La era que vivimos hace que las elecciones presidenciales de hoy en dos países de relativa poca influencia en el mundo sean decisivas para el futuro de sus continentes. Grecia y Egipto definen hoy su suerte política, y con los resultados que se obtengan se podrá entender mejor lo que les pueda pasar a sus vecinos, teniendo en cuenta que en ambos se intenta por la democracia resolver situaciones muy complejas.
Mientras en la nación helénica prácticamente está en juego el futuro de la Europa unida a través de su economía, en Egipto se intenta contar con una democracia real, algo casi inexistente en esos lares, con el ingrediente adicional de que el fenómeno conocido como la Primavera Árabe que suscitó el cambio en diferentes regímenes de África y medio oriente puede tener su más interesante reto, si en cambio de la democracia se encuentran un país con las extremas ortodoxas musulmanas gobernando.
Grecia resume la tarea mal hecha en los asuntos de la economía pública. Un país que se mintió en sus posibilidades y con esas falsedades mantuvo un déficit fiscal por encima de lo que podía sostener, veía afectados sus ingresos, mientras su gasto era como el de cualquier país rico. Lo más difícil es que la política ha impedido que se tomen las decisiones necesarias, antipopulares seguro, pero que un Gobierno responsable debe asumir en función de garantizar soluciones en el largo plazo. Por este motivo es que Europa está atenta a los resultados, pues en caso de ganar el populismo el efecto cascada podría contagiar a otros socios y poner en riego incluso la unidad europea. Esto definirá las medidas que se tomen en la cumbre de ese continente programada para realizarse en dos semanas.
Egipto a su vez ha sido una bisagra de occidente con el mundo musulmán. Un régimen que se caracterizó por su moderación cuando sus vecinos caminaban hacia un fundamentalismo restrictivo fue tomando conciencia de que aún así muchos derechos de sus ciudadanos no se ejercían plenamente y que la prolongación de Mubarak en el poder condujo a una corrupción que colmó la paciencia. Desde la caída del régimen una junta militar, igualmente desgastada, ha dirigido el país, pero sin los resultados esperados. De hecho, un fallo del pasado jueves del tribunal constitucional dejó al país sin parlamento y como estaba tras la caída del régimen, sin constitución y sin presidente. Eso pone un interés adicional en lo que pueda pasar hoy.
No es de poca monta entonces lo que deben resolver estas dos naciones a las que antes se les prestaba tan poca atención en la opinión pública. Aquí lo que está en juego es nada más y nada menos que la posibilidad de elegir gobiernos que sean capaces de pensar en sus ciudadanos y en el futuro sólido de sus pueblos, o si las mayorías optan por mantener una mentira que no será sostenible de preservar ciertos privilegios y aislarse de la Unión, en el caso del país europeo; o de retroceder en lugar de avanzar en las posibilidades de respeto a los derechos fundamentales que ofrece una verdadera democracia, en el caso de la nación africana.
El mundo está atento a estos resultados, pues lo que se pone en juego es nada menos que modelos de gobierno que buscan el pasado y el aislamiento, o si se continúa en la apertura y se forma parte de bloques de naciones para una mayor integración global. Al final de los resultados se sabrá qué pesó más.
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