ANDRÉS RODELO
LA PATRIA | MANIZALES
Eduard Andrés Henao tenía 12 años cuando le apuntaron a la cabeza con un revólver. "¡La plata o aquí se muere!", le gritó quien sostenía el arma. "¡No, esperen, la tengo en la casa de mi tía!", suplicó a los cuatro hombres para que no lo mataran. A Henao, conocido como el Pamplo, lo encañonaron por sorpresa una tarde, en una esquina del barrio Asís de Manizales. Antes vivía una rutina que lo anestesió frente a los riesgos del mundo criminal. Un robo aquí y otro allá forjaron una costumbre que no parecía alertar peligros. "Hasta que robé a la persona equivocada", cuenta.
Frente a él estaban los subalternos de esa persona, un punto de giro en la vida del Pamplo que lo aterrizó. "Me llevaron a la casa de mi tía. Mi Dios es muy grande, porque decidieron esperarme afuera mientras yo buscaba un dinero que no tenía. Me lancé por un balcón y escapé por una cañada", narra. El respaldo económico de una tía y de su madre lo ayudaron a pagar lo robado, pero no gozó la tranquilidad de saldar la deuda: "Me dijeron que iban a quebrarme por dañino, que no importaba que hubiera pagado".
15 años después, el Pamplo recuerda estos hechos como si fueran ajenos, sin comprender cómo ese adolescente y el hombre de 27 años que es hoy fueron algún día la misma persona. Huyó hacia Neira tras la amenaza, en donde reside actualmente. Regresa eventualmente a Manizales, pues su vida ya no corre peligro: pasaron varios años desde su mala época y, sobre todo, es una nueva persona.
Su esposa y su hija de un año, Paulina, lo impulsan para salir adelante. El rap también llegó a su vida cuando cursaba el bachillerato para convertirse en un motor. Soy un guerrero es producto de esa pasión por la música: "Le agradezco a papá Dios por mantenerme con vida, a los 11 años yo ya conocía la cocaína", expresa la canción en sus primeros versos; un repaso por la vida del Pamplo desde que tocó fondo hasta que alcanzó la redención.
"Escribí y grabé este tema para sanarme, no podía quedarme con eso guardado. Es una reflexión para que jóvenes que fueron como yo recapaciten, para que se digan: 'Si él pudo, yo puedo'", menciona.
La sexualidad de Juliana Buitrago Torres no encajaba en ningún esquema que le enseñaron de pequeña. La joven de 22 años, conocida en el mundo artístico como Lady Kris, concluyó desde ese momento que era perjudicial una sociedad en la que ser heterosexual era la única opción permitida. La discriminación hacia otras identidades sexuales, agrupadas en la comunidad LGTBI, la convencieron de ello.
"Para mí solo existe el amor. No importa si ocurre entre una mujer y un hombre, una mujer y una mujer o un hombre y un hombre. Deseo resaltar las emociones y los sentimientos que se desprenden de esta sensación. Es lo único que me interesa", explica Lady Kris. La oportunidad de expresar sus principios llegó con la composición de Quién te manda, tema que narra la atracción de una mujer por otra.
"Quién te manda a estar tan buena, con ese cuerpo que enloquece a cualquiera. Fumamos blunt (cigarrillo de marihuana), tomamos ron y en mi camita amanecemos las dos", dice la letra de la joven, que vive en el barrio Samaria de Manizales. "Es una fantasía que me inspira. Falta más conciencia en la ciudad, la gente debe entender que no somos malos ni incapaces de lograr nuestros sueños por tener orientaciones sexuales distintas", agrega.
Le gustan el rap, el reguetón, el trap, el hip hop y otros géneros. No se define por ninguno, pues la diversidad es su filosofía de vida en todos los sentidos. La mayor satisfacción que le ha dado el tema es que no solo integrantes de la comunidad LGTBI le digan que lo dedicarían: "También heterosexuales. Crear la diversidad, que nos respetemos todos. Ese es mi anhelo".
Daniel Fernando Cifuentes empezó a trabajar a los nueve años. Fue vendedor ambulante y realizó otros oficios para contribuir a la economía de su necesitado hogar. No tenerla fácil desde pequeño hizo que sus anhelos se manifestaran en sueños durante las noches: una mejor situación para él y para los suyos, una en la que la escasez brillara por su ausencia. Todo cobraba vida en su cabeza.
"Un día estando chinga (niño) yo tuve una predicción, que yo era millonario y andaba en un 'maquinón'. Que los míos vivían en una gran mansión y pa' eso de hacer money no había preocupación. Que teníamos de todo, que sobraban las riquezas. Ni en el día ni en la noche sobraba un plato en la mesa", cuenta la letra de Mi Historia, canción de Diieef, nombre artístico del joven de 26 años.
