Jorge Abel Carmona Morales*
Foto/Tomada de goo.gl/kwv7hq//Papel Salmón
Ben Stiller, Adam Sandler y Elizabeth Marvel (de izquierda a derecha) en una escena de la película Los Meyerowitz: la familia no se elige del director newyorkino Noah Baumbach.
Los Meyerowitz: la familia no se elige es la más reciente película del director newyorkino Noah Baumbach. De éste ya conocíamos un drama familiar llamado Frances Ha.
Lo particular de la primera obra es que tiene a dos actores que por lo general trabajan en comedias de corte popular y de las cuales usualmente no podemos encontrar mucha calidad. Adam Sandler y Ben Stiller son dos hijos que tienen en común a su padre escultor de quien ya nadie habla, cuyo amor se va descubriendo en el dolor de verlo aquejado por una enfermedad cerebral que lo va minando lentamente, mientras esos dos hermanos de distinta madre encuentran puntos en común a pesar de sus modos tan disímiles de ver el mundo.
Mientras el mayor ha dejado sus ilusiones de músico en el pasado por dedicarse a sus labores de padre de una hija fraternal y de una personalidad descomplicada debido a esa autonomía generada por sus relaciones familiares, el menor de ellos delineó su perfil profesional en los negocios dejando a su familia descuidada, hecho que ahora le genera remordimientos.
Junto a ellos asoma en el horizonte una artista audiovisual (Elizabeth Marvel), de películas iconoclastas, con fuerte contenido sexual, de simbolismos no muy bien asimilados por su familia (a su padre le gustan las películas clásicas de los años 30 del siglo pasado) que ha sido víctima no sólo de un acoso sexual de uno de los artistas contemporáneos de su padre sino de un silenciamiento sistemático en aquella familia disfuncional, con esas fuertes represiones de sentimientos no expresados a causa del “autoritarismo estético de la vida” que ha infundido ese patriarca que ha sabido ganarse el reconocimiento de una obra ya olvidada. Además, una Emma Thompson enrarecida por su desaparición cinematográfica, aparece encarnando a un personaje disminuido por el alcoholismo, sin ofrecer una actuación sobresaliente pero aceptable dadas las campanillas del resto del reparto.
Foto/Tomada de goo.gl/u1B75A//Papel Salmón
Dustin Hoffman es uno de los protagonistas de la película del director newyorkino Noah Baumbach Los Meyerowitz: la familia no se elige.
“Los Meyerowitz” es un homenaje a la ciudad de Nueva York por esas reiteradas escenas en sus calles, a veces nocturnas, a veces diurnas, pero siempre llenas de gente que va de prisa, con los autos pasando muy cerca de los transeúntes que se hunden en el asfalto cosmopolita, en tanto la bella música de ese gran compositor llamado Randy Newman contribuye a crear esa atmósfera citadina. Se aprecia en los exteriores del Museo de Arte Moderno de esa ciudad, en los restaurantes transparentados por los vidrios que asemejan un panóptico de proporciones multiformes por esas esquinas cuadradas y por la ornamentación de multitudes que se agolpan en esos sitios característicos de la gran urbe. En eso esta obra recuerda las intenciones de la ambientación existente en las películas de Woody Allen.
Pero también es un homenaje a esa ciudad por los enrevesados dramas familiares tan usuales entre personas que conviven en ambientes pesados y sujetos a los graves problemas de la sociedad contemporánea. Tanta presión, tanto bombardeo de información, terminan generando patologías que si se analizan con más detalle, tan sólo son comportamientos propios naturalizados por las dinámicas de la agitación actual.
Esa vida “subterránea” es un caldo de cultivo para conflictos familiares, cuyos miembros compiten en sus vidas diarias por ganarse el afecto de los suyos. Por eso esta obra es más que un drama, es una comedia que invita a la reflexión sobre sentimientos como el amor, el odio, la posibilidad de la reconciliación.
En una familia que ha ido acumulando amores y desamores, las cosas terminan por explotar, con el fin, a veces, de mejorar un estado de cosas insostenibles. En ese despliegue de venganzas reprimidas, se adivinan los procesos a largo plazo que ha servido para consolidar la familia plenamente o para aparentar que las situaciones tan sólo son contingencias fácilmente salvables con el diálogo. Sin embargo, las resoluciones de problemas también entrañan violencias inesperadas aunque latentes que se van incubando a espaldas de la conciencia.
Cuando se escucha solamente la voz del patriarca (interpretado muy bien por Dustin Hoffman), los demás miembros de la familia son invisibilizados, a quienes no se les presta la atención del caso. Una figura pública corre el riesgo de empalagarse con sus propias creaciones; tanto ego exhibido ante los suyos hace de un padre, la más legendaria figura de los egoísmos arquetípicos de la que tanto nos ha hablado el psicoanálisis.
Los conflictos se dan entre todos, por ejemplo entre los dos “hermanos medios” que han competido por el afecto de su padre; en tanto el mayor siempre se vio desplazado por el amor que su padre le brindó al menor. Con el tiempo, tanta libertad ha hecho de una vida libre, también un caudal de resentimientos que rayan en el autoritarismo con esa hija llena de amor por su padre; por el otro lado, ese hermano menor ha aligerado sus miedos y consiente en la sobrina lo que nunca permitió a su propio hijo. A esa hermana lesbiana, nadie la entiende, solo aquella sobrina que nunca la juzga.
Ese pajar de relaciones, requiere de exigencias actorales que queda satisfecho con estos actores reconocidos. Lejos de las ofertas millonarias de Hollywood, este director independiente que ha decidido trabajar para Netflix, construye una dirección de actores maravillosa. Esta comedia dramática es una buena obra para explorar sentimientos. En eso rinde tributo al cine como posibilidad de ahondar en la naturaleza humana. La familia es una fábrica de sentimientos que moldea las personalidades de sus miembros para siempre. Con razón, esta obra se ganó el cariño del público en Cannes.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. U. de Caldas.
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