a muerte de 23 personas en el Museo del Bardo, en la capital de Túnez, en el norte de África, es un nuevo acto demencial del Estado Islámico (EI), esa fuerza terrorista reaccionaria que ha ganado muy rápidamente terreno en todo el Oriente Medio y que amenaza la estabilidad mundial. El hecho de que en ese atentado, el pasado martes, hayan muerto dos colombianos, la esposa y un hijo del general (r) José Arturo Camelo, demuestra que por más lejos que estemos del epicentro del conflicto con los yihadistas, también somos vulnerables a sus ataques.
Esa combinación de apasionamiento religioso extremista y un terrorismo bárbaro que no mide consecuencias encarna un permanente riesgo para el mundo, sobre el cual la comunidad internacional tiene que moverse con mayor energía. Con las distintas acciones que ejecuta y el temor que ha logrado infundir no solo en Asia o África, sino también en Europa y América, se necesita que haya un freno efectivo y pronto. Si se dejan avanzar más sus acciones, en algún momento podría ponernos a todos en jaque, y ya se sabe que están dispuestos a inmolarse por defender sus creencias fanáticas.
Ya hemos visto no solo cómo decapitan a personas inocentes, haciendo películas de sus crímenes con la espectacularidad de Hollywood, sino que están dispuestos a masacrar a periodistas en cualquier parte del mundo por el mero hecho de hacer uso de la libertad de expresión, como pasó con los caricaturistas de Charlie Hebdo. Lo peor es que muchos de los líderes no son ni siquiera nativos de las tierras en las que surgió el Islam, sino que provienen de Occidente y son conversos religiosos que exageran hasta límites inadmisibles la defensa de lo que ellos consideran sagrado por encima de todo.
La preocupación del mundo debe ser mayor, si tomamos en cuenta que el movimiento de los yihadistas es una especie de consecuencia perversa de los movimientos sociales que comenzaron hace un lustro en esa región del planeta, y que han sido llamados la Primavera Árabe, los cuales inicialmente tenían un espíritu de libertad con aspiraciones democráticas, inspirados por la necesidad de luchar contra regímenes totalitarios de origen medieval, que en muchos casos aún se mantienen incólumes. Evidentemente, desde varios de esos poderes que no quieren dejarse caer se patrocina el extremismo del que hace gala el EI.
No podemos olvidar que fue en Túnez donde nació en el 2010 el descontento popular contra las anquilosadas estructuras de los gobiernos musulmanes, como el del depuesto Ben Alí. Y ese país es ahora la gran cantera del movimiento yihadista, que tiene mayor fuerza en amplias regiones de Libia, Siria e Irak. En territorios de estos dos últimos países ya se ha anunciado incluso la imposición de un califato. Se demuestra así que los efectos de las tiranías llevan a que los reprimidos en libertad busquen la venganza, y resulta tan irracional su reacción que llegan al punto de no importarles quiénes serán sus víctimas.
Hoy se vive una gran inestabilidad en el Oriente Medio, y la crisis de los bajos precios del petróleo también podría influir en el futuro para que el panorama se haga más oscuro. Los líderes de Occidente deben reaccionar con cabeza fría, pero con contundencia, para que no siga creciendo esa terrible amenaza que día a día incrementa sus acciones, y cada vez con consecuencias más preocupantes para toda la humanidad.
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