Gustavo Adolfo Montes
I.E. Marco Fidel Suárez
Pácora (Caldas)
Son los testigos pretéritos de amaneceres nublados, noches de Luna llena y atardeceres frente al mar.
¡Qué afortunado soy! Los benditos ojos que con su luz tantas cosas han llenado,
mi corazón desean iluminar y lo están logrando.
Es que sus ojos son santos, en ellos se refleja un amor muy maternal,
ese bendito amor con el cual el mismo Dios los quiso pulimentar.
¡Benditos sean! Por la virginidad eterna que refleja tu mirar.
Santos, santos como ningunos otros, ¡Me miraron! Y eso no lo logro superar,
pues con tanta maña yo intentaba pestañear esos ojos azules como el inmenso mar,
bajo el velo claro colgante de tu sombrero.
¡Maldito velo! Que tantas veces no me permitió llenar el alma con el bello resplandor del firmamento de tu rostro.
Ella se sentaba todas las tardes en su balcón, cual musa escogida para el argumento e inspiración de este corazón loco, empedernido, enamorado y pensador, vibrante y fugaz, arrebatado y extrovertido pero que ama,
ama mucho, ama muy fuerte, ama de verdad y es que no quiero presumir ni nada de eso porque se trate de mi corazón, pero es que él de verdad tus benditos ojos sí saben amar.
Este es el corazón que se pasea todas las tardes por tu pueblo, por tu calle y por tu casa
porque está cogiendo de vicio exaltarse con tu mirar, pero…
¿Quién no? ¿Acaso es posible dormir una, dos o tres noches después de tus ojos mirar?
No señor, esos benditos ojos de hechicera hacen el sueño imposible de conciliar.
Es que son benditos porque tienen un no sé qué, no sé cuándo, no sé cómo, no sé dónde que me es imposible explicar.
¡Esos ojos, sí son ojos! ¡Esos ojos son sus ojos!
Benditos como el momento del católico al comulgar, benditos como la hora de nuestro amor consagrar, tan benditos que me atrevería a decir que sus ojos son del altísimo su mirar.
Y es que no son sólo sus ojos los que hacen de su belleza algo muy virginal, es su cabellera abundante y aplacada, es su boca hermosamente atrevida, es también su singular forma de caminar, es su manera de hablar… Su hablar.
Esa voz tan tímida que príncipes, reyes y condes escucharían, aunque todas sus riquezas tuviesen que entregar.
Cuando ella abre la boca, nuevos y desconocidos mundos empiezan a girar, en su voz las historias son más únicas, más creíbles, más vivas, porque su voz vibra, porque su voz tiembla, porque es fértil y está llena de pasión.
Y volviendo a sus ojos… Los quiero volver a mirar, que no sé cuándo, ni cómo, ni dónde, pero de eso la vida se encargará, pues mi trabajo es que tus ojos benditos, amados y adorados sean como Jesús en el santísimo sacramento del altar.
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