Durante años la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) se fue convirtiendo en el más poderoso de los organismos internacionales de regulación de algún deporte, al punto que bastaba una amenaza suya de sancionar a un país para que este corriera a enmendar lo que a ese regente del mejor espectáculo del mundo le parecía. Si la FIFA dice que los impuestos para el espectáculo están altos, pues se tumban; si ella considera que los estadios requieren inversiones cuantiosas, se hacen, pues se deben emprender o correr el riesgo de que no se tengan en cuenta.
El poder lo tiene en sus manos, no solo por tratarse de un espectáculo visto en todo el mundo y que gusta a los ciudadanos que deciden, que votan, que tienen opinión, sino porque mueve capitales que terminan por ser incalculables. Los patrocinios de este deporte valen fortunas y permiten mover cifras astronómicas en busca de hacerse a este canal publicitario, lo que implica que haya siempre alguien dispuesto a sobornar o a congraciarse a través de dádivas con quienes toman las decisiones con el fin de que una decisión de esa multinacional los favorezca, sea para la designación de ser sede de algún torneo, para ganar el derecho a ser patrocinador de un espectáculo, entre otros.
Fue el país menos futbolero, Estados Unidos, el que emprendió la investigación que puso en evidencia lo que muchos ya señalaban desde antes como una verdad de Perogrullo, pero que no se había podido confirmar, no al menos como un proceder sistemático y en el que había un modus operandi que favorecía fraudulentamente a los señorones del fútbol. Empezaron a caer, gracias a la investigación del FBI, y ahí estaba Colombia, en donde hasta ahora solo ha tocado al expresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya, quien renunció a su cargo y se fue derecho a ponerse a disposición de la justicia estadounidense, a hablar de su cuenta oculta en Suiza, comprometerse a pagar una fianza millonaria y a decir algunas cosas más.
El Comité Ético de la FIFA ha suspendido a varios miembros de la directiva, y esto sucede mientras se está en el proceso de elegir a un presidente que pueda devolver la credibilidad y el juego limpio a los escritorios del fútbol. Es una tragedia que existan personajes que abusen de su poder, mientras el espectáculo sufre serias transformaciones y a los deportistas, inocentes de estos aconteceres, se les exige ser modelo para las nuevas generaciones, cosa que no acatan quienes desde sus cómodas poltronas protegen sus intereses y se venden al mejor postor.
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Importante que el FBI avance con la investigación, pero es clave que la Fiscalía colombiana emprenda con la misma inquietud esta tarea para que dilucide de una vez si este fraude es la actuación de un llanero solitario desde la Presidencia de la Federación o si involucró a más miembros. El país necesita saberlo. ¿Será que ahora que el ente acusador anda tan preocupado de mejorar su imagen si le mete diente de una vez por todas a la corrupción del fútbol, que ha sido usado por todo tipo de mafias para hacer de las suyas? Se requieren resultados.
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