Ricardo de los Ríos Tobón*
Si la ciudad es un organismo que evoluciona, que progresa, que sufre, que se levanta, que recae para levantarse de nuevo, que busca su vocación como ciudad y su lugar en un país, la ciudad de Manizales es un buen ejemplo.
Manizales ha vivido sus 167 años con tal pasión que, al estudiarlos atentamente, es posible reconstruir la continuada búsqueda de una identidad propia como ciudad.
El presente texto pretende, desde un enfoque histórico, recorrer la vida urbana de la ciudad del Ruiz, y tiene la intención, también, de separar y quizás de organizar su historia en una línea de tiempo, para demostrar que Manizales ha vivido papeles diferentes de ciudad, de manera progresiva, en función del avance de su historia.
Foto/Tomada de Manizales Centro Histórico. Memorial de la Arquitectura Republicana/Papel Salmón
Nevado del Ruiz y cráter de la Olleta. Acuarela H. Price 1852.
La primera función de Manizales, como ciudad, fue servir de aglutinante de una comunidad, para acomodarla en un medio geográfico adverso y defenderla de intereses políticos externos.
Para 1848, el avance de la colonización paisa hacia el sur del territorio antioqueño, era incontenible. Dos corrientes humanas habían partido, una desde el suroeste antioqueño y otra desde el centro-sur, desde Rionegro, Sonsón y Abejorral. Esta última era la que más había avanzado y ya se aproximaba a los límites con el Cauca, que se decía era el río Chinchiná. Aguadas (1814), Pácora (1832), Salamina (1827), y Neira (1842) eran las poblaciones que habían sido fundadas en dicho avance. Pero como la marcha era grande y la tierra pretendida por los colonos, que era la de vertiente templada, no era mucha, entonces la presión del avance colonizador se mantenía. Por eso, desde Neira, se empezó a mirar con interés una cuchilla alta y cortada en su cima, a la que empezaron a llamar Morrogacho. (Hoy se llama Chipre). Y allí fijaron su objetivo.
A partir de 1845 en aquella elevada región, de selva húmeda virgen, empezaron a verse “abiertos”, donde el colono construía un rancho, sembraba maíz, levantaba cerdos y abría trochas para comunicarse con sus vecinos. Pronto fueron muchos, dispersos en más de doscientos kilómetros cuadrados. Y empezaron a llamarse “la Comunidad”.
Pero, como en su avance habían tenido que pasar por Salamina, allí habían sabido de la reciente aparición de una poderosa empresa, González Salazar & Cía que, con documentos en la mano, demostraba, mediante títulos heredados de España legalizados en la naciente república, ser la propietaria de todas las tierras en proceso de colonización. Entonces o se resistía a la Concesionaria, o se traspasaba el río Chinchiná, para quedar en baldíos del norte del Estado del Cauca. Pero hacía falta una dirigencia.
Marcelino Palacio, Manuel Grisales, Joaquín Arango, Antonio Ceballos y un puñado más organizaron una marcha fundacional, la llamada por la posteridad “Expedición de los Veinte”. Durante varios días recorrieron el área y, después de desechar sitios mejores, escogieron un sitio difícil, pero donde se cruzaban los caminos entre Mariquita, Medellín y Cartago, y entre troncos caídos trazaron la plaza. Ya había un hito, su ciudad, a la que pusieron el exótico y sonoro nombre de Manizales, por la abundancia de piedras de granito (maní) en los ríos cercanos.
Fue visible el liderazgo del grupo dirigente, sumado a la presión poblacional de los colonos, porque en pocos años la gobernación de Antioquia, primero adjudicó doce mil fanegadas de baldíos, en 1848, olvidando intencionalmente a la Concesión, y enseguida creó el municipio, que empezó vida legal el 12 de octubre de 1849 y que mostraba, tres años después, tres mil habitantes que, para 1870, ya eran más de diez mil.
Cuando llegó la Concesión, a reclamar por sus tierras se encontró con situaciones creadas y con una ciudad dispuesta a resistir o a negociar. Y cuando trató de utilizar su poder y empezó el incendio de ranchos de colonos que no aceptaban negociar, el máximo dirigente de la empresa pagó su arrogancia, con un escopetazo mortal, en una cañada entre Manizales y Neira. Ante la posición fuerte de Manizales, los Cabildos de Neira y Salamina se acogieron al liderazgo, lo que incrementó el enfrentamiento hasta el punto de que el Gobierno Nacional tuvo que intervenir y en un interesante acuerdo Nación-Estado de Antioquia-Cabildos-Colonos, en 1853, hubo entendimiento, así fuera con ventajosas condiciones para la Concesionaria.
La tierra adjudicada se repartió, se compró otra parte a la Concesionaria y la región despegó, aunque la invasión colonizadora paisa ya hubiera invadido todo el norte del Cauca y empezara a sembrar poblaciones allí también.
Manizales, la ciudad con “socos” de troncos en su plaza principal, había cumplido su primer papel.
