Más allá de la voluntad que tengamos para rechazar los actos corruptos, se necesita que nuestra sociedad reaccione con hechos concretos para cerrarle el paso a una práctica en la que Colombia ocupa deshonrosos lugares de punta. Va quedando demostrado que emitir leyes para reducir los trámites o establecer mayores castigos para quienes usen inadecuadamente los recursos públicos no son suficientes, si no tenemos el convencimiento pleno de que las malas costumbres de la mordida o del soborno, por ejemplo, deben desaparecer, y si no tomamos conciencia acerca de que ese es el mal mayor que nos afecta.
La corrupción es ese monstruo de mil cabezas que, según los resultados de una reciente encuesta de la ONG Transparencia Internacional (TI), en Colombia tiene como principales protagonistas a los partidos políticos, quienes deberían asumir con mayor responsabilidad estos señalamientos y trabajar sin cansancio hasta que la mayoría de los colombianos los perciba de manera positiva. El sistema judicial, los servicios médicos y las fuerzas militares tampoco tienen un buen concepto en esa materia. Así que quienes deben liderar la lucha contra la corrupción son percibidos como los más corruptos. Por eso, la práctica de denunciar tampoco prospera.
Las normas que actualmente tenemos están llenas de buenas intenciones, e incluso pueden ser ejemplo para otros países, pero su aplicación nos raja, pues también somos muy buenos para evadirlas o encontrar interpretaciones amañadas, a la medida de quien necesita sacar adelante sus planes inescrupulosos. Una paradoja colombiana es que somos demasiado tolerantes con estas prácticas perversas, que merecen todo nuestro rechazo, mientras que somos totalmente intransigentes para generar culturas que nos lleven hacia mejores conductas sociales. Romper con la cultura del atajo y la ilegalidad nos cuesta demasiado.
No en vano, los mismos colombianos consultados por TI afirman, en un 56%, que las políticas anticorrupción que se han aplicado hasta el momento no sirven para nada, y que este fenómeno en lugar de ser erradicado cada vez está más afincado en nuestra cotidianidad. Es como si en la mente de cada colombiano existiera la aceptación tácita de que en algún momento ha participado en un acto corrupto, y de que tal vez volvería a hacerlo para obtener beneficios. Ahora bien, también arroja la encuesta un resultado esperanzador: el 97% de los indagados estaría dispuesto a luchar contra la corrupción.
Infortunadamente hoy ese fenómeno manda en nuestro país, y lo hace porque cada vez los más poderosos tienen la batuta sobre ella, cada vez se ven más casos en los que los líderes del engaño están en las esferas más altas de las instituciones o de los gremios, porque además del sector público el privado se ha acostumbrado a obtener ganancias a costa de pagar por obtener decisiones favorables. Ese es un secreto a voces que no se enfrenta con determinación y que alimenta ríos ilegales de dineros que terminan en los bolsillos de unas pocas ovejas negras.
El Estado le debe facilitar al ciudadano los mecanismos para denunciar irregularidades y dotar a las entidades encargadas de las herramientas que les permitan recibir y procesar eficientemente tales reclamos. Solo en la medida en que haya castigos severos y eficaces para los corruptos, será posible darles continuidad y fuerza a las intenciones de la mayoría de colombianos de luchar contra la corrupción. Si reina la laxitud y la negligencia frente a este asunto, cada vez estaremos más adelante como mal ejemplo para el mundo.
Ahora bien, sin que pueda ser interpretado como consuelo de tontos, debemos admitir que la corrupción es un fenómeno global que en otras latitudes también ostenta dimensiones colosales, según la misma encuesta de TI. Esas sucias acciones son responsables de grandes atrasos sociales y políticos y de crisis económicas en varios países. La constante en todo el globo, lastimosamente, es que los partidos políticos son las instituciones más corruptas y que los gobiernos se mueven al vaivén de los intereses de unos pocos. Peor aún, la percepción general es que el panorama puede hacerse aún más oscuro.
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