Son varios los analistas que han dicho que en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos deberían votar todos los habitantes del planeta. Al fin y al cabo los resultados incidirán en muchas partes lejanas a las dos costas norteamericanas. Otros, menos condescendientes, afirman lo mismo, pero por razones menos comprensivas. Argumentan que si ese país se cree con el derecho a meter sus narices en todo lugar, lo menos que debería permitir es que esos potenciales afectados ayuden a elegir al gobernante. Esos anhelos no se van a cristalizar nunca y a pesar de no ser posible, el mundo estará pendiente de esa elección como pocas veces. Es tanto lo que está en juego que el resultado podría cambiar el orden político mundial.
Es una lástima que la campaña política norteamericana se haya desviado a darles razones a las series televisivas como House of Cards o Scandal que parecen mostrar lo peor de la ambición por el poder en los Estados Unidos. Las críticas viscerales, las respuestas ramplonas, recibir el favor de conocer por anticipado preguntas en los debates, sacarse los trapitos al sol con énfasis en la descalificación del otro, son actuaciones que confunden más a los electores y generan desconcierto, que se puede ver reflejado en apatía. El empate técnico en las encuestas obedece en parte a esa desazón, que de alguna manera le están cobrando los electores a los dos partidos por los candidatos que escogieron. Ninguna llena las expectativas de las mayorías.
A dos días de las elecciones, es una posibilidad tangible que el empresario neoyorquino Donald Trump llegue a la Casa Blanca. Se ha caracterizado por su locuacidad que llega al insulto de la candidata rival, sino el menosprecio de las minorías de los Estados Unidos o de todo el que no esté de acuerdo con él. Esa posición intransigente en torno a los migrantes ilegales en ese país, su idea de construir un muro que lo separe de México son promesas que deben preocupar del Río Bravo hacia abajo. Latinoamérica no puede negar la influencia importante de las relaciones con el gigante del norte. Por eso debe estar atenta a lo que allí suceda. Aunque una cosa son las candidaturas y otra los gobiernos es tanto lo que ha insistido en su mensaje descalificador con los inmigrantes que la realidad seguramente estará muy próxima a sus ideas. Su elección nos puede costar caro.
De otra parte, Hillary Clinton es una persona con experiencia no solo en lo público en los Estados Unidos, sino con conocimiento de las relaciones internacionales, y aunque esto no es prenda de garantía para que les vaya mejor a los latinos, sí se le ve con el deseo de concretar los proyectos ideados por Barack Obama en torno a la ley de inmigración para normalizar a buena parte de esos ilegales. Es evidente que su mensaje no ha calado lo suficiente y que muchos no confían en ella, pero de llegar a la Casa Blanca pasaría a la historia por ser la primera mujer al frente de la potencia. Eso ya es bastante. Ojalá los electores elijan con la razón y le den su voto.
Colombia ha sido un país en el que como pocos ha primado a la hora del apoyo norteamericano un consenso bipartidista. Las declaraciones hace unos meses del presidente, Juan Manuel Santos, sobre que a la paz de Colombia le iría mejor con la candidata demócrata y no con el republicano son cosas que los mandatarios no deben decir, pues si el triunfo lo obtiene el contrario seguramente pasará cuenta de cobro y el país necesita, desafortunadamente, del apoyo internacional para poder concretar sus proyectos de paz, y para muchas inversiones. Además, pone en riesgo ese apoyo bipartidista que han construido varios gobiernos sucesivamente.
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