Se conocieron las cifras de crecimiento de la economía colombiana, arrojando un sorprendente 3,1% de aumento del Producto Interno Bruto -PIB- en el 2015, tasa a la que pocos le apostaban, pues la mayoría de los pronósticos apuntaba a cifras inferiores al 3%. Y aunque el dato no es para echar voladores, al menos representa un comportamiento decoroso en medio de una complicada coyuntura mundial.
Es claro que la economía colombiana requiere de tasas muy superiores al 3% para alcanzar la prosperidad social que tanto promulga el gobierno. Continuar con la disminución de los niveles de desempleo, que siguen siendo muy altos comparativamente con los demás países de la región, y formalizar el tipo de trabajo al que puede acceder la población, para que tenga seguridad social garantizada y ahorros para su retiro de la vida laboral, solo se consigue con mayor crecimiento de la economía.
En el panorama latinoamericano, es notable el liderazgo de la economía nacional. No nos comparamos con Venezuela, pues lo de ese país es una bancarrota total, pero al revisar las cifras contra lo que sucede en México o Brasil, se valora mejor lo nuestro. Solo Perú, con un 3,3%, y Panamá con un 5,8%, superaron a Colombia en crecimiento.
Otra noticia estimulante es que todos los sectores de la economía crecieron, y la tendencia en los cálculos trimestrales es ascendente. La medición octubre-diciembre el año pasado fue la de mejores resultados, lo que podría tener efecto en las perspectivas para el 2016. La agricultura, que tradicionalmente se mantenía rezagada con respecto a los demás sectores, esta vez tuvo el más alto incremento, con un 4,8% de crecimiento el año pasado.
La alta inflación que se presenta en este momento, como consecuencia del Fenómeno del Niño y de la enorme devaluación del peso, puede ser una talanquera que dificulte el arranque nuevamente de la economía, pues la política del Banco de la República de controlar ese fenómeno con aumentos en la tasa de interés tiene como consecuencia una contracción de la demanda y por lo tanto un freno al crecimiento.
Por otra parte, la recuperación de los precios del petróleo, resultado de una menor oferta de algunos países y la salida del mercado de muchas empresas a las que no les resultaba rentable producir a menos de 30 dólares el barril, podría despejarle un poco el panorama fiscal al país, pues nuestra dependencia de los ingresos de ese combustible es enorme, y si el gasto público se libera un poco, vía inversión en infraestructura, habrá un impulso adicional al crecimiento.
Todavía quedan muchas tareas por cumplir. Las exportaciones, a pesar de la ayuda que han recibido de la tasa de cambio, no reaccionan en la forma esperada. Tenemos un enorme déficit en cuenta corriente, y solo con las ventas de productos agrícolas no será fácil superarlo, se necesita un mayor dinamismo de la industria para llegar a mercados externos y aprovechar los tratados de libre comercio y la coyuntura cambiaria.
La economía se mueve por expectativas. El mal ambiente que se percibe hoy entre la gente, con razones, o muchas veces sin ellas, debe cambiar, pues el pesimismo, que en algunos llega al derrotismo, es el peor remedio para superar encrucijadas difíciles como las que atraviesa el momento económico del país. No estamos bien, pero tenemos muchos elementos y argumentos para ser optimistas. Hay que trabajar, sin bajar la guardia, para construir esperanzas y un futuro mejor.
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