No contento con quebrar a su país y llevar a sus habitantes al límite de la resistencia en aspectos políticos, sociales y económicos, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también idea estrategias para perjudicar a sus vecinos con cierres intempestivos de fronteras y políticas monetarias arbitrarias que, en el caso de Colombia, afectan a decenas de comerciantes en Cúcuta, por ejemplo. Sus medidas radicales que tanto mal han hecho en el interior de su país ahora traspasan los límites y nos amenazan de manera real.
Nuestro incómodo vecino, con el que infortunadamente estamos obligados a convivir, presenta un panorama desolador con unas perspectivas futuras bastante oscuras en todos los aspectos. La inflación se encuentra desbocada, los ingresos por la venta de petróleo están en su peor momento, la actitud autoritaria del Gobierno ante la oposición ha generado tensiones políticas que ya son insostenibles y, lo más delicado, el pueblo venezolano padece escasez de alimentos y medicinas y una crisis de proporciones gigantescas que se agrava más cada día.
En medio de los conflictos por la crítica situación y en una medida postiza que atenta contra la economía en la frontera, y por tanto, de los colombianos que venden productos a los desesperados vecinos, Maduro ordenó sorpresivamente sacar de circulación el billete de 100 bolívares, el de más alta denominación en Venezuela, con lo que dicho papel moneda se quedará sin valor alguno. De un batacazo el mandatario vecino quiebra a los poseedores de esos billetes bajo el argumento de que están en manos de mafias que conspiran contra su régimen.
Las historias que se inventan para argumentar tales medidas parecen relatos de ciencia ficción en los que el delirio de persecución encarna el carácter de un mandatario que se aferra a su silla, sin importar lo que se lleve por delante. La realidad es que el Bolívar se devalúa rápidamente, y frente al dólar perdió el 75% de su valor en tres meses, y la actual estrategia obedecería a una perversa acción para eliminar los billetes que no están en el sistema financiero y capitalizar su presupuesto imprimiendo nuevo papel moneda que le ayude a estabilizar, así sea de manera ficticia, la economía. No en vano desde ayer circulan en Venezuela nuevos billetes de 500, 1.000, 2.000, 10.000 y 20.000 bolívares.
Como si fueran pocas las tensiones internas, la guerra de poderes entre el Legislativo y el Judicial se profundizó esta semana con la decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), afín al chavismo, de sostener a Socorro Hernández y Tania D'Amelio como rectoras principales del Poder Electoral para el período 2016-2022, cuando la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, se dispone a nombrar los sustitutos de D'Amelio y Hernández, quienes descaradamente han actuado para evitar que se realice el revocatorio del mandato de Maduro. Así, unas atribuciones constitucionales para el Legislativo terminan arrebatadas por el Judicial con argumentos sin base legal.
Como si esto fuera poco, ahora Venezuela también quiere meterse a la fuerza en Mercosur, donde fue suspendida por incumplir los pactos en materia de libre comercio entre los países miembros, como también violaciones de los derechos humanos y las libertades ciudadanas. Fue bochornoso el espectáculo ofrecido por la canciller de Venezuela, Delcy Rodríguez, al querer filtrarse a la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de ese grupo, realizada en Argentina, cuando no estaba invitada. Es lamentable que haya salido lastimada en los forcejeos con los miembros de la seguridad, pero hay que comprender las circunstancias. Es impensable hasta dónde podrá llegar Maduro y su gente con tal de sostenerse en el poder, ojalá recapaciten y vean lo que realmente le conviene al pueblo venezolano.
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