Despertarse no era fácil, comprobar que la pobreza regresaba en un abrir y cerrar de ojos. Pero dice el tema que la impotencia daba paso a las ganas de superación: "Cuando abrí los ojos me di cuenta que era un sueño, pero aquí la respuesta de mi vida yo soy dueño. Empecé a trabajar y a lograrlo con empeño, verán que poco a poco realidad se hará este sueño".
Diieef no solo trabaja para posicionar su carrera, sino también las de jóvenes que no tienen recursos para pagar una grabación. Fundó Urban Music con ese propósito, un estudio de Villamaría que apoya a jóvenes talentos. "Los pelados de la calle tienen mucho potencial. Hombres y mujeres que malgastan el tiempo en vicios y acciones delictivas. Muchos no tienen dinero para lanzar un tema. Mi objetivo es darles esa oportunidad".
Que cambien las calles por el arte es la recompensa que persigue, con eso se daría por bien servido. "Mi idea es llegar a ellos, impulsarlos a través de la música".
Terminar no es el momento más difícil de una relación sentimental, según Fabián Ricardo Arroyave. Para él no hay nada más amargo que ese instante de claridad en que la pareja se percata de que el amor tiene los días contados, de que el sentimiento es arrastrado hacia un abismo para el que no hay escapatoria.
Farren, nombre artístico del joven de 28 años, lo padeció en cuerpo y alma: "Hablo de esas ganas de expresarle algo a tu pareja, pero no lo haces. Sabes que no te comprenderá, que no hay remedio, a pesar de seguir juntos". Murió el amor describe su experiencia, un tema que busca generar identificación en quien lo escuche.
"Es grande el amor cuando es fuerte y nunca sin falla, momentos no se borran y en la mente me estallan. Fumando cigarrillo tus gemidos me acompañan, lo que quise con alguien no es contigo y eso daña. Y ya murió lo que había entre tú y yo. Ya no, mi amor, mi corazón te olvidó", dice la canción del artista que vive en Villamaría.
Nadie es inmune a la necesidad de amar y ser amado. Es un deseo universal por excelencia, afirma. "Me interesa describir las emociones. Tenemos en común la tristeza, la euforia y el amor". Pero así como hay dichas no faltan las penas, como aseguran las letras de Farren: "El amor atraviesa muchas situaciones, escenarios que no comprendemos y somos incapaces de sobrellevar", apunta.
El rap como arte divulgador y transformador
Por Víctor Alfonso Agudelo Villegas, sociólogo
La vida de las personas se debate constantemente entre las aspiraciones individuales y las oportunidades sociales o, en otras palabras, entre los propósitos o proyectos que se forjan a través de su trayectoria familiar, académica o profesional y las oportunidades que les brinda su entorno cultural, político y económico para realizarlas. Claramente, ambos aspectos pocas veces son compatibles y logran desarrollarse en las condiciones en las que viven en nuestro país cientos de miles de jóvenes como Eduard, Daniel, Juliana o Fabián. Jóvenes que se enfrentan desde muy temprana edad con la crueldad de las necesidades insatisfechas, la violencia naturalizada en todos los espacios vitales y la apremiante necesidad de adaptarse al entorno para sobrevivir a cualquier precio.
Casos como los de estos artistas urbanos pueden leerse como manifestaciones excepcionales de “superación personal” y, pese a que lo son, no dejan de cuestionarnos -en sus letras crudas y descarnadas- sobre todos aquellos que no alcanzan esta categoría: niños y jóvenes con potenciales enormes que se pierden en las drogas, la violencia y el abandono; personas que solo encuentran llenar vacíos emocionales en la primera “mano amiga” que se les ofrece, porque en el hogar pocas veces la encuentran. Esa mano amiga del combo de la esquina, de la cancha de fútbol, de los sábados de rumba, de los domingos en el estadio, del pedir o quitar, del fumar o comer, del amar o sufrir, del matar o morir.
Esta es la realidad que retratan los jóvenes artistas del rap en su música: una música que es poco comercial para las emisoras, poco atractiva para la gente del común y hasta ofensiva para la “gente de bien”; una música que nos confronta con ese mundo invisibilizado por los grandes medios, desfigurado por el Estado y olvidado por el egoísmo indolente con el que nos formamos. Esta música, sin embargo, como las grandes expresiones artísticas, no solo nos recuerda la dureza del mundo real en que millones de personas buscan sobrevivir cada día, sino que nos recuerda que, aún en las condiciones más difíciles, el ser humano logra sobreponerse a las dificultades y crea espejos a través de los cuales es posible ver que la sumatoria de pequeñas buenas acciones individuales pueden lograr grandes transformaciones en la sociedad.
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