“No hay más tiempo que perder”. Con estas palabras abrió el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon la Conferencia de esa organización multilateral sobre desarrollo sostenible Río+20 que se cumple en Brasil y que tuvo esta semana su momento central con la reunión de un centenar de jefes de Estado y de Gobierno. Allí se busca revisar lo que ha pasado en estos 20 años, desde cuando se realizó la primera Cumbre en esa misma ciudad sobre cambio climático y que sigue siendo un referente de buenos propósitos y pocas realizaciones.
Llamaba la atención con su mensaje Ki-moon de que los países se han quedado cortos ante la responsabilidad histórica fijada por realidad de los desafíos globales. Nunca antes en la historia de la humanidad se tuvo tanta certeza del tiempo de supervivencia para quienes habitamos este planeta, empezando por las especies identificadas que parecen tener sus días contados. Son alarmantes las cifras de animales amenazados, ríos que ya tienen término de caducidad, montañas que parecen no tener escapatoria a volverse desiertos.
Los mandatarios reunidos en Río coinciden en la necesidad de que se tomen medidas pensando en el bien del planeta y no en el particular de cada nación, tal como el secretario de la ONU reclamó, pero a la hora de las decisiones se frenan. Para la muestra, el país anfitrión está sumido en una gran polémica porque ha reclamado su derecho a explotar bosques de la amazonía, pues no considera justo que lo priven de desarrollarse de la misma manera que otros lo hicieron en el pasado, cuando tiene una riqueza maderera allí y que nadie le reconoce más allá de los golpecitos en la espalda. Ese es otro de los retos, cómo compensar a quienes preservan. Hay muchas teorías sobre este asunto, pero pocos resultados.
En esta oportunidad Colombia no fue convidada de piedra. Desde hace rato el país preparaba una propuesta que pretende insistir en alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio y que busca ser el referente para orientar las decisiones en esta materia, con unas mediciones no solo más internacionales, sino también diferenciadas por regiones, pues no puede ser lo mismo Dinamarca que Cundinamarca. La iniciativa fue aprobada por consenso, pero para ponerla en práctica sigue faltando. La unanimidad en su aprobación abre las posibilidades para que un grupo se reúna en los próximos meses y ubique esos objetivos comunes, por ejemplo, para el Caribe y Latinoamérica.
Sorprendió también el anuncio en Río del presidente Juan Manuel Santos de que el Gobierno nacional se ha reservado 17,6 millones de hectáreas para la minería en Vichada, Vaupés, Guainía y Amazonas con el objetivo de acabar “la rapiña” y anticiparse a que sean explotaciones responsables y controladas. No deja de preocupar el tamaño de esta extensión y ojalá los fines trazados se cumplan, pues se está hablando de zonas que en muchos casos son vecinas a lugares protegidos. No obstante, es indudable que siempre será mejor una extracción amparada en la ley y cumplidora de las normas exigidas, que una pirata.
El libro “Renacimiento en el trópico”, exaltación que hace el exministro caldense Mario Calderón Rivera del centro Gaviotas recuerda cómo hay iniciativas para pasar de la utopía a la “topía” en palabras del propio Paolo Lugari, un adelantado a los temas de protección del medioambiente, del uso de energías alternativas y de pensar en un planeta que aproveche su entorno, pero que no abuse de él. Es un ejemplo que muestra que es posible pensar en un futuro mejor, pero es necesario que se pase a compromisos reales. Bien le vendría a los mandatarios asumir propósitos como estos como políticas de Estado y ayudar así a mejorar la salud de nuestro enfermo planeta, nuestra casa.
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