Para hoy está prevista la elección del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, durante la asamblea en la que participan 83 obispos y arzobispos de todo el país. Aunque la reunión se extenderá hasta el próximo viernes, ya es claro el compromiso que la Iglesia Católica quiere tener con el logro de la paz en Colombia, por lo que el sucesor del cardenal Rubén Salazar Gómez, debe encarnar esa preocupación y estar en capacidad de liderarla entre todos los fieles.
En los actuales momentos del proceso de paz con las Farc y con la posibilidad de que puedan comenzar pronto los diálogos con el Eln, el país necesita que haya unidad con respecto a los criterios básicos para lograr esos entendimientos y permitir que quede atrás la guerra. En ese trabajo de generar conciencia acerca de la conveniencia de un escenario general de paz, con la posibilidad de despojar de odio los corazones, la Iglesia Católica puede hacer grandes aportes. Además, encaja perfectamente en su misión evangelizadora, en la que tendrá que trabajar bastante duro para recuperar los fieles perdidos.
La línea que viene trazando el papa Francisco, quien inclusive ha logrado que los altos jerarcas de Israel y Palestina oren juntos por la paz entre sus pueblos, es claramente aplicable a lo que ocurre en Colombia, más cuando aquí los grupos subversivos después de haber sido diezmados por las Fuerzas Militares ahora vienen mostrando algunos gestos de voluntad de paz. Si hay un férreo compromiso de la Iglesia en este sentido y tanto el Gobierno como las guerrillas escuchan sus mensajes, la sociedad colombiana podrá salir ganadora.
En este sentido, la Iglesia Católica deberá ubicarse del lado de las víctimas, protegiéndolas y como garantes de que sus derechos les sean respetados, en cuanto a verdad, justicia y reparación. Su apoyo espiritual también será clave para lograr perdones sinceros que desactiven cualquier posibilidad de retaliaciones futuras. Eso será fundamental para el postconflicto, que será tal vez la etapa más difícil, pero también la que permitirá construir un mejor porvenir para Colombia, en el que la prioridad sea el bienestar para todos.
Si la mayoría de los colombianos que votaron el pasado 15 de junio le dieron al presidente Juan Manuel Santos la oportunidad de continuar con los diálogos de La Habana y emprender unos nuevos con el Eln, lo que se espera es que en este segundo gobierno se puedan concretar esos anhelos. Ahora bien, los jerarcas religiosos tienen razón cuando advierten que es mejor ir despacio y seguros que excederse en la velocidad y terminar firmando una paz sobre bases débiles.
En esa tarea de consolidación, no solo durante el gobierno de Santos, sino durante las administraciones futuras, la Iglesia Católica, desde sus cardenales hasta sus más humildes sacerdotes, deberá actuar de manera más cercana a la comunidad, a las víctimas de la violencia, a los desplazados, y a todos los pobres, en general. No hay ninguna otra institución en Colombia que pueda llegar más cerca de los corazones de los colombianos, que pueda mediar de manera más efectiva frente a los sectores más radicales y opositores a las negociaciones con los violentos. Hay que romper con la malsana polarización en la que se encuentra el país, y la Iglesia tiene herramientas para ello.
En el tema de una presunta impunidad, que ha sido señalada por algunos sectores, la Iglesia Católica también puede actuar como árbitro, de tal manera que si bien se opte por penas que no necesariamente sean de prisión por largo tiempo, tampoco quede la sensación de que no se pagó por horrendos crímenes. Sobre todo, los líderes religiosos pueden ser vitales en la persuasión de los líderes guerrilleros para que reconozcan dignamente a sus víctimas y se encaminen sinceramente hacia la reconciliación.
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