COLPRENSA | LA PATRIA | Cali
Guest43: Estoy solo y busco compañía
babydollx : Pobrecito
Guest43 : ¿ Me acompañas?
babydollx : Claro, ¿Qué quieres hacer?
Guest43 : Para empezar, conocerte. ¿Te puedo ver la cara?
babydollx : Te pongo la cara que quieras, tu sólo dime...
Guest43 : No pido mucho, me conformo con una que pueda ver
babydollx : Entra a la sala privada y te muestro lo que pidas...
En épocas de relaciones computarizadas, la seducción es un juego de mentiras sin rostro. En Livejasmin.com, una de las páginas de videochats eróticos más populares del mundo, Babydollx tiene en vilo a otros 44 tipos que en alguna parte del planeta intentan lo mismo, o casi lo mismo: conocerla, desvestirla, tenerla.
En el recuadro del chat, ese teatro de las palabras donde los sentimientos se convierten en caritas felices, los nombres de colores titilan como corazones agitados. Guest21 le dice que está sin camisa y que en su pecho tiene tatuada un ancla; Guest 17 le habla de cierto temblor en las manos y Guest12 le menciona algo que, en ese mismo instante, hace con una fruta y un tarro de chocolate.
Yo, insisto en verle la cara. Mientras continuemos en la sala de contactos gratuitos, no importará lo que le digan en los próximos tres minutos: en la fase del no pago, Babydollx no dejará de ser una provocación descabezada.
Guest21: ¿Por qué te llamas Girlfire?
girlfire: Porque puedo calentarte lo que quieras...
Guest21: Me gusta poder verte el rostro.
girlfire: Es que lo mejor que yo tengo todavía no lo alcanzas a ver. ¿Quieres que te muestre?
Guest21: Me gustaría que habláramos un rato. Hagámonos amigos, ¿no?
girlfire: Si quieres, yo puedo ser tu amiga, tu mami, tu esposa, tu novia o tu moza. Si te animas, ya sabes dónde te espero, papi.
Guest21: Sí, entiendo. ¿Pero podemos conversar antes, no?
Guest21: ¿No?
Suena increíble, pero hubo una época en que las mentiras arruinaban las conquistas. Ahora, en tiempos de declaraciones pixeladas, el engaño hace parte del software amoroso: en Facebook nadie sube una foto en la que haya quedado feo; en Twitter todos posan de inteligentes; en Messenger, la furia se convierte en un zumbido inofensivo.
En el chat triple X una chica que no conozco, no puedo tocar y no se a qué huele, jura que puede ser mi novia y quererme como yo quiera. En el monitor, Girlfire es rubia y flaca. Tiene la boca grande y un sostén diminuto que no logra contener sus senos plásticos.
Son las 3:00 de la mañana y esa chica me dice “papi” para invitarme a hacer click sobre un botón que, jura, me llevará a un cielo de gestos y jadeos. Un paraíso donde las promesas ofrecidas se cobran a dos dólares por minuto y el amor entregado se mide en gigas consumidas.
En tiempos de máquinas que nos permiten el vértigo estando quietos, el sexo puede ser un asunto tan frío como una tarjeta electrónica de cumpleaños. ¿Puede alguien soplar una vela que luce encendida en la pantalla?
Guest125: Me gusta tu nombre
sara: Así se llamaba mi abuela
Guest125: Es una bonita mentira
sara: ¿Y por qué tendría que mentir?
Guest125: : ¿Qué te pasó en el brazo?
sara: Me quemé de niña. Estaba haciendo chocolate y el brazo se me quedó pegado a la olla
Guest125: : Suena doloroso
sara: En esta vida casi todo duele
Guest125: Sí, pero a veces también hay algo que va más allá del dolor
sara: Tal vez. ¿Charlamos más tarde?
Guest125: Te molestó algo?
sara: No. Tengo que ir a hacer un privado, ¿Me buscas luego?
Guest125: Sí, prometido.
Sara es una chica que podría encontrarme en el bus, en el mercado o contando billetes en un banco. Es blanca, de nariz alargada, senos pequeños. Lleva lencería de malla y el pelo recogido en una moña con forma de cebolla. Tiene calor. Las gotas de sudor se le acumulan por debajo de los ojos. De niña, en el colegio, se burlaban de su cicatriz. Le decían 'sara-cortada', haciendo referencia a la película del mafioso 'cara-cortada'. Entonces ella lloraba y les gritaba que un día sería actriz.