Foto/Tomada de Caldas en las Crónicas de Indias/Papel Salmón
Mapa territorio de Caldas en época de la Conquista.
Foto/Tomada de Papel Salmón Mayo 10 – 1992/Papel Salmón
Por los caminos de Caldas en 1905.
La segunda función de Manizales fue ser Ciudad Fortaleza. La fortaleza militar de Antioquia en sus guerras contra el Estado Soberano del Cauca.
La rivalidad entre Antioquia y Cauca empezó desde antes que fueran Estados Soberanos. Desde 1841, cuando en la batalla de Salamina, habían sido batidos los caucanos, el deseo de revancha se mantenía. Y cuando en la Gobernación de Popayán estuvo un grande, Tomás Cipriano Mosquera, le pareció fácil someter la tierra paisa, como antesala de la conquista de Bogotá y la derrota de Mariano Ospina Rodríguez. Pero Mosquera no contaba con que se estrellaría contra Manizales.
La joven ciudad marchaba a pasos acelerados. Por su condición de cruce de caminos entre Cauca, Antioquia y Tolima se había convertido en un centro de aprovisionamiento y de circulación de productos agrícolas y mercancías rudimentarias. El cacao caucano, de tan alto consumo en Antioquia, el tabaco, los cerdos y otros insumos, más las caballerías, pagaban peaje en Manizales. Y la ciudad progresaba. La colonización paisa del Quindío había hecho de Manizales su última estación y de la ciudad, un Medellín a escala. La ciudad era la puerta de Antioquia, pero para conquistarla era preciso sobrepasar a Manizales. El problema era que Manizales estaba a más de 2.000 metros de altura, rodeada de hondonadas que era preciso escalar para conquistarla.
Eso fue lo que quiso hacer Mosquera el 28 de agosto de 1860 cuando con 3.500 soldados, 500 de caballería y cinco cañones atacó la ciudad, pero “falda arriba”, y fue derrotado por 1.500 reclutas, mal armados.
Gibraltar antioqueño había llamado Manuel Pombo a Manizales, en evocación del Gibraltar británico que cuidaba la puerta del Mediterráneo, y en función de ello, el Gobernador de Antioquia la había hecho la capital alterna y había trasladado su sede de gobierno hasta la cuchilla, para esperar a Mosquera. Este, para evitar una derrota total, anunció su retiro y celebró, con los vencedores, la famosa Esponsión, un curioso acuerdo de paz, que fue una hábil maniobra del caucano y que le dejó el nombre a la calle principal de Manizales. Y tan hábil fue la maniobra, que su ejército quedó en pie, lo que le permitió, un año después, tomarse a Bogotá y derrocar al Presidente, pero sin pasar por Manizales.
Por veinte años más campeó Manizales como la puerta fortificada de Antioquia, como el más importante centro de acopio y paso de mercancías y como la sede de la colonización de las tierras caucanas por los paisas.
Hasta el 5 de abril de 1877, cuando Julián Trujillo, al mando de radicales caucanos la venció y sometió, y con ella a Antioquia, que fue brillantemente derrotada por las fuerzas liberales. Fue la batalla de Manizales, la más larga, en extensión de la historia colombiana, por haber tenido, durante varios días, un frente de guerra de 35 kilómetros. Pero no fue una falla estratégica de Manizales, sino que los arrogantes paisas no habían esperado a sus enemigos en la fortaleza, sino que habían salido a los valles calientes, donde habían sido derrotados, en Garrapatas, en el Tolima, y en Los Chancos, en el Valle, y lo que había en Manizales, eran 14.000 derrotados y refugiados soldados, pésimamente dirigidos por Marceliano Vélez, esperando a Trujillo.
La ciudad, la región y Antioquia fueron vejadas y debieron saborear la derrota, siendo los ultragodos curas las primeras víctimas, lo que los obligó a la famosa huelga de campanas en Manizales y los otros pueblos, que dejaron sin reloj a todas las comunidades, por varias semanas.
Manizales había cumplido su papel de fortaleza, por dos décadas, lo que la fortaleció. Pero, lo más importante, en su carrera para ser ciudad, el pueblo había probado las delicias del poder político.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
A Tomás Cipriano de Mosquera le pareció fácil someter la tierra paisa, pero no contaba con que se estrellaría contra Manizales.
El tercer papel de Manizales fue consolidar alrededor suyo una región, que le permitiera pensar en ser sede política de un gobierno seccional, aspiración que se hizo realidad en 1905.
Como se dijo antes, Manizales había aspirado los suaves aromas del poder político. Y le quedaron gustando. Había sido Capital alterna de Antioquia y en treinta años había dejado atrás a todos los pueblos mayores del sur, consolidándose como la segunda población paisa. Y de la derrota de 1877 sacó la ventaja de que el Prefecto del Departamento del Sur, para afrontar la lucha, había trasladado su sede de Salamina a Manizales. Y nunca regresó porque ya era más importante, para Antioquia, la ciudad del Ruiz que la del Chamberí.
