Duele mucho ver cómo mueren policías y soldados en Colombia, debido a la violencia guerrillera. Más aún cuando son rematados con tiros de gracia, como ocurrió en zona rural de Saravena (Arauca), durante un ataque del Eln en el que fueron asesinados cuatro policías. Murieron allí el subintendente Libardo Fabio Chacón Delgado y los patrulleros José Darío Acuña Suárez, Yan Carlos Alviz Armenta y Alejandro David Maestre Álvarez, cuatro uniformados emboscados en el momento en el que se desplazaban en motocicletas. Los patrulleros José Luis Novoa Ariza y Faber Luis Díaz Medina también quedaron heridos.
En otro hecho sangriento, que además viola el Derecho Internacional Humanitario (DIH), las Farc asesinaron el pasado lunes al capitán Gustavo Enrique Ortiz Lozada, en el corregimiento de La Unión Peneya, del municipio de La Montañita (Caquetá), cuando realizaba trabajos con la comunidad no pudo evitar la muerte escondiéndose en una vivienda del caserío, pues allí fue asesinado a mansalva.
Esos son los episodios de guerra que quisiéramos que no se vieran más en Colombia, pero ante la realidad del conflicto armado que sufrimos y la posibilidad permanente de ser atacados por los violentos, nuestras Fuerzas Militares tienen que actuar con determinación para frenar esas acciones criminales y neutralizar a aquellos que solo buscan generar el caos. Con o sin diálogos, no se pueden parar las operaciones de persecución de los subversivos y demás actores violentos, hasta capturarlos o darlos de baja, si resulta necesario.
Es paradójico que se den estos hechos cuando el Eln ha pedido pista para poder emprender un proceso de paz como el que se lleva con las Farc en La Habana (Cuba). Igual puede decirse de las acciones violentas de las Farc, más cuando se cometen actos violatorios del DIH. Es evidente que, si bien las negociaciones se están dando en medio del conflicto, pierden credibilidad si no se observan gestos convincentes de voluntad de paz de quienes tienen que demostrar que no buscan engañar o aprovechar la calma de las conversaciones para inflar su poder bélico.
En eso, ahora que acaba de comenzar la nueva ronda de diálogos, con un tema tan sensible como el del las víctimas, es en lo que más se requiere que la guerrilla demuestre que, en realidad, está dispuesta a dejar atrás la guerra y optar por caminos pacíficos. Se necesita que, sin titubeos, con total decisión y franqueza, los voceros de las Farc reconozcan que han sido victimarios, y que además de solicitar el perdón a las familias tienen que decir la verdad y reparar sin escatimar esfuerzos.
Ahora bien, debemos decir que resulta llamativo que, justo ahora, cuando estamos a menos de 15 días de la segunda vuelta presidencial, se quiera darle agilidad al proceso, buscando fórmulas como la de dividir en dos la mesa de negociaciones, para acometer en forma simultánea los dos temas restantes. Mientras tanto, además de avanzar con mayor celeridad, se requiere que las Farc vuelvan a anunciar una tregua durante estos días o hasta más allá del 15 de junio. Ojalá, incluso, una tregua permanente hacia el futuro.
No obstante, más que buenos gestos lo que quisiera el pueblo colombiano es que los guerrilleros se comprometan a no delinquir más, confesar la verdad, cumplir penas justas y compensar a las víctimas por todo el dolor causado. Se trata de un tema bastante difícil, que podría incluso hacer que las negociaciones lleguen a un punto muerto, y que todo quede a mitad de camino. Muy complejo, además, porque es necesario que los violentos abandonen las armas para siempre y modifiquen su rol destructivo por un papel orientado a una mejor convivencia entre los colombianos.
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