Ahora, del otro lado de la pantalla, recuerda todo eso y ríe sin fingir. Sara es la actriz más real de aquella puesta en escena que es el videochat y ese es su éxito: mostrarse tal como es. La cicatriz en su brazo la humaniza, la hace diferente del resto de emoticones en tanga y liguero con las que se disputan los clientes que al final de mes le ayudarán a pagar las cuentas.
Por eso casi siempre pasa lo mismo: a las 4:00 de la mañana de un día cualquiera puede haber un centenar de usuarios esperando a tocarla con el mouse. En estos tiempos de modernidad en los que el erotismo virtual parecía ya un asunto muy viejo, hay una novedad cada vez más recurrente: lo común es cada vez más extraordinario; la normalidad es un afrodisíaco virtual; la normalidad es sexy. Cali, pocos lo saben, es una despensa mundial de aquella normalidad dos punto cero.
***
El hombre que está sentado del otro lado del escritorio pide que lo llame señor B. Si lo que el señor B dice es cierto, debe tener razón para estar preocupado por su seguridad: sobre la mesa está expuesta la contabilidad de su negocio y, sólo el mes pasado, el tipo pagó una nómina de 39 millones de pesos.
La cifra, para un empresario común, tal vez no resulte mayor cosa. Pero para alguien que vive de administrar un videochat hace siete años no es un asunto menor. Una nómina de 39 millones de pesos es similar a la que, en Bogotá, se paga en un bufette de abogados con años de experiencia real. ¿Cómo el erotismo virtual se convierte en un negocio tan redondo?
El escritorio del señor B está en una casa del sur de Cali. La casa, recientemente remodelada, tiene siete cuartos y en cada uno hay un computador encendido las 24 horas. Delante de los computadores, repartidos en turnos de ocho horas, hay chicas, chicos, chicas que son chicos, chicos que parecen chicas, parejas heterosexuales, parejas homosexuales, madres de familia, una mujer bizca y una gorda de 130 kilos. Ellos, a través del mouse y sus juegos de seducción transmitidos por banda ancha, se ganaron 39 millones de pesos en 30 días. Entre ellos no hay ningún universitario; algunos no terminaron el bachillerato; algunos nunca habían usado un computador.
El señor B es un ingeniero de sistemas de 30 años. Hace 10, cuando los videochats empezaron a reproducirse como un virus informático, él prestaba soporte técnico a los negocios más grandes de la ciudad. El primero, recuerda, fue montado por un norteamericano. Luego hubo tres más. En su momento, Planeación Municipal llegó a contar 500.
El señor B se refiere al videochat como “un emprendimiento empresarial con responsabilidad social”. El hombre asegura que ante las dificultades para conseguir trabajo, lo que él ofrece es una oportunidad. B habla del videochat como una empresa. Una, en la que ha invertido más de $100 millones.
Una, registrada ante Cámara y Comercio como un negocio de transmisión de datos. Una, en la que cada mes revisa cinco solicitudes de trabajo. Una empresa, sin embargo, que funciona tras la puerta de un garaje sin anuncios visibles. El videochat es un negocio oculto ante los ojos de todos.
Guest72: Sara hola, soy yo, con el que hablabas de cicatrices hace un rato
sara: Ah, hola
Guest72: ¿De dónde eres?
sara: Colombiana
Guest72: ¿De qué ciudad?
sara: De Cali
Guest72: Yo también
sara: ¿Te gustaría saber más de mí?
Guest72: Sí
sara:Ya sabes qué hacer...
Guest72: ¿Sara?
Ahora el cuadro del chat ha dejado de titilar. Sara está ahí, en algún lugar de esa dimensión, sin contestar ninguna de mis preguntas. Está ahí y otros tipos hablan con ella. Seguro les contará la historia de su cicatriz, del apodo que le decían los niños crueles.
Amarán su historia tan normal, tan común, tan de carne y hueso. La tocarán con sus cursores curiosos y le prometerán el cielo, como se lo prometen a todas las chicas que tienen un trabajo como el suyo. Ella lo sabe. Cuando hablamos, alcanzó a contarme que ese es otro de los riesgos de los chats: que a punta de juramentos incumplidos, les rompan el corazón.