Pero, si quería seguir avanzando en su desarrollo como ciudad, debía lograr poder político. Esa fue la tercera meta de Manizales.
Y se dieron tres condiciones para lograrlo: los motivos de la Regeneración, la llegada del café y la tragedia nacional de la Guerra de los Mil Días.
Entre 1885 y 1886, Rafael Núñez cambió la estructura política del país y centralizó el poder. Y pensó, en voz alta, que una división territorial mayor, facilitaría el gobierno. Por arte de magia saltaron Barranquilla, en Bolívar; Pasto, en Cauca; y Manizales, en Antioquia, pidiendo ser sedes de nuevas regiones políticas. La Regeneración amenazó con resquebrajarse, Núñez retrocedió y todo volvió a su punto original. Pero quedó la semilla.
“La Voz del Sur” fue el nombre del periódico manizaleño creado en 1889, solamente para promocionar el Departamento del Sur, con capital Manizales. Por sus columnas circularon adhesiones, promesas, requerimientos y estrategias políticas durante diez y nueve números, hasta que se cerró voluntariamente, en un acto de fe regeneracionista, ante una señal del hombre de El Cabrero. Pero todo ello afianzaba la necesidad de sentirse mayor y la idea se mantuvo en los corazones manizaleños.
El café llegó por la misma época, en 1865, desde Santander y Cundinamarca, y encontró, en la volcánica tierra regional, su hábitat natural. Y los dirigentes económicos encontraron un producto que tenía un valor intrínseco mayor y un mundo como mercado. Manizales se casó con el café y pronto aparecieron, antes del fin de siglo, las primeras fortunas cafeteras, con su concomitante de avance comercial y financiero.
Pero llegaron los Mil Días y el país se vino abajo, aunque Manizales salió bien librada. Y apareció, por arte electoral, Rafael Reyes como el hombre providencial para rearmar el país. Y a fe que lo hizo, porque, con todos los poderes que obtuvo, o que forzó a que le dieran, se decidió a rearmar el país, en el sentido físico de la palabra.
Ante el anuncio, Manizales presentó la propuesta de su Departamento de Córdoba, que no era el primero porque antes se había aprobado a Nariño, para completar los nueve, ante la pérdida de Panamá. Entre Cauca y Antioquia hicieron abortar la propuesta en el Congreso, pero como Reyes disolvió el Legislativo y se creó uno de bolsillo, el 11 de abril de 1905, Manizales amaneció como capital del Departamento de Caldas, armado con provincias de Antioquia y del Cauca.
Lo que siguió fue un largo proceso de ocho años de tira y afloje territoriales, en parte por las decisiones de Reyes, en parte por presiones populares, hasta que el 1º de enero de 1913 se armó definitivamente el Departamento de Caldas, capital Manizales, conformado con siete regiones tomadas de cuatro circunscripciones territoriales diferentes.
Manizales había cumplido otra función. Ya era capital. Sus sueños de ciudad se iban cumpliendo.
Foto/Tomada de Manizales Centro Histórico. Memorial de la Arquitectura Republicana/Papel Salmón
La primera capilla plaza de Manizales.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Calle Real de Manizales.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Centro de la Manizales de antaño.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Barrio de Manizales con sus casas de bahareque.
Foto/Tomada de Manizales Centro Histórico. Memorial de la Arquitectura Republicana/Papel Salmón
Esquina suroccidental Plaza de Bolívar con mercado 1910 aprox.
Si ya se tiene dominio sobre el territorio, se han ahuyentado enemigos y se tiene poder político sobre los habitantes, es hora de que Manizales cumpla su papel de acumuladora de capital.
Esta etapa de un proceso natural (que el marxismo cree, ingenuamente, haber descubierto), sucedió en Manizales en las primeras dos décadas del siglo XX, cuando el nuevo poder político, el éxito del café y la situación comercial dispararon el desarrollo de Manizales, que hacia 1915 competía con Medellín en poder económico, así en población ésta la doblara.
El experimento de Reyes, sobre la base del anhelo de los manizaleños, había resultado exitoso y Caldas bien pronto fue llamado “El Departamento Modelo”.
Sus cifras demográficas intimidan: el Departamento, que en 1905 tenía 226.000 habitantes, mostró 342.000 en 1918 y 624.000 en 1928, un crecimiento poblacional del 35%, el doble del nacional; mientras Armenia multiplicó su población por 3,5, Manizales por 3,3 y Pereira por 2,7.
Y sus cifras económicas hablan de que, para 1913, Caldas es el primer productor nacional de café, y en 1925 entregaba la cuarta parte de la producción nacional, café que se procesaba en 55 trilladoras y se exportaba directamente desde sus ciudades, pero principalmente desde Manizales, lo que proyectó el comercio hasta el punto de tener, la ciudad, en 1917, 73 casas de importación y 38 de exportación.
