Mateo Ortiz Giraldo
LA PATRIA | MANIZALES
Daniel Divinsky no sabe dibujar aunque editó, por cerca de 50 años, la tira cómica más importante de la cultura hispana: Mafalda. Cuenta que durante sus años de colegio, a pesar de ser un alumno aplicado, la única materia que repitió fue dibujo: “Por eso admiro de una forma gigantesca a quien sí puede dibujar”.
Estudió derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero apenas se graduó con 20 años de edad fundó con un socio Ediciones de la Flor y la convirtió entre las más importantes de Argentina. Divinsky la dirigió desde 1969 hasta el 2018. Editorial donde autores dispares se han dado cita: humoristas gráficos como Quino (creador de Mafalda), Roberto Fontanarrosa, Liners y Montt y los autores “de novelas serias”, como dice el editor, José Lezama Lima, Rodolfo Walsh, John Berger, entre otros.
“Quisimos poner una librería. Por eso nuestros padres nos prestaron 150 dólares a cada uno, dinero que para la fecha ya era poco; entonces, no nos alcanzaba. Así fue que se nos ocurrió poner una editorial”, narra Divinsky. Antes había hecho otros trabajos de edición para la facultad de leyes. Trabajaba con pequeños libros que, cuenta, se vendían bien porque los docentes, quienes eran sus autores, siempre los incluían en los exámenes.
En esa edición de textos de leyes empieza la vida literaria Daniel Divinksy, quien visitóManizales esta semana, guiado por su amigo Diego Ramírez, el mismo que gestionó una corta charla sobre Mafalda, el martes en el Rogelio Salmona, donde conversó con LA PATRIA.
Tras de Divinsky está Rusia
El apellido de Daniel guarda el frío del Imperio Ruso: su papá nació en Odesa, pueblo de la actual Ucrania. El abuelo de Daniel tocaba el tambor en el ejército, la abuela era un partera diplomada. “Ambos llegaron a la Argentina, primero mi abuelo y luego mi abuela, aunque ella se fue porque le parecía un país de bárbaros”.
Cuando su abuelo llegó a Argentina no sabía español. “El único trabajo posible era ser conductor de tranvía, donde todo lo que debía hacer era tocar la campana”. La abuela de Divinsky regresó a Argentina debido a la persecución de los judíos en Rusia. Llegó al país natal de su nieto, a través de Uruguay, en donde le ayudaron a conseguir una visa.
El padre de Daniel llegó a Latinoamérica a los siete años. En Argentina se formó como médico: “Era un médico de barrio que debía trabajar en otros lugares para ganar lo suficiente”. Esa enseñaza de trabajo se la transmitió a su hijo, quien pretendía estudiar letras, pero terminó en leyes por sugerencia de su papá: “Él me dijo que éramos una familia que no tenía propiedades, que debía estudiar algo que me diera dinero para vivir”.
“Estudié eso porque era un gran vertedero de gente que no sabía qué hacer con sus vidas”. Él narra que para lo único que le sirvió su carrera fue para aprender a hacer contratos editoriales y disciplinarse.
De las leyes a las letras
En 1966, se produjo un golpe militar en Argentina. En este entonces, Divinksy cursabauna maestría en sociología. “Debido al golpe, los profesores renunciaron o fueron despedidos. Entonces me quedé sin horizonte porque ejercer la abogacía como única forma de pasar el día no era sano”. Con ese golpe militar se inicia la historia de Ediciones de la Flor.
“Lo primero que editamos fueron dos antologías: una que se tituló Buenos Aires de la fundación a la angustia”. El segundo libro nació a raíz del consejo de una amiga de Divinsky. “Ella nos dijo que ningún autor argentino conocido nos iba a dar un libro a una editorial de dos jovencitos. Pero nos sugirió que si le preguntábamos a autores cuáles eran sus cuentos favoritos de la literatura universal y les pedíamos que hicieran un pequeño prólogo explicando por qué les gusta, nadie se va a negar”. En ese libro participó, entre otros autores, Jorge Luis Borges.
