Sebastián Navarrete Aldana*
No fue desarraigo, fue arrepentimiento. Su inesperada muerte me hizo revivir el viejo dicho: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Dedicado a leer la obra de Gonzalo Márquez Cristo para luego abordarlo en una entrevista que nunca se pudo realizar. La mayoría de sus libros repartidos en la red de bibliotecas públicas de Bogotá. Por ejemplo conseguir Ritual de Ttteres queda a dos horas de mi casa en transmilenio. El Apocalipsis de la Rosa no lo tiene la red, sino la Luis Ángel Arango, empastado en color rojo, tal vez en guiño a la flor.
Noche, junio de 1989, un encuentro de poetas en Villa de Leyva, organizado por Ignacio Ramírez un escritor, activista cultural y director del diario virtual: Cronopios. En el encuentro (sin apoyo oficial, para mantener libre e independiente su derecho al ejercicio de la crítica) el punto de convergencia era la poesía. Gonzalo ya tenía un número de la revista Común Presencia carátula a cuatro tintas, interiores en blanco y negro, y en letra monoespaciada como la de una máquina de escribir el poema homónimo de René Char recibiendo como editorial.
El hilo de la letra los iba dar a conocer con Amparo Osorio, su eterna cómplice. Fue amor a primera vista, comentó la poeta, mientras sentada en el sillón que da contra la ventana del apartamento, fumaba un cigarrillo mentolado que se disipaba en el tenue gris de los edificios de Chapinero Central. Pudo haber sido casualidad o de pronto causalidad, pero desde ese entonces se vinculó con Común Presencia para contribuir a la confusión general.
Tal vez la secreta causalidad fue el ensayo que escribió Gonzalo: “El exilio de Afrodita”. El quinteto de Avignon de Lawrence Durrell en el primer No de Común Presencia y que Amparo al leerlo en Villa de Leyva sintió afinidad puesto que también gustaba del poeta inglés. Y de pronto la casualidad fue una extraña unión que había entre ellos, una complicidad ya marcada por el destino: el nombre de Ariadna, un personaje de la mitología griega que en ese momento figuraba en las novelas en proceso de Gonzalo, Ritual de títeres y en la de Amparo, Itinerarios de la sangre, que cambió después con el nombre de Aralia.
Al enterarse los poetas de aquella común presencia los personajes de sus libros ya no eran solo palabras, un viaje mutuo con las letras los esperaba:
“Lo he decidido los ausentes no cesarán de inclinar la balanza. Mi aliento ha emigrado, no deja en el vidrio la forma de la rosa - dijo Ariadna”.
Y Aralia observó con un pequeño caleidoscopio que un anciano le prestó. Porque el olvido:
“Vio la tempestad y el llanto y las máscaras. La rosa del amor y sus espinas…”.
Puede que la razón final del inesperado encuentro; un vínculo astrológico, lo tengan los libros delatados por los dos poetas de la reconocida estirpe del año del Gato, para eso, en conversación en la librería Casa Tomada con Javier Osuna, director del Festival de Literatura de Bogotá, sugirió la lectura del relato “El Mago” dedicado a Amparo y perteneciente al libro de Gonzalo: El Tempestario y otros relatos.
El escrito con altas dosis de prestidigitación no devela la enigmática muerte del mago más bien sugiere la conspirada fábula que entretejida el camino entre los poetas. Su secreto con la rosa, los astros y la muerte, nos dice:
“Las luces se apagan y cien mil personas quedamos en una oscuridad menguada por una luna llena que surge detrás del cerro de Guadalupe”.
En paralelo un mapa de lectura de Itinerarios de la sangre confluye:
“Se procede a continuar entonces con Campanas húmedas y cuando aparece el mago se suspende para empatar con Aralia contemplaba la ciudad”.
El extraño camino de las palabras, las mágicas coincidencias que develan sus libros. Los personajes entrelazados por las heridas de la noche. La ciudad, un epicentro de sus historias. “Bogotá; bestia harapienta y mutilada, laberinto al que no hemos inventado nuestra Ariadna. Territorio desastrado, vocablo de sangre, nube herida, bocanada de ceniza”, anotó Gonzalo en su poema en prosa “La morada fugitiva”.
