cultura; a Héctor Abad Faciolince, quien para ese entonces sólo había publicado Asuntos de un Hidalgo Disoluto y Tratado de culinaria para mujeres tristes; al filósofo, ensayista y crítico Rafael Gutiérrez Girardot y al cuentista y editor René Rebetez.
René Rebetez fue el autor sobre el que más se extendió. Dijo que su obra era injustamente desconocida en Colombia, que La nueva prehistoria y Ellos lo llaman amanecer y otros relatos eran libros que le habían dejado una huella profunda y que a su juicio era una lástima que Rebetez no fuera más leídos en Colombia. (Casualmente, Rebetez murió el 30 de diciembre de 1999, es decir un día antes del final futurista de La Casa Rosada). Luego, el diálogo con Orlando fluyó hacia Julio Verne, H.G.Wells, Philip K. Dick, Jack Vance y Theodore Sturgeon, autores que devoró desde muy joven, y que complementó con películas de todo tipo, empezando, por supuesto, por las de ciencia ficción.
La Casa Rosada es una novela de ciencia ficción sin clichés de extraterrestres, marcianos, ni platillos voladores. Es una distopía o antiutopía que el autor ubica en un futuro cercano al momento de su publicación. La obra es de 1996 y los hechos suceden en 1999. Pero aunque cronológicamente hoy ya son hechos del pasado, la novela sigue teniendo una atmósfera futurista gracias a los escasos referentes concretos de tipo espacial o temporal: La Casa Rosada es un sitio aparentemente aisaldo, del que no entra ni sale nadie. El mundo exterior sólo habita en la mente y los relatos de quienes allí conviven de manera forzosa.
La Casa Rosada apareció antes de que se anunciara el “nacimiento” de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado. Es una novela que se adelanta a hablar de clonaciones, cyborgs, fusión celular, y de manera sarcástica propone que la medicina pase a llamarse biotecnología cibernética. Quizás esta forma de anticipación de la literatura a las nuevas fronteras de la investigación científica, y la alarma que el autor enciende sobre los riesgos de la experimentación biomédica, sumados a la expectativa que en su momento pudo generar el cambio de milenio, expliquen en parte por qué la novela se volvió un libro atractivo para los jóvenes, a pesar de la dificultad para conseguir un ejemplar.
Lejos de las novelas rurales, de la violencia o del realismo mágico, que caracterizaron buena parte de la literatura colombiana del Siglo XX, con La Casa Rosada Orlando Mejía Rivera irrumpió en la narrativa con una historia de ciencia ficción futurista, urbana, científica, en la que mezcló sus conocimientos de medicina y filosofía, así como sus lecturas sobre historia de las religiones. El resultado es un libro distinto, quizás denso, como a veces son las primeras novelas en las que los autores quieren decirlo todo de una vez y para siempre, tal vez reiterativo, pero por encima de todo distinto, diferente a lo que se había publicado al menos en esta región hasta ese entonces.
En el libro Guía del Paseante, Rigoberto Gil Montoya recoge un comentario de Orlando Mejía Rivera sobre su ópera prima: “En La Casa Rosada, mi primera novela, los personajes parecieran desesperados por contar su historia personal. De ahí su ritmo alucinante. Confieso que en esta primera novela la autoconsciencia frente a la técnica se me salió de las manos y simplemente me senté a escribir y escribir, y por eso en cierta forma es una novela fragmentada, fraccionada, una novela que, como han comentado algunos críticos, los personajes a veces se confunden así manejen temáticas distintas. La Casa Rosada, más que el resultado de un trabajo autoconsciente, es más el producto de una pasión que mantenía guardada, y por primera vez encontré la forma de la novela como la vía más adecuada para desfogar esas obsesiones internas y me encantó”.