Y no sólo café, porque en 1908, solamente las minas de Manizales produjeron 30.000 onzas de oro, mientras que en el campo pecuario las 18.000 hectáreas caldenses ganaderas de 1906 se transformaron en 500.000 en 1932 y las 132.000 reses de 1906 en más de medio millón.
En esa segunda década del siglo, Manizales fue ciudad de más de diez bancos, en época en que algunos podían emitir. Y queda un dato que marca el continuo crecimiento de Caldas y es su recaudo fiscal: si se consideran los ingresos presupuestales de 1913 como base tenemos que para 1918 se han multiplicado tres veces; para 1924, siete veces; para 1925, veinte veces y para 1926, veintidós veces.
Pero no era solamente el progreso económico, sino el cultural. Hay un asombroso dato que habla solo: entre 1905 y 1920, los primeros quince años de Caldas, se dedicó a la "instrucción pública", como se decía entonces, más del 30% del presupuesto departamental, y hubo varios años con más del 50%. Y Antonio García se admira ante este caso: "en un período de 30 años el presupuesto departamental aumenta en 6.378% (casi 64 veces) y el porcentaje dedicado a la educación apenas disminuye en un 28%". Ello se confirma con el dato de que en 1916 había en Caldas 72 publicaciones periódicas, que, para 1932, eran medio centenar.
Manizales ya era la ciudad, la líder que arrastraba a su pujante departamento, con una clase dirigente de antiguos arrieros que se habían convertido en grandes y ricos doctores. Y, todo bajo la férrea mano de una familia, la Gutiérrez Arango, que controló políticamente al Departamento por más de veinte años, con resultados asombrosos de eficiencia y rectitud.
Por eso, cuando la arriería fue ineficiente para mover el café, Manizales dirigió dos inmensos proyectos: la construcción del ferrocarril de Caldas, entre 1911 y 1927, para comunicarla las tres grandes ciudades caldenses con el Pacífico; y el Cable aéreo más largo del mundo, entre 1914 y 1922, para comunicar la capital del Departamento con el Magdalena y seguir por el río hasta el Atlántico, cable al que se añadieron tres más, hacia los municipios cafeteros cercanos.
Las cifras lo dicen. Aquellas dos décadas significaron para Manizales la época de la riqueza y de la concentración del poder en manos del capital. Un nuevo rol de ciudad.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Las cargas de café y otros productos se transportaban por el cable aéreo.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Construcción Estación del Ferrocarril.
Foto/Tomada de Papel Salmón Mayo 24 1992/Papel Salmón
Estación del ferrocarril y cable aéreo hacia Neira en 1928.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
La carrera 23 se convirtió en el centro del comercio de Manizales.
Si las desgracias templan la voluntad de los hombres, con las ciudades, que también son organismos, debe suceder igual. Porque la siguiente misión de Manizales fue renacer como ciudad.
“Como fénix que torna a la vida, de cenizas te vimos surgir” cantaban los escolares de Manizales, en uno de los varios himnos a la ciudad. Y era verdad, porque cuando la ciudad estaba en el esplendor de su poder humano, social, económico y político, tres incendios, entre los años 1924 y 1926, prácticamente la borraron del mapa urbano nacional. Y no con el típico incendio de las barriadas populares (que en Manizales hubieran sido las pendientes laderas), sino que el centro económico, social, religioso y político de la Capital de Caldas quedó reducido a cenizas. La Catedral, la Gobernación, los bancos, el gran comercio y más de cuarenta manzanas del centro y de los barrios residenciales de las grandes familias quedaron en ruinas humeantes. Las hermosas casonas de aleros de la arquitectura paisa, surtidas de pianos, salas austríacas y lujos importados, correspondientes a la bonanza que la ciudad vivía, habían ardido fácilmente.
Era el aparente colapso de un proyecto de ciudad.
Pereira, la segunda ciudad del Departamento se ofreció para ser capital provisional. Y es leyenda, sabida por todos, pero nunca comprobada, que la respuesta del Presidente Pedro Nel Ospina fue: Manizales en cenizas seguirá siendo la Capital de Caldas. Era la respuesta, la decisión y la voluntad de un pueblo que quería ser ciudad, aunque hubiera tenido que pasar por la prueba del fuego.
Hubo algo que fue clave para iniciar la reconstrucción: el control que tenía la clase dirigente sobre la ciudad. Porque los mismos que, el 3 de julio de 1925, habían luchado tres días contra las llamas y habían, empolvados y sucios de hollín, sembrado dinamita en viejas casonas para tratar de frenar el avance de las llamas, esos mismos estaban, ahora y nuevamente, al frente de la ciudad y empezaron a dar órdenes, órdenes precisas, que la población acató.
Un año después Manizales era un hervidero humano: en el ferrocarril y en el cable llegaban cemento sueco, hierro inglés y tuberías gringas; dos empresas europeas ya tenían al frente cerca de diez ingenieros para el nuevo diseño arquitectónico de la ciudad, el mismo que es ahora es el orgulloso Centro Histórico de Manizales; la mano de obra de medio Caldas estaba concentrada en la ciudad; las aseguradoras internacionales (pues buena parte del comercio estaba asegurado), se encontraron ante un siniestrado fuerte y compacto, al que hubo que pagarle; la administración departamental retomó la dirección regional desde ramadas y la hermosa Alcaldía en cedro que, misteriosamente, no se quemó, sirvió de cuartel general de la reconstrucción.