Foto/ Sebastián Navarrete Aldana/Papel Salmón
Amparo Osorio contando la historia de Cioran, Javier Osuna moderador.
Días antes al encuentro en su apartamento, en el marco del 7° Festival de Literatura de Bogotá dedicado a la obra de Márquez Cristo, Amparo comentó: la revista no debía de ser de esas de Los Mismos para Los Mismos ni tampoco De Todos y Para Todos. El alma de Común Presencia debía ser una entrevista central.
Y el alma que le dieron a la revista a lo largo de 20 números se vio reflejada en las íntimas conversaciones que tuvieron con escritores como Olga Orozco, Roberto Juarroz, José Saramago, Octavio Paz, Eugenio Montejo, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sabato, Roger Munier, Emil Cioran, entre otras grandes plumas. La única colombiana, Álvaro Mutis. Aunque intentaron contactar a García Márquez en varias ocasiones sin respuesta positiva, contó Amparo.
La aventura con alto rigor a la que apuntaron estos poetas fue plasmada en octubre de 1989 con la segunda editorial de la revista: “La nuestra no es una búsqueda, sino la certidumbre de instaurar el milagro, de establecer el instante. No transigiremos con lo simple y asaltando la más ardua sencillez, lo comprensible será por fin sustituido y de nuevo podremos ver nuestras heridas”.
Y en este camino mutuo que emprendieron los poetas, la convicción era tanta que hasta desprenderse de sus bienes estaban dispuestos con tal de prender vuelo y capturar ánimas literarias. Su primera tentativa alma fue la causalidad que los unió en Villa de Leyva. Antes de querer entrevistar a E.M. Cioran hablaron Gonzalo y Amparo sobre quién era su héroe literario y los dos coincidieron que Lawrence Durrell, enamorados por el Cuarteto de Alejandría y El Quinteto de Avignon.
Amparo recuerda el episodio, suspira y dice, nunca se me va a olvidar:
Gonzalo, que era un loco y yo no me quedaba atrás, dijo que nos fuéramos a París a entrevistar a Durrell.
-Y ¿cómo hacemos?
-Pues yo acabo de recibir una herencia, tú vendes el carro y pues nos vamos.
-Entonces yo dije: bueno sí, nos vamos.
-Postergamos el viaje y un día me llama Gonzalo y me dice: estoy desgarrado se acaba de morir Durrell. Entonces a los cuatro, cinco meses decidimos ir a entrevistar a Cioran. Le enviamos una carta a Cioran, el correo postal nos lo dio nuestro amigo venezolano Alfredo Silva. Le mandamos la carta a Cioran y la revista. Cuando, ¡oh milagro! nos llegó un manuscrito de Cioran con una colaboración exclusiva para Común Presencia. Emocionados sacamos el siguiente número y nos fuimos a París a buscar a Cioran.
Llegaron a París y sólo tenían el número de su dirección con unos ejemplares de Común Presencia donde el oráculo les había escrito un cuento. Se encontraron con el colombiano Pedro Manrique, colaborador de la revista, que les dijo: pero ustedes están locos, cómo los va a recibir, cómo lo van a llamar. Como sea, le llegamos como sea, dijeron los poetas. Cualquier día después de muchas copas. Amaneció y envalentonados Gonzalo y Amparo decidieron ir a donde Cioran.
Arribaron a Rue del Odeón, una calle empinada, encontraron una puerta, una fachada parecida a la de un garaje y Gonzalo dijo: y ¿qué hacemos? Pues se abrió la puerta y salió una mujer francesa como de dos metros, no perdieron la oportunidad, entraron y a mano derecha estaba la caseta del conserje que estaba agachado, aprovecharon, siguieron caminando. Se encontraron con un patio gigante y tres torres al frente. Pero no tenemos ni el número de la torre ni del apartamento, dijo Gonzalo.
Foto/ Sebastián Navarrete Aldana/Papel Salmón
Amparo Osorio mostrando artículo de entrevista con M.Cioran publicada en Común Presencia.
Metámonos a la izquierda, siempre a la izquierda, contestó Amparo.
