No hay dolor más grande para una familia que el de la desaparición de un ser querido. No solo se teme por la vida de quien ya no está, sino que se abriga la esperanza de que volverá sano y salvo, al tiempo que se teme porque se encuentre en condiciones difíciles. Esa ausencia consume a quienes añoran el regreso y esa espera, ese desespero, arruina familias enteras que no soportan tanto dolor y desconocimiento. Por este motivo, el anuncio que hacen el Gobierno y las Farc de haber llegado a un acuerdo para poner en marcha unas medidas humanitarias de búsqueda, ubicación, identificación y entrega de restos de personas dadas por desaparecidas en razón del conflicto armado interno ojalá lleve paz a muchas víctimas.
Hay que celebrar el acuerdo, pero también hay que entender la dificultad que tendrá llevarlo a buen puerto y seguramente la expectativa que se abre en muchos hogares quedará truncada, porque esa es parte de nuestra realidad de violencia. En un país, en donde desaparecen a las personas las guerrillas, los narcotraficantes, los paramilitares y en ocasiones agentes del Estado el drama no es medible. A eso se suma que la violencia no es la única causa de desaparición, el rompimiento de las familias es otra, la salud mental que anda mal también suma, la búsqueda de lo que se ve como un futuro mejor si se entra a grupos armados son otras razones por las que muchas personas no vuelven a sus hogares y esta sumatoria de factores hace aún más complejo lo ya complicado.
Los cálculos indican que de todos los desaparecidos en Colombia, al conflicto armado se le atribuyen unas 22 mil personas. En los últimos 10 años Caldas reporta cerca de 2.800 desaparecidos, un promedio de 280 al año, algo que debería escandalizar, pero se trata de una situación que pasa inadvertida para la mayoría y que solo la padece la familia. De este número, se cuenta 351 atribuibles al conflicto armado. Además, presenta la tercera tasa más alta en este flagelo (19,78 por 100 mil habitantes), apenas superado por Risaralda (36,66) y Bogotá (43,13).
Otra dificultad que traerá este acuerdo es que muchas decisiones de desaparición las tomaron guerrilleros sin contar con sus jefes o son de muertos en combate, personas que eran enterradas en cualquier lugar por sus comandantes sin que se conozca detalle sobre ellos. Las Farc no se han caracterizado por ser muy metódicas en el conteo de sus crímenes. No obstante, que se le pueda dar tranquilidad a unas familias de conocer qué sucedió con sus seres queridos es una buena noticia, aunque es una desgracia que así sea.
Es tal el tamaño de la tragedia que ha dejado el conflicto en Colombia que este tipo de noticias nos deben hacer reflexionar como sociedad sobre hasta dónde llegamos en la espiral de violencia. Porque más importante que encontrar a los muertos, que lograr el perdón de las víctimas, que conseguir el arrepentimiento de los victimarios es ser capaces de superarnos a nosotros mismos y lograr la no repetición, que como sociedad no nos acostumbremos a que los crímenes sean cosa de todos los días, porque no es normal y nunca debió serlo. De lo contrario, la paz seguirá siendo esquiva sin importar cuántos acuerdos se firmen.
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