Se calcula que la semana pasada murieron unos 300 migrantes tratando de cruzar el Mediterráneo, frente a las costas de Libia, y no se cuentan allí las 71 personas que fallecieron en un camión en el que viajaban por carreteras austríacas. Estos desarraigados vienen del África subsahariana, de Pakistán, de Siria, de Marruecos y de Bangladés, principalmente, en busca de posibilidades para ganarse la vida, así esto implique correr riesgos hasta la muerte o perder el contacto con su familia. Son desplazados por la guerra y el miedo o por la falta de oportunidades.
El fantasma de la migración ilegal recorre el mundo. En Colombia no más estamos teniendo buena parte de padecimientos en la frontera con Venezuela por este problema, ante la expulsión de cientos de connacionales que habían decidido quedarse en el vecino país. El tema es de debate profundo en la campaña presidencial de los Estados Unidos, al punto de que ya un candidato propuso rastrear con microchips a quienes entren a su país; México se ha convertido en el cementerio de cientos de migrantes centroamericanos que no alcanzan a cruzar el río Bravo; Hungría puso una cerca a toda su frontera con Macedonia, y la lista continúa, sin que haya una solución.
De acuerdo con la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en las costas sirias ya van este año unos 2.800 muertos tratando de cruzar el océano en pésimas condiciones y abusados por piratas que prometen el oro y el moro y solo buscan su propio lucro. Esta situación pasó hace rato de una tragedia humanitaria, sin que se vea solución. La misma Agencia cifra en 300 mil las personas que han cruzado la frontera por el Mediterráneo en lo que va de este año, frente a los 219 mil de todo el año pasado. En Alemania, solamente en el 2015 las solicitudes de refugio llegan a 800 mil, cuatro veces más que las del 2014.
Esta semana hay varias reuniones en el seno del Parlamento europeo para volver a debatir esta situación, pero las decisiones no llegan. La Unión se debate entre las cuotas obligatorias que deben aceptar los países por refugiados, propuesta que ha sostenido Ángela Merkel desde Alemania y que parece respaldada por Francia, y entre quienes consideran que no se pueden cerrar las puertas, pues así se alimenta el negocio del comercio con vidas humanas. Esto, como si fuera poco, pone en riesgo la visa Schengen que permite a todos los que la tengan, movilizarse sin ningún problema por los países de la comunidad.
Siguen surgiendo propuestas, audaces por lo draconianas, para controlar las fronteras, para devolver a sus lugares de origen a quienes las cruzan o para juzgar a los piratas, pero si las medidas no son transfronterizas, de cooperación entre las naciones receptoras y expulsoras, todo esfuerzo será en vano. Mientras exista la realidad de miseria y marginalidad en sus naciones, siempre habrá esperanza de que al otro lado del mar o del río las cosas no podrán ser peores, por malas que resulten. Esta es una situación que debe avergonzar a los países ricos y asumirla.
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