Alejandro Patiño Sánchez*
La Fundación Salvi celebró en Ibagué la primera edición de un festival musical bastante particular en lo concerniente a los sonidos colombianos. Además, nada fácil el reto si se tiene en cuenta la fecha de su realización (del 15 al 19 de agosto) justo en ese puente festivo cuando se llevan a cabo otros festivales en diferentes regiones del país, entre ellos El Petronio, que reúne las músicas del Pacífico.
Su particularidad es precisamente abarcar lo máximo posible esa compleja y profunda trama en que se ha convertido la música hoy en día atravesada por la tecnología, el mercado y la globalización cultural. Por eso el lema de presentación de esta primera edición fue: “Las músicas que somos”, un plural que raya con ese discurso de décadas pasadas cuando se afirmaba que había en nuestro país “una música” que nos identificaba, una especie de patriotismo que funcionó además como propaganda de gobiernos y que en nada reflejaba las realidades culturales y sonoras surgidas a lo ancho del territorio nacional.
Foto/Erika Gallego Becerra/Papel Salmón
Hanzhi Wang, acordeonista china del catálogo de músicos de New York YCA (Young Concert Artists).
Durante cinco días no solo hubo una oferta de ritmos diferentes, desde nuevas músicas colombianas y tradicionales hasta géneros urbanos, de fusiones y sinfónicos, sino que además se vivieron experiencias propias ligadas a cada uno desde el formato, los escenarios y los repertorios seleccionados. Uno de los días a resaltar fue el domingo, a su vez, el de máxima actividad con cuatro conciertos. En la Sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima la agrupación Guafa Trío ejecutaba ritmos colombianos con la sofisticación escénica del jazz a punta de flauta traversa, cuatro llanero y bajo eléctrico, mientras la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Ibagué afinaba sus instrumentos en el Teatro Tolima en espera de los jóvenes talentos, al tiempo en el Parque Murillo Toro (en pleno centro de la ciudad) una enorme tarima albergaba los sonidos urbanos de Alkilados después de las presentaciones en ese mismo lugar de Los Gaiteros de San Jacinto. Y todo sucedió entre las seis de la tarde y las siete de la noche.
Foto/Erika Gallego Becerra/Papel Salmón
Guafa Trío en la Sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima.
Al salir de la sala con el típico calor de los recintos cerrados y caminar hacía el parque en medio de la fresca noche ibaguereña la sensación de ambos sonidos y experiencias corporales alrededor de la música se fue cruzando hasta confundirse. No importaba el gusto propio sino ese goce sensitivo, el cruce, comprender esas posibilidades que la música siempre ha brindado y que en nuestro trasegar cotidiano y amparados por los propios intereses no nos enteramos. La presentación de Guafa Trío fue la segunda parte del recital que abrió El Omer Quartet (cuarteto de cuerdas norteamericano), y hasta en la selección de las piezas de cada uno de los repertorios interpretados se notó cierto diálogo entre ambas tradiciones, un encuentro a nivel escénico y de ejecución instrumental, desde lo experimental y lo poco convencional en la manera de tocar.
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Las cantadoras de Pacífico (Elizabeth Quiñónez), Atlántico (Lina Babilonia) y Llanos Orientales (Anita Carranza) en el Parque Centenario.
Y faltaba aún el cierre con uno de los momentos más conmovedores del festival: Parque Centenario, diez de la noche, la unión de las cantadoras de Pacífico, Atlántico y Llanos Orientales con la posterior presentación de la agrupación paisa Puerto Candelaria. En un solo día: cuatro escenarios diferentes, sonidos tradicionales, populares y sinfónicos, recital de cámara, concierto al parque, tarima de gran formato en plaza central de ciudad, teatro y un público que asistió a lo que quería disfrutar o hacer (desde bailar hasta contemplar concentrado) dentro de la amplia oferta. Por eso es que, de camino a los escenarios, e inclusive dentro de cada uno, era posible encontrarse familias enteras, adolescentes en busca de una foto, parejas entregadas al baile, barras de amigos y hasta melómanos solitarios que todavía conservan la solemnidad de los recitales de sala.
La Fundación Salvi siempre le ha apostado a esa diversidad, y no como un mero slogan de dientes para afuera. Inclusive en un festival más concreto, en cuanto a los géneros musicales, como el de Cartagena, han incluido un varias de las trece ediciones realizadas un componente de ritmos propios del país. Bajo el nombre de Colombia Mágica han puesto en la programación nombres como Marta Gómez, Guafa Trío, Colombita, Jorge Velosa, Antonio Arnedo, entre otros, junto al grueso de aclamados intérpretes y orquestas de la tradición sinfónica universal y clásica. En Ibagué sucedió igual, pero a la inversa: cantadoras tradicionales que representan tres importantes regiones y agrupaciones de ritmos populares contemporáneos dialogaron a nivel escénico con talentosos integrantes del Young Concert Artists en piano, acordeón, clarinete y cuarteto de cuerdas.
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La agrupación colombiana Alkilados en el Parque Murillo Toro.
Ibagué es la llamada capital musical de Colombia, todos lo sabemos, aunque muchos desde afuera, incluyéndome por supuesto, no sabíamos por qué. Del grueso de festivales que se celebran anualmente en folclor, piano, danzas, rock, jazz, hip hop, entre muchos otros ritmos, y, además, de una abultada agenda de músicas en vivo en estos escenarios mencionados y otros tantos por toda la ciudad (hasta en la calle, al paso) donde se cruza lo uno y lo otro, de verdad muy poco ha logrado cierto reconocimiento nacional. Se han quedado en la circulación local o en el nicho específico del género musical convocado, por lo regular haciendo énfasis al purismo y la conservación de un patrimonio sonoro. El Ibagué Festival por lo tanto fue una invitación para vivir las músicas, ratificar ese calificativo de ciudad, permease de expresiones y encuentros muy diversos y dar apertura a un evento musical hecho para y desde la capital tolimense. Esta vez no fue hacía adentro, para ellos solamente, sino que trascendió, hubo apertura y una percepción diferente. En mi caso, me permitió por primera vez conocer, recorrer y disfrutar musicalmente de una ciudad que rara vez es mencionada en la prensa nacional por sus atributos culturales. En ese sentido considero un total acierto escoger a Ibagué para otro festival en esa línea de heterogeneidad, alta producción, organización y circulación que ha caracterizado a los organizadores. Este tipo de eventos también deben considerarse como experiencias ligadas al turismo que enriquecen, motivan y generan intercambios en beneficio de los artistas y los públicos. En cierta medida les llegó un festival que congrega todas esas músicas que han sonado en Ibagué desde sus plataformas locales.
Uno de los integrantes del grupo de rap local Letal Fuzion que hizo parte de la programación, expresaba en una de las ruedas de prensa: “En Ibagué hay música en cada esquina”. Pues invitados estamos todos a disfrutarla desde ahora. Y en otro momento Santiago Prieto de Monsieur Periné afirmaba: “Somos una banda transgénero, musicalmente hablando”. Y quizá esto último adquiera más sentido al extender ese calificativo a este naciente festival, y si evocamos de nuevo lo que se pudo escuchar y sentir allá durante cinco días seguidos.
*Periodista.
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