Se equivocan quienes se muestran eufóricos por los resultados de la reunión que tuvieron en Quito (Ecuador) los presidentes Nicolás Maduro, de Venezuela, y Juan Manuel Santos, de Colombia. También lo están quienes señalan que el encuentro fue un rotundo fracaso y descalifican las conclusiones de la reunión. Era previsible que de allí no salieran soluciones rápidas y definitivas para el conflicto fronterizo, no podemos pretender que ante un asunto tan complejo se adopten medidas inmediatas.
Desde luego que el rostro de Santos no podía ser de alegría al final de la reunión, porque para ello Maduro tendría que haber manifestado disculpas públicas a todos los colombianos por todos los atropellos de los que han sido víctimas miles de compatriotas en el vecino país, y evidentemente el mandatario venezolano no iba a aceptar que él se equivoca al actuar de la manera precipitada en que lo ha hecho. Sus argumentos, por lo menos los que pone sobre la mesa, tienen que ver con hechos reales de mafias del narcotráfico y del contrabando que allí operan, y a las que pertenecen personas de los dos países. Los remedios, por eso, también deben aplicarse de manera concertada.
Es acertado que se establezca el regreso de los embajadores, quienes habían sido llamados a consultas, porque siempre serán mejores las vías diplomáticas que las actitudes belicosas que muchos acá y allá quisieran que se adoptaran, y de las que solo saldrían ganadores el chavismo y Maduro, quienes hoy se enfrentan a la incertidumbre de unas elecciones legislativas el próximo 6 de diciembre, con una amplia posibilidad de que los partidos de oposición se apoderen de las mayorías. Ahora bien, al mantenerse aún el estado de excepción en los estados fronterizos con Colombia, el régimen de Maduro podrá controlar allí más fácil lo que pueda pasar en esas elecciones.
El hecho de que la frontera siga cerrada, y que apenas se anuncie un desmonte progresivo de las medidas restrictivas es natural en un escenario en el que un país no puede obligar a otro a actuar de la manera en que el primero crea que el segundo debe defender sus límites. Lo que los colombianos debemos tener claro es que, además de exigir en adelante respeto hacia nuestros compatriotas y nuestra soberanía, es al Estado colombiano al que le corresponde brindar a los deportados oportunidades de salida para su situación, distintas a regresar a Venezuela.
Sigue buscar el compromiso de los venezolanos en la solución integral del conflicto de la frontera, pero sin medidas unilaterales. Todo lo que se haga tiene que ser producto de acuerdos entre las dos naciones, no pueden aceptarse más atropellos a personas humildes que solo tienen el pecado de vivir y crecer en una frontera que, por viejos errores de los dos países, se ha convertido en escenario de la ilegalidad. Desde luego que, ojalá, se pueda pronto reabrir la frontera, pero habrá primero que hacer un análisis a fondo, lo que seguramente también podrá señalar la magnitud de las responsabilidades que tiene Venezuela en los problemas que allí se presentan.
De otro lado, hoy se conocerán los alcances de la propuesta del expresidente César Gaviria de reunirse con los expresidentes colombianos Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, con el ánimo de sentar una posición conjunta frente al gobierno de Maduro. Inclusive otros exmandatarios de países del continente estarían dispuestos a reforzar ese grupo, para hacer notar en los organismos internacionales los abusos cometidos por el gobierno venezolano.
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