Una cultura del trabajo, y más si es honrado, es fundamental para tener una sociedad productiva y con vocación hacia un mejor futuro, pero cuando en el caso de los niños y jóvenes se pone al trabajo por delante de la educación, lo que se hace es coartar la posibilidad de que sus familias sean más prósperas y que aporten de manera más positiva a sus comunidades. Los padres de familia deben entender que si sus hijos estudian, se les abrirán puertas para desempeñar más adelante trabajos que los lleven a gozar de un mayor bienestar para todos.
Por eso, preocupa que en los municipios caldenses no haya suficiente conciencia acerca de las desventajas que tienen los niños y jóvenes que no van a las escuelas y colegios, o que se quedan a mitad de camino, debido a que sus padres no les insisten en la necesidad de que estudien, o simplemente creen que es más útil ponerlos a trabajar para que “ayuden” a la familia, que permitir que aprendan cosas nuevas para mejorar más adelante la calidad de vida del núcleo familiar.
En un país como el nuestro, donde numerosa población rural ha sido víctima de la violencia y los desplazamientos se han dado de manera masiva, los más perjudicados han sido los niños, quienes no han contado con la estabilidad que les permitiría educarse adecuadamente. Ahora que los niveles de violencia en el campo se han reducido, lo que debe ocurrir es que esos pequeños sean incorporados al sistema educativo y que allí se les preste especial atención. Por lo que han vivido, tenerlos en las escuelas debe ser una manera de prevenir que crezcan con odios y formarlos como seres útiles en sus comunidades.
Los alcaldes y la Secretaría de Educación tienen el deber de facilitarles a las poblaciones más vulnerables que sus hijos ingresen a los colegios, y en los casos en que haya resistencia, persuadir a los padres sobre la necesidad de sacarlos del contexto de dificultades que han sufrido y brindarles una nueva vida de aprendizajes. Hasta el pasado martes se tenían en todo el departamento 91 mil 671 estudiantes matriculados en los 26 municipios diferentes a Manizales, y se esperaban unos 17 mil más. Si en el 2010 había 113 mil 810 matriculados, este año esa cifra debería ser mayor.
Comparadas con años anteriores, estas cifras parecen positivas, pero hay que ser insistentes en que ningún niño o joven caldense se quede sin estudiar, mas cuando se tiene la infraestructura y 4 mil 660 profesores para atenderlos. No podemos conformarnos con que este año vamos mejor que en el 2012, sino fortalecer las estrategias para que las aulas se llenen, y sobre todo, lograr que quienes se matriculen terminen el año, y que no abandonen los estudios en la mitad de la ruta, porque nada se hace con los esfuerzos de comienzos de año, si se baja la guardia más adelante.
Sabemos que los paquetes escolares, el transporte y los restaurantes atraen a los alumnos, por lo cual no puede fallarse en la entrega de estos elementos ni en el cumplimiento oportuno de esos servicios. Si bien tales incentivos no encarnan la razón de ser del sistema educativo, sí facilitan que los estudiantes lleguen y se mantengan en los colegios, además de impactar favorablemente en su nutrición y salud, que a su vez se ve reflejada en el aprendizaje. La meta tiene que ser que la mayor cantidad de niños y jóvenes caldenses se gradúen de la secundaria, y con los mejores niveles académicos.
No es bueno que vayan a los salones de clase por un tiempo, y que después del grado noveno no regresen porque decidieron quedarse trabajando. Ese es un gran error a corregir. En crisis cafetera o no, es inadmisible que se aparten del camino educativo para dedicarse a las labores del campo. Es verdad que la situación económica puede hacer necesario que ayuden a sus padres, pero no durante todo el tiempo. Tiene que entenderse que la educación es prioridad. Tal vez sea tiempo de volverla obligatoria.
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