Daniel Divinksy narra todo esto con tranquilidad. Suele parpadear rápido, pero cuando habla de temas importes, clava la mirada y su parpadeo merma. Así está en este momento, con la mirada fija y narrando lo que, para él, es el punto de quiebre de Ediciones de la Flor: la aparición de Quino y, por tanto de Mafalda, en su lista editorial.
Mafalda llegó a Ediciones de la Flor en 1970. La razón: un amigo de Divinsky, Jorge Álvarez, propietario de la editorial que llevaba su nombre, dejó de pagarle a Quino. Con esto, el dibujante buscó ayuda legal con Daniel para agilizar ese pago. “Aunque no le pudimos ayudar, tras el problema legal con Álvarez, preguntó con esa voz de niño que tiene: ¿Por qué no editan ustedes a Mafalda?”
Ese hecho transformó la forma en la que Daniel Divinsky venía trabajando: “Estábamos acostumbrados a libros de mil o máximo dos mil impresiones. Con Mafalda empezamos a imprimir 200 mil. Para eso no se puede ser un principiante”. En esa nueva dinámica Ediciones de la Flor se convirtió en una editorial independiente del país.
Con la visibilidad también llegaron los problemas. Divinksy y sus socios fueron a parar a la cárcel por un supuesto acto subversivo plasmado en un libro para niños. “Estábamos viviendo una represión militar y por publicar el libro Los dedos de la mano, en el que una mano roja es perseguida por una verde, fuimos a parar a la cárcel. Alguien interpretó eso como un metáfora de las milicias persiguiendo al pueblo”. El libro, relata Divinsky, tenía una portada con una mano roja extendida.
Este relato infantil le costó cuatro meses en una cárcel. Divinsky narra que durante aquellos meses no los trataron mal, en comparación con otros presos. “Llegamos asustados, pero no nos preguntaron ni los nombres. Sabíamos de historias terribles como lo que pasó con Walsh”, comenta. También relata un momento que lo marcó: “Cuando salimos de la cárcel, un militar me dijo “¿Me puede regalar una Mafalda para los chicos?” Ese día me confundieron con Quino”.
Después de la cárcel, vinieron seis años de exilio. Tiempo que la editorial siguió a flote, gracias a la fidelidad de autores como Quino y Fontanarrosa. “Sin ellos, con su humor y su fidelidad, no hubiesen seguido allí, nuestra editorial hubiese desaparecido”.
Un pollo que se llama Mafalda
“Quino es un humanista, una persona grata y autodidacta que plasma en sus tiras un tiempo detenido”, lo describe Divinsky. El tiempo detenido al que se refiere es al hecho de que en Mafalda los años no pasen: “Hay pocos televisores, no hay ningún celular o aparato actual, solo salen revistas y máquinas de nuestra infancia”. Por esto para él es incomprensible por qué Mafalda sigue leyéndose si “para los niños de hoy esa cantidad de cosas viejas no dicen nada”.
Él cuenta que uno de sus personajes favoritos es Libertad, una mujer intelectual y traductora. Recuerda que en una de sus viñetas la mujer prepara una traducción del filósofo francés Jean-Paul Sartré. Trabajó varios días; en la cena, le preguntan qué comerán y ella dice que será un pollo que se llama Sartré. Este imagen tiene relación con su trabajo: “Por muchos años yo comí un pollo que se llama Mafalda”.
Divinsky dejó hace tres años su editorial. Vendió su parte por “un precio irrisorio” a Ana María Miller, su expareja y socia. Desde ese momento, se dedicó a leer por gusto “y sin siquiera un lápiz para señalar las erratas”. Paralelo a sus lecturas, lleva un podcast de entrevistas a autores que se llama Los libros hablan. “Este momento es muy placentero para mí, leo autores actuales y charlo con ellos, no tengo la presión de editar”.
Mafalda en cifras
*Se ha traducido a 26 idiomas.
*La colección la conforman 12 libros.
*Se adaptó a la televisión, con una serie animada de 260 episodios.
*Desde 1960 se han vendido cerca de 20 millones de ejemplares, solo en Argentina.
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