Héctor Alarcón Correa, el primer Profesor Yarumo, nació en la Granja de la Federación de Cafeteros en Chinchiná, el 15 de agosto de 1942, y falleció en Bogotá el pasado 18 de mayo.
Soy su hermano, y en homenaje he abierto la página web http://www.hectoralarconcorrea.org. Con motivo del primer mes de su fallecimiento, escribí en esta web una semblanza de Héctor, enfocada en su personalidad.
Fue Héctor un buen caldense, y para aclarar ciertos datos biográficos imprecisos publicados en otros medios, quiero contarles cómo era él realmente.
Amigos y conocidos me preguntaban siempre: ¿es Yarumo en la vida real igual que en el programa? La respuesta inmediata era: sí, mejor dicho, ¡mucho mejor que en el programa!
No se puede decir que Héctor Alarcón y el Profesor Yarumo fueran la misma persona, aunque Héctor trataba de que así fuera, aunque él mismo reconocía que ese personaje comenzó a gestarse en su ser desde su misma infancia en una granja cafetera colombiana.
Lo que sí se puede decir es que el Profesor Yarumo y Héctor Alarcón se identificaban, tanto el uno con el otro, en que no se necesitaba ningún tipo de actuación. Y así fue como todos los colombianos lo conocimos: un personaje auténtico, reflejo de la personalidad de Héctor Alarcón.
Héctor era genial, profundo, francote, cálido y desinteresado. Como todo ser humano, tenía sus defectos, en especial uno que se desarrolló paralelamente a su carrera e influyó tanto en la genialidad de sus proyectos como en su decaimiento.
Sería para mi una falta de respeto con su memoria tratar de presentar una semblanza de su personalidad maquillada, perfeccionista e idealizada. No, lo quiero presentar como lo conocí y como el mismo quería que lo conocieran. Porque ante todo era una persona sencilla y humilde.
Era también un profesor nato por ser nieto de maestro de escuela rural, Don Pedro I. Alarcón, de quien recibió las primeras letras y de quien heredó el amor por la enseñanza.
Héctor nació en una de las casitas de la granja experimental de la Federación de Cafeteros, siendo el segundo hijo del matrimonio formado por el ingeniero agrónomo Pedro José Alarcón, huilense, y Pepita Correa, antioqueña. Creció libremente y entre aventura y aventura fue desarrollando su segundo amor: el campo.
Su tercer amor fue la agricultura. Hasta bien entrada la juventud acompañó a nuestro padre en muchos viajes, presenciando innumerables conferencias y demostraciones sobre temas agrícolas. Fue por él que Héctor sin vacilar se decidiría a estudiar agronomía, y fue a él a quien más tarde le dedicaría el Programa. De estos tres amores: a la enseñanza, al campo y a la agricultura, nacería el personaje del profesor Yarumo.
De Chinchiná la familia se traslada a Bogotá, a la gran ciudad, y se establece en el Bosque Calderón, hoy Chapinero alto. La familia de Pedro y Pepita se completa llegando a tener cinco hijos varones. La vida de Héctor transcurre entre la rutina escolar del Liceo de la Salle y grandes sueños de aventuras literarias y teatrales que nunca lograron salir del sótano de la casa. Es la época de las emocionantes excursiones a los cerros orientales de Bogotá, y de los cigarrillos a escondidas.
Se gradúa de bachiller en 1960 y entra a estudiar agronomía en Medellín, en la Universidad Nacional, en la misma Facultad donde se educó nuestro padre. Estrena la rebeldía, pero al mismo tiempo es buen estudiante y sin mayor contratiempo se gradúa de ingeniero agrónomo en 1966.
Comienza su vida profesional en Bogotá, en el Instituto de Ciencias Agrícolas (ICA) del Ministerio de Agricultura en Tibaitatá. Se especializa en Divulgación Agropecuaria. Una de las campañas era contra la fiebre aftosa, para la que realiza una película con argumento, con actores y en blanco y negro.
Uno de los actores era un ayudante de la oficina, Jaime Agudelo, quien más tarde también seria famoso en la televisión como cuentachistes. El éxito de esta película le mostró que sus sueños de aventura eran posibles.
También le sirvió para reafirmar su rebeldía y prometerse a sí mismo que no se dejaría doblegar por la vida burguesa y la rutina burocrática. Desde ese momento se dedicó a estudiar sobre cine, radio, prensa y publicidad.
Pasa a trabajar al Inderena haciendo películas sobre la naturaleza y documentales sobre parques nacionales, la subienda y las tortugas marinas. Del Inderena sigue a la Federación de Cafeteros, a trabajar en la granja de Chinchiná, donde había nacido, y continúa con las campañas educativas, pero regresa a la rutina, que en nada le gusta, y a la parranda, que en nada le conviene.
Nuevamente en Bogotá, desde las oficinas de la Federación, dirige las campañas de recursos naturales.
Casado desde 1969 con Aleida Ospina, quien fuera su novia en la época de estudiante en Medellín, se esforzaban ahora, como cualquier familia, por conseguir una casa y educar a los dos hijos que habían tenido. Pero Héctor no estaba satisfecho.
Lo que en realidad quería era dedicarse al cine, ser el Cousteau colombiano, un documentalista. No quería seguir en una oficina, sino estar al aire libre. Llegó a ensayar la producción particular de documentales, especialmente de cortometrajes.
La intensidad del trabajo en la Federación había decaído y no había nuevos proyectos. Llegó el aburrimiento y más tiempo para el grupo de compañeros bohemios. Lo que ni él ni nadie sabían era que ya había cruzado la línea de advertencia y el trago se le estaba convirtiendo en un verdadero problema.
