La semana pasada se conocieron las cifras de crecimiento económico en el país durante el primer trimestre de este año, entregadas por el DANE. Según este organismo, en el inicio de este año el Producto Interno Bruto -PIB- creció en un 4,7%, una cifra que a primera vista no se ve mal, pero que revisándola en sus componentes deja varias preocupaciones.
Lo primero que se advierte es que el entorno mundial ha sido particularmente difícil en este año debido a la crisis de la Eurozona, originada por los problemas de Grecia, España, Irlanda, Portugal e Italia, que llevaron incluso a hacer temer por la continuidad del euro como moneda única, y al lento, muy lento, despegue de la economía de Estados Unidos, que cada vez decepciona más con su comportamiento.
Es evidente entonces que en mercados más interconectados e interdependientes, lo que les suceda a los países más poderosos, y por tanto quienes impulsan al resto del mundo, tiene efectos inmediatos en todos los demás. Eso de las economías “blindadas” no existe, ni es responsable asumirlo.
Cuando se comparan la evolución del PIB en los primeros trimestres del año pasado y este hay una disminución del 0,3% en la tasa de crecimiento, lo cual no debería ser muy alarmante, el temor principal es que esa tendencia hacia abajo se mantenga en los meses siguientes, como parece que algunos indicadores sugieren, con lo que el panorama puede complicarse en forma más severa.
Las causas principales de la desaceleración están en la enorme caída del café y por ende de todo el sector agrícola, en una contracción de la construcción y en un flojo, casi nulo, incremento de la industria. Aunque no hay evidencia de deterioro en las cifras de empleo, que son el mayor orgullo del equipo económico del Gobierno, es claro que esas actividades son las principales generadores de mano de obra, y por lo tanto el riesgo de no llegar a cifras de desempleo de un dígito es alto.
En vivienda, si bien es cierto que se retomó en parte la política de subsidio a las tasas de interés para las viviendas de interés social, también lo es que el anuncio de las casas gratuitas hace que buena parte de la demanda, es decir, los potenciales beneficiarios de los subsidios a los intereses, prefieran esperar y aplicar para que les regalen la casa.
El Gobierno, que en cada reporte de recaudo de impuestos supera las metas establecidas, debe acelerar sus programas de inversión y ponerse al día con sus acreedores. Es lamentable, por ejemplo, que la red de salud esté en la situación financiera tan precaria que hoy tiene, y que uno de los principales deudores del sistema sea el propio Estado. Eso debe corregirse agilizando los pagos, pues es dinero que se le irriga a toda la economía.
El programa de vías, no solo en lo que han llamado corredores estratégicos sino también en las carreteras secundarias y terciarias, tiene que ser más agresivo en la ejecución de obras, y más ahora que parece que no habrá requerimientos por causa de lluvias que traigan una nueva emergencia invernal.
Y no solo el gobierno nacional tiene la responsabilidad de ejecutar sus presupuestos con mayor celeridad y eficiencia. Los municipios y departamentos, luego de un primer semestre de planeación y conocimiento por parte de los nuevos mandatarios, tienen que empezar a hacer realidad esos planes y a ayudar a impulsar con obras las economías locales.
Ante una disminución del ritmo de la actividad económica mundial como la actual, el país tiene cómo defenderse. Por fortuna tenemos un sector financiero sólido, con cartera sana y bien provisionada; una industria que con innovación se está acoplando a un entorno más competido; a los cafeteros renovados y más eficientes en sus cultivos; y a un Gobierno que con las alforjas llenas debe servir de locomotora para recuperar el crecimiento. No podemos perder la confianza.
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