Fernando-Alonso Ramírez
LA PATRIA | Manizales
El eskimal y la mariposa, esa novela de triste final que consagró a Nahum Montt, sigue llevando a los lectores a las charlas de este autor desenfadado, que aprovecha su capacidad de chisme, como él la llama, para apegarse a escenas que pueden terminar en sus próximos libros.
El escritor barranqueño, especialista en creatividad literaria, estuvo en la Feria del Libro de Manizales y conversó con el público. Se encontró a un joven abogado que años atrás lo vio por primera vez en el Seminario Menor, recibió una anécdota de una maestra caldense a la que le pidió que se la regalara para su próximo libro y tomó café con quien quisiera hablar con él.
La calidez de este hombre alto, de barba, de amplia familia y camisa afuera habló en un muro de la Universidad de Caldas, sede Palogrande, sobre la creatividad literaria.
- Qué será más difícil de encontrar: la delgada línea entre el erotismo y la pornografía o entre el humor y la chabacanería.
De hecho en la misma vida uno aprende a caminar esa delgada línea, pero después aprende a divertirse. Gracias a esa delgada línea uno aprende a bailar, a hacer el amor, a reproducirse, a hacer a los hijos, de hecho uno nunca abandona esa delgada línea. Eso es lo bonito de la vida, moverse entre lo uno y lo otro, no estar demasiado confortable. La escritura misma es una delgada línea que nos une con las lecturas. Un escritor es los textos que lee y lo que escribe es un excedente de lo que está leyendo, de esa delgada línea.
- Vine a una consulta. Todos mis cuentos terminan en un chiste flojo. Como usted es profesor de creatividad literaria, necesito que me saque de este problema. ¿Cuál es la receta?
¡Uf! Sabe qué decía Hemingway: "el principal instrumento de un escritor era tener un detector de mierda", y tú tienes un gran detector porque descubres el chiste flojo. Y daba otra clave: lee lo escrito y elimina todo lo bello del texto y trabaja con lo que queda. Creo que el chiste flojo o la frase lapidaria y todo eso son como disparos al aire que no ayudan demasiado, pero si dejas eso a un lado y trabajas con lo que queda puedes hacer algo. Nelson Romero me decía que a él se le va un año escribiendo un poema, es bueno que la gente sepa que uno no se sienta y escribe un relato, eso es poco a poco, uno va encontrando el tono, la música de las palabras, para armar una frase, un texto, un camino. Hay que tener mucha paciencia, lucidez y estar atento a eso.
- ¿Se ha encontrado casos perdidos en sus talleres, personas que realmente lo intentan, pero no logran producir nada?
¿Desde cuál punto de vista? Tengo la imagen de un señor que escribía unos textos realmente mamones, unas frases ampulosas, horribles. Yo me dije, a este señor mayor ya no lo cambio ni lo cambia nadie. Qué hicimos: un ejercicio literario donde un personaje escribía como él, y los demás chinos se empezaron a burlar de esa escritura, y de ahí salió un relato bellísimo, y él entendió que lo que estaba haciendo daba para que los otros se burlaran. Se choqueó y todo, pero después entendió y dijo, bueno, sí. Lo que hicimos fue usar una gran debilidad que había en el texto para mostrar cosas que no se debían hacer. Por eso todo depende del punto de vista. Si él se siente bien y lo disfruta, eso le sirve, pero si debe interactuar con otros va a crear conflicto.
- Usted es experto en dar consejos para despertar creatividad a la hora de abordar los textos, pero confiesa que cuando son los suyos eso que tanto predica no aplica. ¿Cómo lo supera?
Eso es justicia poética. Hablo mucha mierda del oficio de escribir, pero a la hora de hacerlo me la tengo que comer completica. Yo enseño: 'oh, hay que trabajar o mapa o brújula, el mapa es crear un esquema, y brújula es dejarse guiar por las palabras a hacer esto o esto otro'. Cuando me pongo a escribir me doy cuenta de que eso es pura mierda, esa vaina es váyase y trabaje todos los días lo mejor posible su historia. Eso sí, lea mucho, lea a los que admira, a los otros, por eso me he tenido que comer todo ese discurso de la enseñanza creativa. Está uno con vida mientras esté escribiendo y leyendo. Es como tirarse a un río. El río te está arrastrando y uno intenta no dejarse llevar, mantenerse con vida, prefiero eso a los que se quedan en la orilla viendo el río pasar. Es mejor estar en el río tratando de no ahogarse.
Manual para crear personajes
Al preguntarle a Nahun Montt cómo crea sus personajes en los libros dijo que siempre percibe imágenes, observa mucho a los demás. "Cuando tengo la imagen la escribo, por ejemplo, voy a trabajar sobre la imagen que me acaba de regalar una señora (Dorian Hoyos): de una mujer que tenía un perrito, y ella muere y al perrito lo dejan amarrado, y en el entierro, en plena ceremonia entra el perro que se soltó a buscar a su ama, no la ve y se mea en unas flores bajo el altar. Yo dije, carajo, ahí hay una imagen literaria bellísima, ella me la regaló, gentilmente. Hay muchos personajes, pero en esta imagen solo hay un protagonista, el perro. El sentido lo adquiere cuando al espacio sagrado que comparten varios personajes, llega un perro y rompe eso sagrado".
* "No es que uno diga: primero voy a crear el personaje de un perro fiel, que amaba a su ama más allá de la muerte y que le rindió un homenaje a ella meándose en la misa de su entierro… nooooooo".
* "Uno parte de hechos concretos, reales, que ocurren".
* "Cuando uno empieza a fabular: eso ya no pega. Fabular sí es mentir, las mentiras siempre nos llevan a los lugares comunes, esos clichés que uno deja cuando hay vacíos".
* "No me imagino a personas en el cielo de los personajes, sino en escenas concretas".
* "Cuando uno trabaja personajes siempre los pone en contexto y siempre están emproblemados. Uno lo aterriza a escenas concretas, a la vida, y no tiene que imaginar demasiado en un país como el nuestro, aquí pasan las cosas más curiosas que puedan suceder y uno se agarra de ahí".
* Un ejemplo, tomado de una escena en la charla que dictó el jueves pasado en la Universidad de Caldas: "un joven que estudia en décimo en el Seminario Menor ve un escritor en su colegio y el joven quiere ser escritor, y le pregunta cómo hacemos en este país con tantos muertos. Y el escritor le responde: ah, como dijo Saramago, 'hay que vomitar a los muertos', aún no hemos vomitado a nuestros muertos. Ese joven escucha eso como el gran oráculo. Delfos ha hablado. Y entonces se pregunta: 'qué voy a hacer, tengo que vomitar a los muertos'. Y sabe qué hace ese bendito joven, se pone a estudiar Derecho, para vomitar mejor los muertos, pero no abandona el sueño de ser escritor. Ahí tengo dos personajes, el escritor consagrado, y el joven, están en situación, dialogando".
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