En Marmato (Caldas), de acuerdo con el Estudio Nacional de Agua, presentado esta semana por el Ministerio de Ambiente y el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), se tienen los valores más críticos de mercurio en desarrollo de la actividad de explotación del oro y la plata, lo cual nos pone a la cabeza de un problema ambiental de proporciones gigantescas. El río Marmato es portador de un veneno que arrasa o pone en riesgo la vida humana, animal y vegetal de una amplia región de Caldas, lo cual nos lleva a tener un triste liderazgo nacional.
Según los análisis, cerca de 230 toneladas de mercurio son vertidas en los ríos colombianos cada año, con las que además de perjudicar a Marmato y sus alrededores, alcanza altísimos niveles de contaminación en departamentos como Cauca, Chocó, Nariño, Antioquia, Tolima, Valle y Bolívar, entre otros. Como si fuera poco, los niveles de cadmio hallados en los ríos de estas regiones y en otras, como Cundinamarca y Santander, evidencian la contaminación exagerada a la que se ha llegado por el ejercicio de la minería, no solo la ilegal, que de todos modos es la que causa más estragos.
Además, se calcula que unas 300 millones de toneladas de sedimentos son arrojadas cada año a ríos y quebradas colombianas, lo que requiere la implementación de soluciones urgentes, si no queremos quedar expuestos a la sed en el futuro. Es preocupante que Manizales sea nombrada en el informe, al lado de Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, Cúcuta y Bucaramanga, entre las ciudades con mayores afectaciones en la calidad del agua por cargas contaminantes del material biodegradable y no biodegradable, nutrientes, metales pesados y mercurio.
Si a esto le sumamos los problemas que traen los fenómenos de Cambio Climático y las situaciones erosivas que se viven en amplios sectores de Caldas, entre las que se destacan los sectores mineros de Marmato y el entorno de Manizales, podemos afirmar que estamos en el límite de la necesaria toma de decisiones que nos lleven a corregir el camino. Hacemos parte, infortunadamente, de la vanguardia de los problemas ambientales ligados a la minería, por lo que no podemos seguir en zona de confort, como si no pasara nada. Es fundamental que el Estado, los empresarios y las comunidades tomen conciencia y adopten medidas.
Estamos frente a un asunto serio que nos impone múltiples retos. Además de que la minería ilegal contamina con mercurio y cadmio las fuentes hídricas, genera otros daños ambientales igualmente graves, como la destrucción de bosques naturales y la eliminación de especies animales que quedan en riesgo de extinción, sin contar la violencia social que se introduce con sus mezquinas prácticas comerciales, el fomento de conductas ilegales y criminales paralelas y las inconsistencias a las que arrastra a las economías locales.
La pureza de nuestras aguas también se ve atacada por la extensión de las fronteras ganaderas y agrícolas, la explotación maderera ilegal y la falta de sistemas de tratamiento de aguas residuales. Frente a todos estos problemas se requieren decisiones estatales fuertes, pero sobre todo compromiso de los empresarios y de las comunidades para proteger nuestros recursos naturales, y no permitir que unos pocos se encarguen de destruir las bases de nuestra sobrevivencia.
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