Hubo decisiones notables como tratar de nivelar un poco la difícil topografía de la urbe. La Plaza principal, la Bolívar, fue rebanada varios metros, para tratar de nivelarla y más de treinta cuadras también lo fueron, al tiempo que sembradas tuberías de acueducto y alcantarillado.
Pero hacía falta un símbolo para la nueva ciudad, que aglutinara sentimientos y sirviera de inspiración para seguir adelante. La hermosa catedral de cedro había caído, y era preciso levantarla. Se hizo, entonces, un concurso arquitectónico en Paris, se presentaron tres grandes proyectos y uno, el de René Polti, el responsable de la conservación de los monumentos franceses, fue elegido. Y poco después se empezó la construcción de la inmensa Catedral gótica, de 110 metros de altura y nave de una manzana, la mayor del mundo en concreto y la del más alto andamiaje en guadua. Catedral que sigue siendo el hito arquitectónico regional.
Porque la Catedral fue símbolo de otra decisión trascendental: Manizales sería la primera ciudad moderna del país, reconstruida en concreto, para que las llamas nunca pudieran volver a tocarla.
En su proceso de formación como ciudad, o en el de buscar una identidad de tal, Manizales, para 1930, había renacido. Otra etapa de su formación urbana había sido superada.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Ruinas del primer incendio.
Foto/Tomada de Manizales de ayer. Álbum de fotografías/Papel Salmón
Ruinas del segundo incendio, fotografía tomada de norte a sur.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Panorámica de la Manizales de comienzos del siglo XX.
Entre las décadas tercera y cuarta del siglo XX, Manizales tuvo un papel de alta importancia en Colombia: ser su capital cafetera. Y fue su manera de conquistar a Bogotá.
Así no se trate de una categoría sociológica, es preciso mirar como importantes, los años en que Manizales vivió centrada en el café.
El café siguió siendo el primer producto nacional y Caldas su primer productor. Los caldenses sabían más que nadie de café.
En 1914 Caldas entregaba 99.500 cargas de café (de 125 kgrs.) de las 461.491 que producía el país; en 1932, 472.449 de 1.610.337; en 1955, 1.143.016 de 3.567.602. Y en cuanto a territorio agrícola, destinaban para el café, Colombia el 9% y Caldas el 57% en 1917; en 1925, el 30% y el 58%; y en 1951, 27% y 52% respectivamente. En aquellos cincuenta años, Caldas produjo entre el 25% y el 30% del café colombiano. Caldas era café, como acertadamente dijo Emilio Echeverri.
Pero el poder cafetero político estaba en Antioquia. La nueva misión de Manizales, en su búsqueda de una identidad como ciudad, fue liderar la conquista de ese poder, y arrebatárselo a los hermanos mayores paisas.
Un rico cafetero, pragmático y visionario, Manuel Mejía toma el barco por abordaje. Y lo sigue un cafetero intelectual, Arturo Gómez Jaramillo. Durante un cuarto de siglo llevan el timón cafetero con gran éxito. Como las navieras tratan de imponer condiciones, crean la Flota Mercante Grancolombiana; como los consumidores imponen precios, crean el Pacto Cafetero, entre los países cafeteros, para mantener la producción a un precio justo; como no hay gran desarrollo técnico cafetero, crean a Cenicafé, en Chinchiná, que es ahora, con creces, la universidad cafetera del mundo; como el país no tiene recursos para infraestructura rural, crean los Comités Cafeteros departamentales y les dan recursos para hacer acueductos, electrificación, vías rurales y capacitación técnica; y para capitalizar las bonanzas de precios, crean el Fondo Nacional del Café, como una caja de ahorros del gremio para amortiguar los momentos de bajos precios.
Los Gerentes de la Federación se vuelven superministros, acatados y respetados, más importantes que el de Hacienda, que negocian mano a mano con el gobierno los impuestos, los redescuentos, los gravámenes de exportación y el manejo del Fondo. Y ellos no solo son manizaleños sino que piensan como tal, y lo pregonan por el mundo. Manizales impone condiciones en Bogotá.
Manizales, entonces, giró alrededor del grano. Ante el menor rendimiento del café arábigo en función del área ocupada y su exigencia de sombrío y de altos cuidados, se nacionalizó el café “caturra” y se desarrolló la variedad Colombia, más fuerte, más pequeña, sin sombra y de mayor rendimiento, con la que se resembró el país; en Chinchiná se construyeron las bodegas que guardaban el producto retenido, para forzar el alza de precios; se crearon en Manizales fábricas de herramientas agrícolas, con tecnología internacional, y plantas de procesamiento de café, con miras a capitalizar el valor agregado del grano; y la Universidad diseñó las carreras agropecuarias como básicas para el desarrollo regional.
