Es tradicional que cada 24 de diciembre, a la medianoche, el mundo católico se enfoque en compartir abrazos, sonrisas, regalos y toda clase de expresiones de cariño en el seno de las familias, e incluso por fuera de ellas, como un sentimiento de solidaridad y generosidad que logra llevar alegría a quienes sufren tristezas en su vida cotidiana. La fecha se convierte en una oportunidad para estrechar manos, para la reconciliación, para el trazo de propósitos de enmienda y para fortalecer los ánimos de paz.
Por esto, lo deseable sería que ese momento de la Nochebuena no tuviera fin, por lo menos en lo relativo a esos excelsos sentimientos, de tal manera que los odios, los rencores, los resentimientos y todo aquello que le pueda hacer daño a la humanidad sea abolido de cada uno de nuestros actos. El fin del 2015 se aproxima y el mundo se encuentra convulsionado por los permanentes riesgos de actos terroristas, debido a esa tensión creciente entre Oriente Medio y Occidente, que ha llevado a muchos a afirmar que ya estamos en una especie de tercera guerra mundial. Los desafíos para la paz en las actuales circunstancias son enormes, por lo que se requiere un liderazgo que conduzca a superar las intolerancias que dan aliento a los extremistas.
En Colombia se vive actualmente la intención de ponerle fin al conflicto armado con las Farc, grupo subversivo responsable de graves atrocidades en una historia de cerca de medio siglo de violencias. Persisten muchas dudas acerca del fin de los diálogos que se desarrollan en La Habana (Cuba), pero también hay la esperanza de que las negociaciones conduzcan a que el próximo año comience una etapa de construcción de paz que nos asegure un mejor futuro a los colombianos. Para lograrlo, lo deseable sería que el espíritu de la Nochebuena se mantuviera sin fin, porque también hay otros actores armados que es necesario que le pongan fin a sus actitudes agresivas.
Precisamente, con esa intención, el papa Francisco, desde el Vaticano, presidirá esta noche la misa de Gallo en la Basílica de San Pedro, al lado de 30 cardenales, 40 obispos, 250 sacerdotes y 14 diáconos, mientras que otros 100 curas repartirán la comunión entre los fieles. El pontífice se referirá a la necesidad de acabar con las guerras y los fundamentalismos religiosos, responsables del derramamiento de sangre inocente en diversos puntos del planeta. Debemos confiar en que las palabras del jerarca sean escuchadas en todo el mundo, y que los conflictos sangrientos encuentren salidas pacíficas y civilizadas.
Hoy, sin duda, se experimenta una invitación al cambio a la que debemos ser receptivos. Si hacemos novenas y cantamos al lado del pesebre, tal actitud debe traducirse en una voluntad real y sincera de dejar atrás todo lo malo y construir una espiritualidad más férrea, orientada hacia los actos positivos, generosos, alejados de las vanidades y los orgullos dañinos. Como individuos, como familias, como sociedades, tenemos la responsabilidad de actuar con la plena conciencia de que cada una de nuestras acciones tiene repercusiones para nuestros semejantes, y que la huella que dejemos debe ser para crecer, no para destruir.
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El amor y la comprensión deben ser guía constante, siempre bajo los criterios del respeto propio y a los demás. Los seres humanos seremos cada vez mejores si dejamos a un lado la soberbia y buscamos un bienestar general, a través de pequeñas obras. Se requiere valentía y coraje para ser desprendidos y humildes, ese es un desafío enorme al que debemos enfrentarnos, pero el que también puede brindarnos grandes satisfacciones. Navidad es tiempo para el amor y la sinceridad, hagamos que sean posibles y permanentes.
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