El pasado viernes, con el impulso de la Iglesia Católica, los delegados del gobierno de Venezuela y de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) volvieron a sentarse a dialogar, en búsqueda de salidas a la cada vez más difícil crisis política que se vive en ese país vecino. El primer encuentro, después del cual en lugar de acercamientos se profundizaron las diferencias, se realizó el pasado 30 de octubre, gracias a la invitación de un delegado especial del Vaticano, monseñor Claudio María Cell, pero las perspectivas de éxito futuro no se ven nítidas.
El sombrío panorama tiene que ver, sobre todo, con la actitud del presidente Nicolás Maduro, quien pese a la gravedad de la situación parece metido en una burbuja en la que no ocurre nada, al punto de que ha llegado al colmo de hacer un programa radiofónico diario en el que se dedica a bailar salsa y a tratar de desviar la atención sobre los gravísimos problemas no solo políticos, sino sociales y económicos que se tienen allí, y frente a los cuales solo se ha dedicado a establecer estrategias dilatorias que tienen a más de la mitad del país totalmente desesperado.
La continuidad a la fuerza del chavismo en el gobierno es un verdadero campo minado que en cualquier momento podría hacer estallar la violencia en ese país, donde no se ha podido avanzar lo más mínimo en respeto a los derechos humanos, ni en el remedio a la crisis económica y jurídica que tiene a Venezuela cerca del colapso. Después de tener que soportar que las distintas instituciones de los poderes públicos se alineen con el gobierno, para frenar los recursos jurídicos a los que ha acudido la oposición para que haya un revocatorio constitucional al mandato de Maduro, ahora se busca que se llame a elecciones en el primer semestre del 2017, para que los venezolanos puedan escoger democráticamente su futuro.
Ante esto, la posición del gobierno chavista es inflexible, y Maduro ya ha dicho y enfatizado que pretende llegar hasta el 2019, lo que solo deja abierta la opción de la profundización de la crisis hasta niveles peligrosos. Se espera que las acciones del delegado del papa Francisco, al lado de los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), y del expresidente colombiano Ernesto Samper, secretario general de Unasur, sirvan para que el presidente venezolano entienda que su permanencia en el cargo es insostenible.
Mientras que la oposición busca con el diálogo acelerar una transición en el poder, para Maduro estas conversaciones solo parecen tener el objetivo de dilatar cualquier salida sensata. Organismos como el Tribunal Supremo de Justicia, frente al cual se había presentado un recurso para reactivar el revocatorio, fortaleció esta semana su posición de sincronía con el régimen chavista, al negar dicha pretensión. Todo indica que la olla a presión que hierve en Venezuela está llegando a unos límites insoportables para todos, sobre todo por una economía profundamente deteriorada, con una inflación del 475%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), y con una aguda escasez en alimentos y medicinas.
La actual es, pues, una negociación imposible, que no dejará más camino que la reactivación de las protestas en las calles y el crecimiento de las tensiones hasta límites de alto riesgo. Los hechos sangrientos que se vienen temiendo desde hace tiempo podrían hacerse realidad en las actuales circunstancias. Ojalá que no, y que entre los líderes del gobierno y de la oposición reine la sensatez y, por el bien del pueblo venezolano, hallen salidas intermedias que hagan posible la reconstrucción conjunta del vecino país.
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