Y fue tal la simbiosis entre Caldas y el café, con Manizales en el liderazgo, que, a pesar de que entre los 40 y los 50, la violencia política hizo su agosto en la región, haciendo de Caldas el departamento con más víctimas, la producción cafetera nunca decayó. Los campesinos se mataron por el color de una bandera azul o roja, pero nadie tocó al café.
En aquellos días, como capital cafetera del país, Manizales trató de tú a tú a Bogotá. Era un paso importante en la búsqueda del camino para ser una ciudad.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
El café fue durante muchos años ha estado entre los principales renglones de la economía de Manizales y Caldas.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Cenicafé, en Chinchiná, es la universidad cafetera del mundo.
En tierra de gente tan abierta, Manizales tuvo una curiosa e interesante faceta, entre 1945 y 1960, la de la categoría histórica de “Ciudad Letrada”, pero con peculiares adaptaciones locales.
“Para llevar adelante el sistema ordenado de la monarquía absoluta, para facilitar la jerarquización y concentración del poder, para cumplir la misión civilizadora, resultó indispensable que las ciudades, que eran el asiento de la delegación de poderes, dispusieran de un grupo especializado, al cual encomendar esos cometidos. Fue también indispensable que ese grupo estuviera imbuido de la conciencia de ejercer un alto ministerio que lo equiparaba a la clase sacerdotal”.
Así define Ángel Rama al esquema español de control urbano en las capitales coloniales.
Pues Manizales, en la cuarta y quinta décadas del siglo pasado fue un ejercicio de ese modelo, proporciones guardadas y con las adaptaciones normales que eran de esperarse.
Grecolatinos, Escuela de Manizales, Grecoquimbayas (como los llamaban los detractores), herencia de Leopardos (como los llamaron en el Congreso). La dirigencia manizaleña, entre los cuarenta y los sesenta, se organizó como “una clase sacerdotal” y como tal manejó a la ciudad.
Los hijos de los comerciantes y nietos de los arrieros habían aprendido a escribir. Pero quisieron hacerlo de manera diferente, en el fondo, muy en el fondo, para diferenciarse de la madre Antioquia, porque allí no había cultura pues ésta estaba en Grecia, o en Roma, o, al menos, en Europa. El relevo generacional les entregó el liderazgo y un grupo de intelectuales, políticos, industriales y financistas lideró los grandes eventos de Caldas y Manizales y le enseñó a hablar bien a Colombia. Era la clase sacerdotal de Ángel Rama, que había descubierto el idioma culto, refinado, rebuscado y sutil para entenderse entre ellos e impactar a un país que aún gustaba del culto al idioma, herencia de la época de los presidentes gramáticos.
Pero, a pesar de los rebuscados adornos literarios, aquella fue una clase dirigente de resultados:
La universidad, que trataba de arrancar desde años antes, despegó en forma y sembró la base para la ciudad universitaria que llegó a ser Manizales, años después. Para estudiar a Caldas se trajo la Misión Currie, la misma que había analizado a Colombia; y un ministro caldense entregó a su departamento el más completo estudio geoeconómico que había recibido hasta la fecha departamento alguno. Manteniendo su vínculo con Europa, Manizales estrenó, en 1955, su Feria, una feria española en medio de los Andes, con inmenso resultado y mostrada continuidad.
El Departamento estrenó su propio sistema eléctrico, la Chec, que electrificó a toda la región y garantizó el desarrollo; y Manizales, condenada a no tener aeropuerto por su ubicación, estrenó uno moderno, a la asombrosa (para la época) distancia de 35 kilómetros de la ciudad. La ciudad hizo otra gran conquista: adelantándose a medio Colombia llevó la carretera hasta el Nevado del Ruiz, haciéndolo su foco turístico y augurando los futuros parques nacionales. Y la suerte de que Doris Gil no hubiera podido viajar a Long Beach, le regaló a la ciudad una Reina Universal, así figurara en los libros de la sacristía como pereirana.
Todo con detalles interesantes como lo sucedido con los jóvenes industriales, hijos de los Letrados, que, por la época, organizaron un grupo de trabajo para crear industria en la ciudad, lo que lograron con éxito que llega hasta ahora. Pero el nombre con que pasaron a la historia local es propio de la época de la Ciudad Letrada: Los Azucenos.
Finalmente, la demostración del rito sacerdotal de la Ciudad Letrada se dio, quizás, en la celebración del Centenario de Manizales, cuando la ciudad, primero se renovó urbanísticamente y enseguida se volcó en faustos y celebraciones de un sabor altamente cultural y progresista.
Aquella faceta de Ciudad Letrada era un paso más en la búsqueda de la identidad de Manizales como ciudad. Y la cumplió bien, a satisfacción de su futuro.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Universidad de Caldas
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
Primera página del periódico LA PATRIA, fundado el 21 de junio de 1921.