Y en ese instante (todo esto que estoy contando es exactamente como fue y pienso que es como el punto cósmico en que las cosas tienen que ser así porque están escritas para uno), aclaró Amparo, se abrió la puerta de la torre y salieron unos tipos con un sofá rojo en los hombros. Era un edificio robustísimo con alfombra roja, empezamos a subir, piso por piso y en la placa de cada apartamento no estaba el nombre del escritor. Llegamos a la buhardilla y vimos arriba de la puerta una placa que decía: E.M.Cioran. Yo ya tenía taquicardia, pienso que Gonzalo también pues estaba como un paté, rió la poeta.
El Sena escuchó sus misterios y los poetas contaron sus secretos en la entrevista con E.M Cioran: “Adiós y mucha ironía”. Un posterior registro del encuentro es el poema “Desgarradura” que Amparo lo dedicó al conocido padre del escepticismo: Para E.M Cioran por aquella irrepetible tarde de lluvia.
Después de haber contribuido a la confusión general y proponerse retener a la luna, Común Presencia escribió el editorial titulado “Llamamiento del Esencialismo” en los No. 5 - 6 del año 1991. El escrito citó al libro de Gaston Bachelard, La Intuición del instante, y este citaba al filósofo romano Boecio: “El ahora que pasa hace al tiempo, el que permanece hace al Instante”, los dos filósofos influenciadores de lo que sería un gusto de los poetas: la metafísica.
Los poetas anotaron en el editorial: “Será necesario emprender la fuga del origen -si deseamos reconocerlo- para poder ser dignos del Instante y explorar la magnitud de sus esencias”, proponen a la memoria, el viaje, los ritos y el presente como los cuatro puntos cardinales del vivir poético. El quinto, como señal oculta, la rosa; un íntimo secreto, una migración de la ceniza. Los pétalos que dejaron en cada poema son náufragos ritualizados en el instante, palabras liberadas, sombras incandescentes, raptos del silencio; aullidos de la espina.
Además, el ensayo del crítico literario, Enrique Ferrer Corredor, titulado “Cuatro visiones de la poesía actual colombiana”, anotó que la visión “esencialista” asume una lectura trágica y metalingüística, una fusión de la imagen con la necesidad conceptual, una poesía crítica, rebelde y reveladora. Más adelante dice: “la propuesta estética de los “esencialistas” se construye en el ámbito del pensamiento complejo contemporáneo: revelación como conjunción entre la plástica de la palabra y el ejercicio filosófico tras la imagen expresionista y sugerente”.
Sentados en la sala del apartamento de Amparo, nos miraba un retrato de ella realizado por el pintor Fernando Maldonado, en el cuadro aparece la poeta recogiéndose su juvenil pelo castaño. Al lado, una esencia, su cabello recobró las fuerzas de una gran pérdida, Gonzalo permanecía vivo con cada ejemplar de Común Presencia que la poeta mostraba. Los rincones del cuarto piso en el que compartieron bastantes años se mantenían en silencio. Nos paramos hacía el estudio donde tejieron caminos de confabulación, compartieron noches de revelación y asumieron cazas al origen.
No había máquinas de escribir. Unos computadores modernos, cuadros y pilas de archivos organizadas acompañaban el cuarto. El escritorio de Gonzalo, junto a la ventana, se veía como si nada se hubiera movido desde su partida. Una fotografía da versión del registro, al terminar de obturar, Amparo me entrega una antología poética suya: “Oscura música” y me regala su novela Itinerarios de la sangre, comentó que para entender a Gonzalo hay que indagar en la escritura de ella.
Se encuentra en la escritura de ambos un marcado amor por Ariadna, una constante lucha por derribar la palabra y hallar un lenguaje perdido. Interesados en recuperar las ideas como esencia y transportarlas en el fuego de la tempestad. Unidos en la creencia de la rosa como si fuese un apocalípsis a la muerte o una estadía en el invierno de la vida. Señales ocultas erigen su escritura y su mundo está interconectado entre verso y verso. Por algo dijo la poeta, sentada, tomándose su segundo café: “Todo Apocalípsis es el principio del fin y el fin de todo”
La poesía de Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio ha sido un destino marcado por los astros, señales ocultas que sólo pueden descifrar los mismos poetas, el viaje mutuo que emprendieron nunca tuvo un comienzo ni tampoco un fin.
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