Hay quienes dicen que Manizales está “salada”, porque no sale de una emergencia cuando está entrando en otra. Lo señalan por la crisis del agua del año pasado, el deslizamiento en el barrio Cervantes, las suspensiones temporales del gas y ahora por la actividad naranja del volcán nevado del Ruiz. Sin embargo, lo que uno observa en verdad es que la ciudad continúa bien su funcionamiento, se siguen haciendo anuncios de nuevas inversiones, nos mantenemos a la cabeza en consumo en el país, seguimos siendo la ciudad en donde es más fácil hacer negocios, según el Banco Mundial, y, en general, comprobamos que no es cierto que estemos acabados.
Sería tonto desconocer que la naturaleza nos ha planteado desafíos de gran calado en los meses recientes, y que nos hemos visto afectados en alguna medida, pero sería aún más insensato y desacertado creer que somos una urbe sin posibilidades de un porvenir próspero, como lo vaticinan algunas aves de mal agüero con ropajes de pesimismo. Más bien deberíamos pensar que se trata de un llamado a que reaccionemos con decisión y entereza para que la ciudad siga avanzando sin posibilidad de reversa.
No es la primera vez en la historia que la capital caldense se ve abocada a dificultades, tampoco es la primera ocasión en la que las voces negativas decretan el apocalipsis y luego tienen que retractarse, bastaría con recordar los grandes incendios de la década de los 20 y las posteriores gestas de reconstrucción que siguen siendo ejemplo para toda Colombia. La misma geografía agreste en la que se ha hecho esta urbe es muestra de tenacidad y arrojo, que nos deben llenar de orgullo. También hemos vivido otros momentos de crisis, pero siempre la casta del manizaleño se ha impuesto, y el momento actual no puede ser la excepción.
¿Qué ciudad está exenta de sufrir algún revés en su historia? ¿No es temerario y prematuro declararse desahuciado permanente, por ser solo retado por el destino? No podemos permitir que se nos corten las alas con argumentos que no resisten un análisis profundo, cuando lo que tenemos son enormes potencialidades por explotar. Quienes dicen que se nos acabó el mundo, porque el aeropuerto La Nubia lleva cerrado dos semanas por efecto de la ceniza volcánica, están más que equivocados, y desconocen la dinámica propia de una ciudad que siempre encuentra cómo salir adelante. De hecho, la vía a Bogotá va quedando en muy buenas condiciones, y no podemos afirmar que la ciudad está parada.
Desde luego que la situación del volcán nevado del Ruiz nos obliga a estar atentos. Las evacuaciones preventivas, por ejemplo, y la buena actitud de la comunidad al atenderlas, son muestras de prudencia que encajan en los operativos de prevención que se deben manejar en estos casos. También hacen parte del aprendizaje que debemos tener en cuenta, cuando asumimos que estamos obligados a convivir con este fenómeno de la naturaleza, pues tal condición no significa ignorarlo o despreocuparse, sino conocer acerca de su comportamiento y actuar con calma en los momentos que la situación así lo exija.
Todo lo que nos ha ocurrido recientemente lo que hace es fortalecer nuestro espíritu, encumbrarnos por encima de la comodidad que fomenta la quietud, hemos demostrado que somos una ciudad que reacciona con calma pero decidida ante las adversidades. Si hacemos un balance, concluiremos satisfechos que pese a los obstáculos vamos con decisión hacia adelante. Esa es la actitud que debemos mantener, ver todo esto como nuevas oportunidades de encontrar más y mejores formas de hacer las cosas, una posibilidad de ser más creativos y originales, y de mostrarnos así ante el resto de Colombia y el mundo.
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