Los años sesenta y setenta obligan a Manizales a asumir un nuevo papel en su vida urbana. Las cosas salen mal y, aparentemente, su mundo parece desmoronarse. Es la Ciudad herida.
Tantas cosas sucedieron a Manizales por aquellos días, que lo mejor es solamente listarlas:
Para la sexta década, Caldas decayó, y con él, Manizales. Primero por la evolución del país y la monodependencia de Caldas del café. Al llegar la agroindustria al país, los departamentos planos tomaron impulso económico; la industria empezó a centralizarse en Bogotá, a donde emigraron capitales y prohombres caldenses; y sobre todo la montaña, que antes era la fortaleza de Caldas se volvió su problema por la dificultad de vías, en un país que se modernizaba a través del transporte.
El ferrocarril, orgullo de Caldas y camino del café hacia el mundo, se acabó, por incosteable o por decisiones cívico-políticas como la de Pereira, en 1959, cuando levantó los rieles que atravesaban la ciudad y llegaban hasta Manizales. Y por los mismos años se cerró el Cable aéreo a Mariquita.
Era la evolución del país que, de alguna manera, era más rápida que la de Caldas y Manizales. Y en otra escala, Santander, Tolima, Valle y Bolívar superaron a Caldas en el escalafón departamental del país; entonces cuando había repartición de ministerios ya no quedaban tres o cuatro cupos para caldenses, porque la torta debía alcanzar para todos.
Pero antes había sido herido el símbolo. El 30 de julio de 1962 un terremoto sacude a la Catedral y derriba una de sus torres; y, curiosa coincidencia, es herido otro símbolo, porque un ladrillo caído de algún edificio, mata a Guillermo González Ospina, el autor de la letra del pasodoble, el himno festivo de Manizales. Los daños en la ciudad son inmensos, complementados con los de otro terremoto, el 23 de noviembre de 1979, que afectó importantes barrios residenciales.
Y antes también, había muerto una esperanza. El 26 de noviembre de 1960 murió Gilberto Alzate Avendaño, cuando era prácticamente seguro que iba a ser el candidato ganador de las siguientes elecciones del Frente Nacional, para la Presidencia de Colombia. Iba a ser, todo Caldas lo sabía, y Manizales, su cuna, también, el primer presidente caldense, para cerrar medio siglo de conquistas económicas, sociales y políticas del departamento.
La década del sesenta, también, deja mal parado el liderazgo de Manizales como capital departamental. Después de largos debates y de enfrentamientos regionales, Caldas se desintegra. El 1º de julio de 1966 nace el departamento del Quindío y el 1º de febrero de 1967, el del Risaralda. Todo en medio de un mar de recriminaciones y bajezas interregionales, que hicieron pensar a muchos colombianos que lo de Caldas había sido una ilusión.
Pero Manizales, la ciudad, no se rinde. Y, o por reacción ante la adversidad, o por inercia de la brillante década anterior, siguen los avances: en 1961 se crean la Corporación Financiera de Caldas y el Banco de Caldas, que impulsan la industria; en 1962 inicia vida el Oleoducto de Caldas, para no depender de carrotanques; y en 1968 se organiza el Festival Internacional de Teatro.
Y en la década siguiente, cuando Manizales pensaba estar saliendo de su período de vacas flacas, rugió el Ruiz, el guardián de la ciudad, el adorno de su escudo y uno de sus imanes turísticos, y con cerca de 30.000 muertos recordó que se le había perdido el respeto. Fueron otros años de desesperanza para Manizales y la región. Aunque la capital, siempre alerta sacó adelante la Ley Quimbaya, que permitió un respetable despertar industrial.
Es verdad. Había sido una década dura para la ciudad. Y Manizales había sido fuerte ante la adversidad. Pero empezaron a sentirse voces de que ya era hora de que Manizales fuera realista.
Foto/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón
El cable aéreo a Mariquita se desmontó a finales de los años 50.
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Los rieles del ferrocarril se levantaron en 1959.
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Una de las torres de la catedral se cayó en el terremoto del 30 de julio de 1962.
Ilustración/Tomada de Papel Salmón 13 septiembre 1992/Papel Salmón
Caldas se desintegra. El 1º de julio de 1966 nace el departamento del Quindío y el 1º de febrero de 1967, el del Risaralda
Las últimas décadas del siglo XX plantean una nueva experiencia para la ciudad. La conciencia de su realidad como ciudad y de su nueva ubicación en el país. Ese será su nuevo rol.
