La escogencia de los 60 representantes de las víctimas que irán a La Habana (Cuba) y que repartidos en grupos de 12 podrán encontrarse con los negociadores de las Farc y el Gobierno Nacional, se ha convertido en un verdadero galimatías que es urgente resolver con mucha sensatez, para que el viernes quede conformado el primer grupo que estará reuniéndose con los negociadores el próximo 16 de agosto.
No es tarea fácil, desde luego, si se tiene en cuenta que los seleccionados deben representar a los cerca de 220 mil muertos que ha dejado el conflicto, a los 25 mil desaparecidos, 5,7 millones de desplazados y 27 mil personas que han sufrido el secuestro durante medio siglo. Además, las víctimas son de todos los tipos igual que los victimarios, por lo que lograr consensos entre tan disímil amalgama no es tarea sencilla para las Naciones Unidas y la Universidad Nacional de Colombia, entidades encargadas de ejecutar dicha labor.
Esta semana, durante el Foro Nacional sobre Víctimas y el Foro Regional del Pacífico y Sur, en el que se recogieron todas las inquietudes que tiene la comunidad acerca de los problemas de las víctimas del conflicto armado, se observó precisamente esa polarización acerca de los alcances y las formas de reparar y resarcir a quienes han padecido los rigores de la guerra y han sobrevivido a la barbarie. Lo que todos debemos comprender es que es vital una reconciliación sincera para que no haya repetición de esa violencia.
Resulta paradójico, pero son precisamente las víctimas, quienes tanto han sufrido por el conflicto, las que ahora deben hacer nuevos sacrificios para establecer acuerdos que lleven a escoger a quienes mejor representen los dolores que ha dejado esta guerra, sin desconocer la legitimidad que puedan tener los de uno u otro lado y manteniéndose en la posición civilista, paciente y alejada de las actitudes agresivas que han rechazado siempre. Ahora bien, tratándose de unos diálogos con las Farc, sus víctimas son las que deberían tener más posibilidades de expresar lo que sienten.
Debe quedar expreso, así mismo, que la guerrilla no está en posición de intentar escoger a sus interlocutores, sino que ese proceso debe ser claro y transparente, buscando que los afectados queden satisfechos con las vocerías que se elijan. Tampoco será admisible que los guerrilleros asuman posiciones arrogantes y despectivas frente a quienes vayan a hacerles reclamos justos sobre sus acciones criminales. Por el contrario, lo que el país espera de las Farc es que su voluntad de paz se exprese en su disposición de aceptar culpas y pedir perdones.
Es el momento de comenzar una especie de proceso de catarsis, con el que las víctimas puedan ser reconocidas como protagonistas de la paz, al no solo recibir las compensaciones que merecen ante su sufrimiento de décadas, sino al dejar a un lado las posibles animadversiones que, de no superarse, podría despertar en el futuro una espiral de violencia. En ese sentido es clave que todos entendamos que los civiles inocentes, que no han participado activamente en el conflicto, son los que deben tener prioridad. Además, son los más numerosos y, por tanto, los más representativos hacia la solución del problema.
Si se logra aclarar el actual enredo con la escogencia de las víctimas se tendrá una primera y excelente señal frente a los negociadores del Gobierno y de las Farc, en el sentido de buscar que su sufrimiento sea compensado, sobre todo con una actitud de los subversivos que acepte sus equivocaciones.
Los sobrevivientes tampoco deben dejarse arrastrar de las manipulaciones políticas que algunos pretenden desde la derecha o desde la izquierda radicales, sino apreciar en su magnitud la oportunidad histórica de empezar a escribir un nuevo capítulo en el devenir de Colombia. El actual es, sin duda, el momento más difícil del proceso de paz, pero si logra superarse sin mayores inconvenientes, será amplio el campo para la esperanza.
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