El resultado de la consulta del domingo en las regiones de Donetsk y Lugansk, en Ucrania, no sorprendió a nadie. La votación se dio en un territorio ocupado por fuerzas prorrusas y la organización electoral estuvo a cargo de las autoridades no reconocidas por el gobierno central de Kiev, de modo que la situación vuelve a quedar en tensión, toda vez que la comunidad internacional sigue pidiendo respeto por el gobierno central. No obstante, Rusia salió a respaldar el resultado, a pesar de que durante la semana se había mostrado dubitativa, e inclusive había invitado públicamente a los separatistas a aplazar la consulta para propiciar el diálogo.
La falta de respaldo internacional lleva precisamente a que se cuestione la legitimidad de la consulta, toda vez que no contó con verificadores, lo que hace dudar de su transparencia y validez. De esta manera, mientras los organizadores anuncian que los resultados les dan patente de corso para crear un nuevo Estado con sus cabezas y su propio Ejército, desde Kiev se advierte que no hay lugar a que ello pueda suceder, pues siguen dependiendo del estado central y por tanto cualquier intento de legitimar el Ejército en estas ciudades será considerado como terrorismo. Es decir, en lugar de calmarse las aguas, estas se ponen cada vez más turbulentas.
Ya había sucedido algo similar en marzo pasado cuando se realizó la consulta de Crimea, cuando la mayoría de la península votó la anexión a Rusia, pero no se puede olvidar que la idea separatista no se ha resuelto por la vías diplomáticas que contempla el derecho internacional y que se envalentonó cuando tuvo un importante apoyo de Rusia, interesada en que esta franja, rica en minerales y rusoparlante, sea afín a sus políticas. Ucrania sigue siendo una importante potencia militar y considerada, después de Rusia, la más poderosa nación segregada de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Desde Kiev se insinuaba que ahora vendría una nueva votación para que los ciudadanos decidieran su anexión a Rusia. No obstante, una vez conocidos los resultados, los dirigentes separatistas descartaron tal versión e insistieron en que lo que quieren es su autonomía. Se calcula que la región que decidió el domingo por mayoría separarse de Ucrania aporta el 20 por ciento del PIB, a lo que se debe sumar el poco más del 3 por ciento que cobija a la península de Crimea, hoy anexada a Rusia, pero no reconocida así por la comunidad internacional que ha respondido con sanciones al gobierno de Moscú.
Precisamente esa comunidad internacional, desde la Unión Europea y desde la ONU, se mantiene en su estrategia persuasiva de anunciar toda suerte de sanciones, sin haber logrado diezmar la voluntad de Vladimir Putin, quien parapetado como el hombre fuerte de la poderosa proveedora de petróleo y gas a Europa, juega con las mismas cartas que usaban sus antecesores en tiempos de la guerra fría. El viejo continente, en cambio, se ve impotente para contener al ruso que le dio alas a la Ucrania oriental y que se hace el sorprendido con la anexión de esos territorios, como si nada tuviera que ver en ello. Es difícil determinar hacia adónde puede escalar este conflicto fronterizo, para algunos ya en un estado prebélico, pero llegará el momento en que la comunidad internacional deba ponerse más dura en las decisiones y será la oportunidad para saber si Moscú quiere realmente ir más allá o es capaz de replantear y jugar con las reglas que impone hoy el derecho internacional. Las semanas que vienen serán decisivas.
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