Para los veinte años del cambio de siglo, Manizales se fue dando cuenta de sus limitaciones, como paso inicial para valorar sus fortalezas. Ya no era la quinta ciudad del país, como cuando el centenario; ahora era la undécima. Tenía que aceptar que era una ciudad terminal, porque los caminos de filo de cuchilla, que un siglo antes la hicieron grande, ahora pasaban por las hondonadas, dejándola aislada en la altura. Entonces tenía que mirar más hacia adentro que hacia afuera. Mario Calderón Rivera había dicho en 1979: “La ciudad intermedia en que nos hemos convertido, si nos resta mucho en el comercio, nos da posibilidades en la producción”. Pero no cualquier producción sino “aquellas mercaderías que no se graven con el alto costo del transporte, ni dependan de un mercado regional de gran consumo”. Es que por su condición mediterránea (y altiterránea, si pudiera decirse) la ciudad necesitaba vender productos donde el costo del transporte no fuera significativo dentro del valor final, y ello sólo se lograba en los mercados de exportación, por la relación entre volúmenes y costos. Y tan exitosa fue la decisión que más de diez empresas manizaleñas están exportando hoy en día, algunas más de la mitad de su producción. Por eso Manizales, aún más que Pereira, es considerada ciudad industrial de escala media y por lo mismo, Caldas exporta más que Risaralda en los días presentes.
Y en cuanto a su crecimiento poblacional aceptó también, la ciudad, que se iba estabilizando. Un Alcalde brillante, Roberto Rivas Salazar, había advertido, desde los ochenta, que se olvidara la preocupación del crecimiento demográfico y se dedicaran los esfuerzos a mejorar la vida de los habitantes actuales. Dejar crecer a otras ciudades, sin preocuparse; y si la preocupación se mantenía, pensar que a mayor población, mayores problemas por resolver. Era más posible darle bienestar a la población si ella se mantenía estable.
Otra situación de realismo para Manizales fue “haberse quitado de encima a Pereira”. Suena humorístico o despectivo, pero es una verdad formal. Una vez Pereira capital departamental, en 1967, ya Manizales podía competir con ella, como ciudad, sin ser acusada de “centralismo asfixiante” o de “desviación de recursos departamentales”.
Para vencer su aislamiento topográfico, Manizales lideró la Autopista del Café, donde Pereira, su centro natural fue sujeto pasivo, y hasta garantizó Manizales el cierre financiero del proyecto, sin ser socia de la empresa. E igual hizo con la proyección externa regional porque, corajudamente, sacó adelante la idea de Telecafé, como proyecto del Eje Cafetero.
Y, como anécdota representativa, en medio de los experimentos para encontrar su destino como ciudad con una actitud más realista, Manizales hasta hizo un arriesgado e interesante experimento: permitir que un no Letrado fuera su conductor, y eligió al hijo de un pintor de brocha gorda como Alcalde, con la mayor votación que se había dado hasta la fecha. El experimento no resultó porque alguno de los Letrados, por una falla administrativa baladí, pero punible, lo hizo caer. Pero ello significó que la ciudad creía en alternativas y que empezaba a buscar que se cumpliera lo de su escudo, ser la ciudad de las puertas abiertas, pero abiertas para todos.
Para la primera década del segundo milenio, Manizales era realista y trataba de aprovechar sus ventajas, sin perder su coraje. Era otra etapa de su formación como ciudad.
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Manizales lideró la construcción de la doble calzada.
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Telecafé es el canal regional del Eje Cafetero.
Hoy Manizales ya no es la ciudad comunidad, ni fortaleza, ni capital, ni capitalista, ni renacida, ni cafetera, ni letrada. Sólo es la ciudad realista y todo indica que ya es la ciudad posible.
José Fernando Ocampo, en su interesante y sesgada obra Dominio de clase en una ciudad colombian”, presenta la historia de Manizales, con fatalismo marxista, como una orquestada estrategia de dominio de clases.
Hoy Manizales, en encuesta entre sus 400.000 habitantes, es “el mejor vividero de Colombia”.
Es una ciudad que piensa primero en sus habitantes y les está entregando bienestar.
La Red de Progreso Social de Colombia, creada en 2013, en el VII Foro Urbano Mundial de Medellín, conformada por la red de ciudades Cómo Vamos, la Fundación Corona, The Loite, Avina, Compartamos Colombia, Llorente y Cuenca y Universidad de los Andes, ha calculado el IPS (Social Progress Imperative) con la medida de 48 factores de desarrollo social urbano, con el apoyo de la Universidad de Harvard y con los datos desde 2009 hasta 2014.
Se midieron 48 indicadores, reunidos en tres dimensiones y 12 componentes: Necesidades básicas (nutrición y asistencia médica básica, agua y saneamiento, vivienda y seguridad personal); Fundamentos de bienestar (acceso a conocimientos básicos, acceso a información y comunicaciones, salud y bienestar y sustentabilidad del ecosistema); y Oportunidades (derechos personales, libertad personal y de elección, tolerancia e inclusión y educación superior).
La medida se realizó en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Pereira, Ibagué, Valledupar y Manizales. Cuando el promedio de la medida supera los 75 puntos, la ciudad, como ciudad, está en un nivel alto.
Manizales obtuvo 75,5 puntos, la mayor de Colombia, seguida de Bucaramanga y Medellín.
¡Será que ya encontró su destino como ciudad y ya puede denominarse una Ciudad Sostenible?
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Panorámica de la Manizales de hoy.
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