“Para llegar al fin de conflicto, para que puedan surgir como un partido político, tienen que desmovilizarse y tienen que entregar las armas”, afirmó la semana pasada en Medellín, el general (r) Jorge Enrique Mora Rangel, negociador de paz del Gobierno, y agregó que las Farc pueden decir muchas cosas en sus discursos, pero que lo importante es lo que se acuerda en la mesa.
No obstante, esa doble cara de manifestar supuestas intenciones de paz al estar sentados en una mesa de negociaciones y al mismo tiempo ejecutar actos terroristas o lanzar frases como que: “el proceso de paz no está en su recta final”, hacen que la sociedad colombiana se confunda, y que piense en la posibilidad de que su único objetivo es la impunidad, o ganar tiempo mientras se refuerzan para la guerra.
Otro tipo de expresiones, como la citación al ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, supuestamente para manifestar sus preocupaciones acerca de la desmovilización y la entrega de armas, hacen que gran número de colombianos piense que esa agrupación ilegal se está tomando demasiadas atribuciones, cuando lo único que debe hacer en estos momentos es avanzar con rapidez en su reintegración a la sociedad, sin más condiciones.
Como era de esperarse, el ministro Cristo descartó la posibilidad de desplazarse a La Habana (Cuba), al argumentar que para tratar todos esos temas están los negociadores oficiales designados por el Gobierno Nacional. Si embargo, no deja de ser llamativo que a sus afirmaciones de que el proceso de paz ya está en la recta final, los subversivos contesten que eso no es verdad, pues creen que falta mucho todavía.
Este es el tipo de cosas que le restan credibilidad a los diálogos y que atentan contra el optimismo que el propio Gobierno ha querido venderle a la opinión pública. Son temas que, seguramente, no le queda fácil explicar al presidente Juan Manuel Santos cuando va a las guarniciones militares, como lo viene haciendo, a decirles a los soldados y a los oficiales que el papel de ellos en el logro de la paz en Colombia es importante y que el fin del conflicto los va a beneficiar, como a todos los colombianos.
La respuesta del Gobierno Nacional a las afirmaciones de las Farc sobre que todavía falta mucho para cerrar los acuerdos debería ser empezar a ponerles límite de tiempo a las negociaciones. Llegó la hora de comenzar a hacer un cierre real, sin permitir que prosperen las discusiones bizantinas en las que las Farc quieren enfrascarse y las exigencias imposibles que saca cada vez que puede. Tienen que entender que ellos están por fuera de la ley y que se les está dando la oportunidad de salir dignamente de esa condición.
Es absurdo que ese grupo ilegal se tome atribuciones que no tiene y a las que no puede aspirar. Sus discursos salidos de tono en nada ayudan al objetivo de poner fin al conflicto armado. El Gobierno tiene la responsabilidad de frenar esas pretensiones desaforadas y hacer que se concentren en los puntos que se pactaron desde un comienzo y aplicar estrategias que se reflejen en una mayor celeridad.
Estamos próximos a un relevo en las víctimas que irán a La Habana a discutir acerca de los términos ideales en materia de verdad, justicia y reparación. Se tiene previsto ese viaje para el próximo 10 de septiembre. Ojalá que esta estrategia arroje los resultados esperados, para que de verdad los victimarios cumplan con un arrepentimiento sincero de sus atrocidades y una compensación justa a tanto dolor.
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