Tres cuartas partes de la novela están compuestas por los monólogos de Carmen, Guillermo y Jorge. Aunque la voz de Carmen resuena potente, con su forma directa para hablar del sexo, su cuerpo y sus deseos, incluso esa voz femenina por momentos parece confundirse con las de Guillermo y Jorge. Los tres usan un tono de perorata, con enumeraciones de muchos hechos, nombres y datos, con un afán por convencer, por explicar una hipótesis, por argumentar. Detrás de los tres está su autor, expresando por primera vez en forma literaria sus inquietudes sobre la muerte, la ciencia, las religiones, la humanidad, la literatura, el suicidio, el sexo, el sida, oriente y occidente. Otros escritores se deleitan describiendo una calle, un sombrero, un sonido, o el recorrido de una gota de agua sobre una ventana. Orlando en esta primera novela de 185 páginas, se ocupó, de una vez, de los grandes temas humanos, desde Sócrates hasta hoy.
El profesor Roberto A. Vélez Correa se refirió así a La Casa Rosada en su obra Literatura de Caldas, 1967-1997. Historia Crítica: “La obra de Mejía Rivera es estructurada de acuerdo a la misma psicología de sus agonistas, es decir, la historia se ofrece sin acudir a la linealidad racional, donde los planos narrativos aparecen trastocados como un reto que el autor les hace a sus lectores. No obstante, los textos de los tres narradores poseen el mismo estilo, igual aliento y puntuación, además de la constante de su erudición enciclopédica, lo cual podría señalarse como inexperiencia narrativa que va en contravía de la polifonía bajtiana que caracteriza la novela posmoderna. Aun así, La Casa Rosada se sostiene como una novela de anticipación en la que sus héroes están preocupados por la pérdida de protagonismo que sufrirá el ser humano en el futuro, en razón de las clonaciones y mutaciones que darán paso a una nueva criatura, bien distinta a ésta que se empeña en desatar las fuerzas ocultas e incontenibles del átomo y del ADN. Estamos frente a una metáfora del escepticismo, a lo Ciorán”.
Puede ser que la técnica se haya “salido de las manos” o que el libro adolezca de “inexperiencia narrativa”. Sin embargo, no por esto deja de ser una novela entrañable. Quizás sus personajes suenen demasiado eruditos o pretenciosos en su afán de pretender abordar con profundidad grandes problemas metafísicos en pocas páginas. Pero eso hace parte de su atractivo: el afán de decirlo todo, saberlo todo, beberlo todo. La Casa Rosada ofrece al lector la sensación de estar en contacto con muchos temas, con reflexiones sesudas, con grandes cuestiones de la humanidad, empaquetadas en forma de novela de ciencia ficción.
Durante varios años fui profesora universitaria de un curso de literatura. El objetivo, más que enseñar los autores clásicos o la historia de la literatura, siempre fue despertar una actitud favorable hacia la lectura, confiando en que el gusto por leer lleve a los estudiantes a descubrir por sí mismos otros autores y obras. Para lograr ese objetivo siempre tuve entre la lista de libros sugeridos a La Casa Rosada, porque creo que las obras contemporáneas de autores próximos son una buena vía para enganchar a los jóvenes con la lectura. La reacción de mis estudiantes ante este libro por lo general fue la de querer leer más: “profe, recomiéndeme otro libro parecido”…como si tal cosa fuera posible.
Sin embargo, entendí que La Casa Rosada interesaba no sólo a mis estudiantes sino también a muchos otros jóvenes de distintas latitudes, cuando con un grupo de amigos abrimos un blog para comentar libros: secretodelectura.blogspot.com nació en 2005 como un divertimento en el que cinco amigos nos enviábamos por correo electrónico las frases que subrayábamos en los libros que leíamos. En 2011 decidimos migrar los mails al formato de blog y hoy ya tiene más de 130 reseñas de obras y autores de todo tipo. De todos los libros publicados, La Casa Rosada es hoy la tercera entrada más visitada. La superan solo Tokio Blues, la novela sobre suicidio escrita por Haruki Murakami, uno de los autores más vendidos en este momento en todo el mundo, y Angosta, de Héctor Abad Faciolince, el autor más leído en Colombia. Angosta, al igual que La Casa Rosada, es una distopía futurista en clave de ciencia ficción.
En buena hora se presenta presenta esta nueva edición digital de La Casa Rosada, a 20 años de haberse publicado por primera vez. Se trata de una novela que siempre, al llegar a la última página, invita al lector a regresar inmediatamente a la primera.
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