Se celebró ayer en Colombia el tradicional Día del Maestro, figura de la sociedad que hoy está en el centro del debate, debido a que se viene tomando conciencia acerca de que solo con maestros excelentes es posible lograr la excelencia en la educación, motor fundamental para un desarrollo armónico y real. Los contrastes marcaron dicho festejo: mientras que desde todos los rincones del país se les exaltó, muchos de ellos marcharon por las calles de las principales ciudades, como protesta por las actuales condiciones de su profesión.
No cabe duda de que ser maestro debería ser el oficio más importante al que pueda aspirar cualquier ciudadano, no solo por ser el que más lo dignifique, sino que también esté muy bien remunerado. Ahora bien, eso mismo implica que llegar a ser maestro no sea una tarea fácil, sino que requiera mucho estudio, mucha entrega, un cúmulo de virtudes que resulten determinantes para poder acceder a esa cumbre a la que solo puedan llegar los mejores.
¿Quién puede olvidar a un maestro que en la escuela o el colegio logró marcarle a alguien su profesión? Siempre hay algún profesor que llega a la mente, cuando se piensa en las razones que nos llevaron a tomar determinado camino. Lamentablemente, no todos los docentes que hoy se tienen en las escuelas y los colegios pueden ser incluidos en esa lista de buenos recuerdos. Hay muchos que convierten la labor docente en un simple escampadero, o en el único camino al que les permitió llegar su mediocridad.
Por eso, hay que decirlo con claridad: es enorme la responsabilidad de enseñar, y por eso mismo quien opte por ser maestro debe hacerlo con pasión, llevado por el ánimo irrenunciable de entregar lo mejor de sí, buscando que su excelencia pueda contagiarse a sus alumnos. Para ello, una mejor formación es vital, con criterios investigativos, prácticas pedagógicas con fuertes cimientos y creatividad a flor de piel.
Quien sea un maestro de verdad no debe temer ser evaluado, siendo consciente de que el resultado de ese examen podrá ayudarle a ser cada vez mejor, y en esa misma medida poder optar por mayores y mejores incentivos y reconocimientos. Además, si se logra que los mejores bachilleres de nuestros colegios sean quienes se conviertan en los guías de los demás jóvenes desde las aulas, ellos van a estar habituados a que midan su desempeño, y además también acostumbrados a obtener los mejores resultados en las evaluaciones.
Hay muchos profesores veteranos que cumplen con los requisitos de calidad que hoy se necesitan, por lo que su trabajo tiene que ser considerado vital en la formación de quienes los sucedan en el futuro. Esos buenos maestros de varias generaciones tienen que ser tenidos en cuenta en los nuevos propósitos de la educación colombiana, sea quien sea el que resulte elegido presidente de Colombia para los próximos cuatro años. Lo mejor es que todos los candidatos parecen apuntar al mismo objetivo y ser conscientes de que solo con maestros de calidad es posible elevar los niveles de nuestra educación.
Es cierto que el estado actual de la profesión docente no es hoy la mejor, como no lo ha sido desde hace décadas. Esa razón nos hace pensar que resulta inoportuna su protesta actual y que sus expresiones parecen más estar filtradas por intereses políticos previos a la primera vuelta presidencial. Si hay algo que deben enseñar los buenos maestros es a actuar con sensatez y de manera constructiva, en lugar hacerlo con malicia.
Esa malicia es un rasgo de nuestra sociedad que debemos superar, y cuya base no puede ser solo la cantidad de conocimientos, sino también los valores ciudadanos, en los que el ideal tiene que ser una sociedad en sana convivencia. Hay que mejorar, sin duda, el actual régimen de salarios, como lo piden los docentes que protestan, pero los beneficiados no pueden ser los mediocres que no tienen mística real por su oficio y que se niegan a que los evalúen.
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