Ella, por ejemplo, sabe de colegas que se quedaron vestidas en el altar. Chicas que pasaron meses esperando por un hombre que nunca llegó.
Cuando me lo contó, Sara envió emoticones de gestos amargos: flores marchitas, caritas que lloraban, nubes negras escupiendo rayos.
Son las 5:00 de la mañana y pienso en todo eso. Por alguna razón siento entonces que debo protegerla. Lo intento. Trató de buscarla en la sala privada pero no puedo. El sistema de pago en línea me hace caer en cuenta: no tengo cupo en mi tarjeta. A veces la realidad debería permitir algo así: Control-Alt-Suprimir.
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La autoridad
Un investigador de la Unidad de Delitos Informáticos del CTI de la Fiscalía dice que justamente ese es el problema de las autoridades para determinar cuántos negocios de ese tipo funcionan en la ciudad.
En el 2009, su dependencia hizo 30 allanamientos y logró determinar que sólo dos sitios contaban con permisos para ofrecer entretenimiento sexual para adultos. Tres años después los hallazgos son casi imposibles. El investigador explica que gracias a la tecnología, los videochats se han multiplicado de manera incalculable.
Ya no sólo funcionan en casas adecuadas para ello, sino que se han convertido en negocios unipersonales que no necesitan más que un portátil y una conexión a Internet.
Hace dos años, la Secretaría de Gobierno de Jamundí había contado 12 videochats funcionando en el pueblo. Hace tres años, la Administración de Bogotá había registrado 250 negocios de este tipo en la capital. Hace dos años había 200 mil conexiones legales de Internet en Cali. Hoy, ninguna autoridad sabe cuántos chats eróticos operan en la ciudad. El investigador dice que ese desconocimiento representa un drama insospechado: ¿En cuántos de esos videochats se dan casos de pornografía infantil?
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Otras historias
Rachel Hilton se presenta como una modelo virtual. Lleva 10 meses trabajando en chats eróticos y hace poco se independizó. Ahora su oficina es la cama donde duerme. Rachel, un travestí que recrea los sueños más convulsos de sus clientes, trabaja sobre una sábana de ositos panda. Rachel es flaca, de manos largas. Su pelo ondulado comienza a caerle sobre el cuello; está cansada de las pelucas. También de los rellenos: desde enero empezó a aplicarse hormonas. Vestida de jeans y zapatos de goma, antes que como una diva cibernética, Rachel se ve como una adolescente en fuga.
Mientras habla, Rachel a veces sonríe mostrando todos los dientes, aprieta los ojos, saca la lengua. Es como conversar con un emoticón lleno de glamour.
Ella cree que eso, aquella espontaneidad, es su mayor atracción, como miel para las abejas. Sus clientes, la mayoría de Estados Unidos y Europa, la buscan para ver algo que les recuerde la vida que no tienen, la vida real, dice ella. Rachel vive con sus papás en un apartamento del Norte. Su mamá tiene alzheimer. La normalidad, a veces, sólo a veces, puede resetearse.
Janeth tiene 40 años y dos hijas de más de 20. Lleva el cabello tinturado y las uñas de colores. También un corsé negro que, seguro, le dificulta la respiración. Sentada en el cubículo del videochat donde trabaja, cuenta que muchos de sus clientes son tipos que le piden actuar como su madre. Le dicen que los regañe como si los hubiera encontrado haciendo una travesura; que los reprenda, que los trate mal.
Janeth tuerce la boca. Otras veces tienen deseos escatológicos. Fetiches de los que prefiere no hablar. Sobre la mesa del computador en el que cumple su turno de ocho horas hay una barra de chocolate partida en cubos.
Janeth a veces se aburre de todo aquello. Dice hay días en que resulta muy incómodo cumplir con los deseos ajenos. Janeth hace cuentas. Dice que le quedan dos años más de trabajo. Quién sabe. Las leyendas de hombres ricos que vienen desde países lejanos a casarse con sus amantes virtuales son como una conversación pendiente en el chat: algo que repica en algún lugar de la conciencia. Janeth deja de hablar. También de hacer cuentas. Tiene que atender a un amigo de Johannesburgo. Su chat vuelve a palpitar como un corazón reanimado.
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