La reapertura de la embajada de los Estados Unidos en La Habana (Cuba) es, sin duda, la expresión de reconciliación más destacada de la historia reciente en el mundo. El hecho de que el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, haya ido a la capital cubana el pasado viernes a reabrir oficialmente una embajada que estuvo cerrada durante 54 años, en un paso que oficializa el deseo de amistad entre los dos países, también se convierte en un avance hacia el punto culminante de la Guerra Fría que dominó las relaciones durante seis décadas entre capitalistas y comunistas.
Todavía no hay embajador nombrado en propiedad, pero la existencia de esta sede norteamericana en Cuba y de un cuerpo diplomático de 75 personas que tendrán contacto permanente con funcionarios cubanos, en un trabajo coordinado para el entendimiento entre los dos países, es un paso sustancial en la construcción de un nuevo mundo en paz. Es comprensible que los cubanos que tuvieron que salir de la isla perseguidos por el régimen castristas o que se vieron obligados a alejarse de sus familias, encerradas durante décadas en Cuba, sientan que no está bien lo que se está haciendo, pero el bienestar del mundo será siempre más importante que sentimientos particulares.
Apenas va medio año de un proceso de acercamiento, en el que la figura del papa Francisco ha resultado vital para encontrar un ambiente que distensione las relaciones, y aunque los pasos que se han dado son significativos, falta mucho todavía para que pueda decirse que la vieja Guerra Fría quedó desactivada. De lado y lado habrá siempre quienes quieran alentar de nuevo el fuego de las confrontaciones, tratando de revivir las heridas del pasado y mostrar las supuestas incongruencias de un estrechón de manos. Frente a eso, los líderes de ambas partes tendrán que cargarse de paciencia y trabajar seriamente para dejar atrás los antiguos odios.
Los presidentes Barack Obama, de los Estados Unidos, y Raúl Castro, de Cuba, tienen ahora el desafío de avanzar en aspectos más profundos, no solo desmontando el bloqueo económico o abriendo las puertas de la isla a las actividades libres de los norteamericanos, sino incluso en temas de cooperación comercial y de seguridad, y hasta del salud pública y medio ambiente. El gobierno cubano también debe empezar a dar pasos certeros hacia la democratización y apertura a las libertades individuales de sus ciudadanos, de tal manera que se les garantice el respeto de los derechos humanos y una vida digna de sus nacionales.
Desde luego que hay temas delicados por resolver y que no será fácil llegar a acuerdos definitivos en forma pronta. Un aspecto central es que la Revolución Cubana expulsó y se apropió de tierras y bienes de extranjeros, la mayoría estadounidenses, y es justo el reclamo de que sean indemnizados por el gobierno de la isla. Otro escollo complicado es el reclamo de Cuba a que Estados Unidos desmonte la base de Guantánamo y devuelva los terrenos a las actuales autoridades cubanas. Lo mejor es que, en cumplimiento de los acuerdos de cooperación, esa base permanezca, pero que tenga un significado de mutua protección.
Lo del viernes 14 de agosto de 2015 es un momento para la historia, pero ojalá los que vengan sean aún más significativos y profundos. Todo el continente americano gana con esta reconciliación, y los regímenes que pretenden perpetuar prácticas izquierdistas anquilosadas en nuestro continente deben comprender, así mismo, que hay formas distintas de lograr la justicia social por la que dicen luchar, que la de actuar de manera autoritaria, tratando de imponer ideologías que hoy ya no tienen posibilidades de éxito.
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