Los líderes del mundo, reunidos esta semana en París, deberán tomar decisiones que apunten a que el proceso del cambio climático pueda ser detenido y así garantizar que el planeta no sufra en las próximas décadas fenómenos devastadores que podrían poner en riesgo la supervivencia humana. Tales pasos serán costosos, sin duda, pero lo será más seguir con la demagogia de lamentar lo que ocurre, sin adoptar las medidas necesarias para detener el deterioro ambiental.
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, comenzó de manera acertada su intervención en la plenaria de la Conferencia COP21 que se desarrolla en la capital francesa, al aceptar la responsabilidad de su país en el calentamiento de la atmósfera, y al manifestarse comprometido con acatar lo que se defina en esta reunión global. Con el actual encuentro, en el que participan 196 países, se pretende dejar atrás la frustración de la Cumbre de Río de Janeiro y poder establecer un nuevo protocolo que actualice las pretensiones planteadas en Kioto (Japón), y sobre todo que haya garantías suficientes para su cumplimiento.
También resulta esperanzador que el presidente chino Xi Jinping acepte que hacerle frente al cambio climático sea un propósito de toda la humanidad y que afirme que China, el país que es hoy el mayor emisor de gases de efecto invernadero, está dispuesto a cumplir lo pactado. Son las grandes potencias del planeta las llamadas a liderar los procesos que reviertan las tendencias actuales y profundicen las políticas de protección al ambiente. Al ser ellos los mayores causantes del daño también son los llamados a repararlos y a dar ejemplo al resto del mundo.
La actual es la primera generación humana que siente los efectos del cambio climático y la llamada a aportar soluciones que frenen ese proceso. Esta frase se ha convertido en consigna de la actual cumbre, en la que se busca sumar esfuerzos para que la temperatura del planeta no se incremente en más de 2º C durante este siglo, y que eso se traduzca en un acuerdo global y vinculante, el cual sea aplicado y respetado por todos. Hay que destacar que los países de la Unión Europea son los más ambiciosos al plantear una reducción del 40% de las emisiones para el 2030, con respecto a 1990, lo cual de ser igualado por China y Estados Unidos garantizaría el éxito de la cumbre.
Otros aspectos en los que es prioritario tener adelantos tienen que ver con el uso de fuentes renovables y mejoras en la eficiencia energética, frente a las cuales los compromisos asumidos y los logros no se ven muy nítidos. Hay que reforzar las estrategias en estos puntos y que en el documento quede establecido que las Naciones Unidas podrán verificar a partir del 2020 si los países que suscriban el acuerdo cumplen sus compromisos. Si no se establece que tales verificaciones (a las que se opone China) puedan hacerse, y que el acuerdo es vinculante (lo que rechaza Estados Unidos) el mundo tendrá una nueva frustración.
Es acertado que se propongan mecanismos para medir cada cinco años los comportamientos de cada país en materia de emisiones, que sirva de base para tomar decisiones permanentes que apunten hacia el regreso al equilibrio. 177 países ya presentaron sus metas, pero aún son necesarios ajustes para que se alcance el propósito. Ojalá que durante esta semana se logren los avances necesarios y se pueda seguir adelante con una mayor claridad y esperanza. Por lo pronto, el convenio que Colombia firmó ayer con Noruega, Alemania y el Reino Unido, por 100 millones de dólares, para hacerle frente a la deforestación en la Amazonía, apunta en la dirección correcta.
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