Entonces, ya en 1984, se propuso entrar a la televisión y con Jorge Otálora comienzan los preparativos de una serie que ya en 1985 se deciden por presentar a la Federación de Cafeteros. Ante su sorpresa, el proyecto es recibido con gran entusiasmo por los directivos, siendo aprobado de inmediato. Claro que para Héctor seguiría siendo parte de su trabajo, sin ninguna bonificación o compensación adicional.
En la Federación consiguen un espacio en el canal cultural de Inravisión, más conocido en esa época como Cadena tres o Canal 11, que sólo cubría el área central del país. Pero también se logra que el programa sea repetido por la cadena Uno, o canal siete, que sí llegaba a todas partes.
Logran muy buenos comentarios y reportes de sintonía, especialmente desde la zona cafetera, mostrando el entusiasmo de los campesinos por el nuevo programa.
Y es que esa fue la clave del éxito. El programa, y más concretamente su personaje, el Profesor Yarumo, habían llegado directo al corazón de los caficultores. En los primeros meses Héctor llegó a recibir hasta 500 cartas semanales, que él mismo contestaba, y un par de años más tarde estaría recibiendo 5 mil semanales, que para contestarlas se necesitaba un equipo de cuatro personas.
En 1986 las mediciones de audiencia indicaban que el programa era visto en ocho millones de televisores encendidos, algo realmente importante. Pero esta magnitud de audiencia no provenía únicamente del sector campesino o de la zona cafetera, lo que pasaba era que el programa había entrado prácticamente a todos los hogares, de todas las regiones y de todos los estratos sociales.
Yarumo supo llegarle al campesino por donde más le gustaba: los sancochos y la música. La idea original era que por ser un programa para cafeteros, el Profesor llegaría a cada casa pidiendo un tintico. Pero un día, después de la grabación, fueron homenajeados con un sancocho tan apetitoso y tan bien presentado sobre unas hojas de plátano, que sin pensarlo pidió que fueran grabadas unas escenas del sancocho en primer plano. Esto generó una reacción en cadena y de ahí en adelante cada vez eran invitados con más esmero y con mas derroche de atenciones.
Con la música pasó algo parecido. Cuando los campesinos vieron que el programa era para ellos y que era para su música, no dudaron en hacer todo lo posible con el fin de que Yarumo los visitara y así tener la oportunidad de salir en TV.
Fue grande el impacto que generó el Programa. Tiempo después Héctor recibiría auténticos testimonios de curas que habían cambiado el horario de las misas para poder ver el programa, de gerentes que se encerraban en las salas de juntas, de cuarteles en los que era obligatorio ver el programa, de niños y niñas de grandes ciudades que no se habían perdido ni uno solo de los capítulos, de estudiantes y profesionales que no tenían nada que ver con el campo.
Nosotros, su audiencia cautiva, tampoco nos perdíamos un programa, y antes de que terminara, cuando comenzaban a salir los créditos, nuestro padre llamaba a Héctor a felicitarlo, y así lo hizo semana tras semana, durante todos los años que fue su protagonista.
Además, Yarumo fue un integrador de la nacionalidad. Todos los colombianos supimos que en la Costa atlántica, en los Santanderes, en el Huila y hasta en el borde sur de Nariño, en prácticamente todos los rincones de la geografía nacional había zonas cafeteras y había campesinos con las mismas costumbres, tan orgullosos de su tierra como el más rancio de los campesinos caldenses.
Se apagó la luz
Hasta el año 1989 se puede decir que fue la edad de oro del programa. Viajaron por todo el país, fueron invitados y agasajados por las autoridades y personalidades de cada sitio. Llovieron los elogios y el personaje llegó a ser uno de los más queridos y populares en la historia de la televisión. Vinieron los premios, entre ellos la India Catalina por la coplas famosas. A Héctor y su personaje se dedicaron muchos artículos de prensa y le hicieron entrevistas en todos los medios nacionales y algunos internacionales.
Sí, había llegado a la cima pero, inexorablemente, el éxito y la fama no tardaron en pasarle la factura. En cada sitio al que llegaban lo esperaban desfiles, discursos, reinas de belleza, música, sancochos y trago, sí, mucho trago. La fama de buen bebedor había trascendido y era ansiosamente esperado por el grupo de borrachines locales que no podía perder la oportunidad de armar una buena farra con el famoso Profesor Yarumo.
Sin perder la seriedad y responsabilidad con respecto al programa comenzó a cometer pequeños errores que poco a poco fueron creciendo hasta hacer actos bochornosos en público, de los cuales el que más recordaba con tristeza era su presentación alicorado ante toda la población de Marsella (Risaralda), una de las comunidades que más lo admiraba. Sin darse cuenta es grabado por su mismo equipo de trabajo y los videos de sus errores comienzan a llegar a la Federación, directamente a las directivas. Dado el gran éxito del programa todo en la Federación se maneja con mucha prudencia para no afectar su imagen.
Cuando se le otorgó a Héctor Alarcón el Premio Simón Bolívar como mejor director de un programa de televisión Educativa y Cultural, él estaba complacido ya que era el primer premio que se le daba junto con un aporte económico importante y pensaba recibirlo como persona, sin disfraz.
Pero los de oficina de relaciones públicas le exigieron que se presentara como Profesor Yarumo. Héctor, callado, rebelde, no dijo nada. La noche de la ceremonia se fue sólo a tomar trago y escuchar música colombiana. Era una transmisión en vivo y en directo para todo el país y Héctor los dejó plantados.
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